martes, febrero 28, 2006

Fe de erratas.

En el final del capítulo VII puse que Federico Laviña era el prestamista de Andrés Lagos. Evidentemente es un error mío, no existe ningún Andrés Lagos en este relato, se trata de Javi(er) Lagos, que se dejaba la pasta en el casino de Torrelodones y acudía a Laviña para que le prestase dinero, mucho dinero.

Espero no haberos liado mucho :).

viernes, febrero 17, 2006

Los regalos de la muerte (VII)

Capítulo VII - Fede y Froi: Un campo de trigo

- Vaya, vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí... - dijo Federico Laviña al abrir la puerta y ver a la persona que lo buscaba.

-Buenos días. Soy el inspector Froilán Caraballo y este es mi ayudante, Gerardo De La Santa. ¿Es usted Federico Laviña? - dijo el inspector con una frialdad extrema, tanta que se sorprendió a sí mismo hablándole así a Fede, su amigo de la infancia, pero tenía un rol que interpretar, era el inspector, y tenía que marcar las distancias. Debía de ser así, al menos delante de De La Santa.

- Pero, Froi, tío, ¿qué coj...?

- ¡Es el inspector Caraballo! ¡Y, además, le acaba de hacer una pregunta, contéstela! - Intervino el ayudante del inspector, muy pasado de vueltas, cortando bruscamente a Federico.

- Tranquilízate, De La Santa, yo me ocupo. Bien, veamos, señor Laviña... ¿Reconoce a la persona de la foto? - preguntó el inspector mostrándole una imagen reciente de Andrés Reyes, el famoso jugador de baloncesto.

- S-sí, inspector Caraballo, es el base del Real Madrid, ¿cómo no iba a conocerlo? Es más, sé que ha sido asesinado. Todo el mundo lo sabe, inspector - El tartamudeo inicial de Laviña acompañado de un guiño de complicidad hizo sonreír levemente a Froilán, que lo acompañó con otro guiño, rompiendo un poco la actitud distante del inspector.

- Mire, señor Laviña, no nos andaremos con rodeos - Intervino de nuevo el ayudante. Sabemos que le vendía drogas a Andrés Reyes, muchas drogas y mucha cantidad. Dé las gracias al inspector Caraballo, que ha conseguido que se le pase la vista gorda muchas veces. Y también sabemos que, milagrosamente, Andrés dejó de consumir drogas, con lo que usted dejó de ganar mucho dinero, ¿ve por dónde voy, señor Laviña?

- El inspector se giró hacia su ayudante, con una sonrisa en los labios y se acercó lenta y suavemente a De La Santa. Le puso el brazo en el hombro con la delicadeza del aleteo de un colibrí. Lo hizo tan dulcemente que De La Santa pensó que iba a felicitarlo por su brillante intervención...

...¡Te he dicho que YO-ME-OCUPO! - gritó a voz en cuello el inspector.

El impacto que sufrió el joven se reflejó en su cara multiplicado por 1000. Y temió que su esfínter anal no aguantara.

- D-de acu-cuerdo, inspector.

- Espérame en el coche, De La Santa, voy enseguida.

-S-sí.

- Eh, chavalín, ten mucho cuidado con Froi, que es un auténtico campo de trigo - dijo descojonándose de la risa Federico Laviña.

- ¿U-un ca-campo de trigo?

- Sí, bajo esa figura inofensiva que tiene, te da la paz, te relaja, te da toda su confianza. Tras esa aparentemente débil defensa que tiene esconde un depredador demoledor, se te acerca sigiloso y te quita todo el aire, te asfixia de un zarpazo definitivo. Porque Froi no sólo sabe lo que piensas, sabe cómo piensas. Va tres movimientos por delante. Tiene ese don añadido a una defensa impecable y un ataque implacable. Por eso ya sabe que te vas a ir a llorar al coche y vas a dejar que hablen del asunto los mayores. Por eso Froi ya sabe que soy inocente.

De La Santa tragó dos toneladas de saliva de una tacada, que a su garganta le parecieron un centenar de hormigas bajando hacia su estómago.

- Pero tranquilo, chavalín, sólo es así jugando al ajedrez, por eso en nuestras innumerables partidas siempre me ganaba. En el fondo es un cachondo.

- Espérame en el coche, De La Santa. Voy enseguida - dijo el inspector viendo cómo se marchaba hacia el coche, con dos toneladas menos de orgullo, que se había tragado.

- ¿Qué cojones has hecho, Fede? - dijo el inspector preparando su ataque implacable.
- Tío, sabes que soy inocente, Froi.
- Bien, veamos tu coartada, ¿qué hacías el pasado domingo a mediodía, Fede?

