Embargan House, que era una serie como una casa. Cierran el hospital abriendo una herida. Y acaba a lo grande, quizá de la única manera posible, con House convertido en una casa en ruinas. Con un monstruo haciendo de Wilson su casa. Wilson tenía al enemigo en casa, con un punto de ironía amarga, como tenía toda la serie. House y Wilson, con su cierto aire, más allá de unas iniciales, a Holmes y Watson tiran la casa por la ventana en este final de temporada que es final de serie. Punto, set y partido. Y torneo. Si algo he aprendido de esta serie ha sido a) que nunca es Lupus y b) que hasta el caos busca el orden, busca ese equilibrio como objetivo obsesivo. Que las piezas encajan y que los saltos hacia atrás, a veces, son para tomar carrerilla (aunque sea con cojera).
Me quedo especialmente con un momento de este final de temporada que define a la perfección la relación entre House y Wilson, que siempre ha sido un tira y afloja. Un tensar la cuerda. O un camina o revienta. Incluso un camina y revienta. Me quedo con un momento de esta temporada, y es cuando Wilson decide someterse contra toda su lógica conservadora a un fiero tratamiento contra su cáncer en casa de House. Sufre mucho dolor y cuando ya no les quedan calmantes House empieza a suministrarle su reserva particular de vicodina. Le miente a Wilson diciéndole que tiene mucha (todo el mundo miente). Y mientras Wilson descansa se ve a House retorciéndose de dolor en su pierna. Y se ve que apenas tiene vicodina. Por un segundo se ve el rostro y la mirada del actor. Deja la vicodina y se toma un trago de whiskey. Por una vez House es el que sacrifica en la relación.
House, maldito, tu serie era un hogar y ahora me echas de casa.