Fede quedó pensativo y cuando iba a contestar sonó el teléfono móvil del inspector.

- Inspector Caraballo, ¿dígame?. Ajá. Vale, yo me encargo.

- Fede, Fede, Fede... me acaban de decir que TÚ eras el prestamista de Javier Lagos. Que curiosamente ya no se deja todo su dinero en los casinos, con lo que has perdido a uno de tus mejores clientes, y ¡oh! curiosamente también ha sido asesinado. Te repito la pregunta Fede... ¿QUÉ COJONES HAS HECHO?

martes, febrero 07, 2006

Cuando las emociones traspasan mi piel (IV)

Hago un pequeño paréntesis en "Los regalos de la muerte" y rescato, desde más allá de la luna, unas emociones... dedicado a flux, con todo mi alma...

En el oscuro puerto en el que desembocan algunas vidas, hay un muelle perdido. Allí se nota el calor de la compañía al sentarse con los pies colgando, mirando, más alla de lo que la vista puede ver. Es el único momento en el que los que no creen en apenas nada, tienen fe en sus sueños. Sueñan que siempre fueron buenos, cuando realmente siempre fueron malos. Pero todo es relativo, porque... ¿quién no es malo comparado con un ángel?
Set se sienta en el muelle y empieza la brisa. Sé que es imposible que exista, pero siento cómo me toca la mano y sus labios se acercan a mi cara. "Soy tu ángel..." me dice. Y le pregunto siempre que nos encontramos en este muelle, si tengo salvación, si puedo redimir todos mis pecados, si, en definitiva, se puede volver a empezar. Sé que Set me engaña, sé que me dice exactamente lo que quiero oír, pero también sé que lo dice porque me ama. Siento su amor como siento el dolor de su imposible existencia. Él consume mis días y echa sobre sí los pétalos marchitos que desprendo. Viene a rescatarme desde un mundo indefinido abriendo sus brazos tanto como sus alas. Y me dejo llevar y me enamoro de sus silencios llenos de mis palabras.
Set dice que se quedará conmigo hasta que amanezca y me levante para volver. Y amanece... y el calor del sol baña mis párpados y Set se difumina...
Un día más desdibujo el entramado que es la vida y encuentro su sentido. No me siento un peón del juego, hoy, soy la reina.
Gracias por ser mi salvador, Set.

jueves, febrero 02, 2006

Los regalos de la muerte (VI)

Los regalos de la muerte 6: Curiosidad asesina

La vida deja de tener sentido desde el mismo instante en el que, presisamente, te planteas qué sentido tiene la vida, porque el egoísmo intrínseco del hombre no permite hacerte preguntas sobre algo que tienes, no permite valorar una cosa hasta que se ha perdido, al menos me queda un pseudo-sentimiento pseudo-reconfortante, el que mi vida haya tenido sentido alguna vez. Y esa es mi pregunta, ¿qué sentido tiene mi vida? Una pregunta dura para mí, sobre todo porque va acompañada del cañón de una pistola acariciando mi sien. Sobre todo porque no sé qué sentido tiene.

Y he sido egoísta, o egoísta intrínseco, porque he matado a dos hombres que me han contagiado su mal. He sido egoísta, porque he acabado con ellos para librarme yo. Dos vidas valen menos que la mía para mi egoísmo intrínseco...
...lo hicimos para salvarnos de las maldiciones que nos traspasaron esos dos

Qué curioso, también me habla... está bien, hablaré contigo: ¿y qué diablos hemos conseguido, eh? ¿Dímelo? Porque yo creo que tener un arma apuntándome la sien no es una forma de celebrar algo bien hecho. Dime por qué sigo maldito y ellos muertos. Dime por qué yo no estoy curado. Dime por qué yo no me río. ¿Callas, verdad? No tienes respuestas, yo sí, la respuesta es ¡boom! Voy a acabar con todo esto, ¿me oyes? Voy a dispa...

- Toc, toc, toc
- ¿Quién coño es ahora? - dijo el asesino maldiciendo el silencio. ¿Quién? - volvió a repetir, golpeándose con fuerza descontralada en la sien con el cañón de la pistola. Las pulsaciones del asesino se fueron hasta 180 por minuto, movía los ojos de izquierda a derecha, pensando, pero era un pensamiento fútil. Sabía perfectamente qué iba a hacer. Iba a abrir esa puerta, sabía perfectamente que no podía morir sin saber quién llamaba, la curiosidad podía con él. Guardó el arma y se acercó a la puerta.

- Vaya, vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí... - dijo el asesino al abrir la puerta y ver a la persona que lo buscaba.