viernes, febrero 15, 2008

Los regalos de la muerte XX

Mil perdones por el interminable retraso, pero ya está aquí el nuevo capítulo, aunque tendréis que releeros todos, que ya estarán olvidados!! :lol:

Capítulo XX: Enemigos naturales.

- Ramiro España, ahora –

No sabes qué coño te ha contado Froi sobre [i]saltos al precipicio [/i]pero has creído entender que te han lavado el coco. Estás sentado en el suelo de tu casa apoyado en la pared y viendo cómo Froi se marcha con tu sombrero puesto y gritándole al viento que Villaescusa lo va a pagar muy caro. Cuando se va te intentas incorporar, pero tu cuerpo se balancea y tus piernas apenas pueden contigo. Tiemblan como si fuesen de gelatina. Como si tuvieses miedo. Haces un titánico esfuerzo por ponerte de pie pero parece que ningún músculo de tu cuerpo quiera responderte. Te tambaleas para todos lados, como si te hubieses bebido, sin comer, una piscina llena de ron. A pesar de que te tambaleas no te caes y tu situación te recuerda a uno de esos muñecajos que tenías de crío que tenían una base esférica y que se movían hacia todos lados sin caerse. Pones una mano en la pared para ayudarte a subir porque tus piernas ya no dan más de sí, de tanto que tiemblan parece que solo quieran bailar el twist. Te muerdes con fuerza desmedida la manga de la gabardina del brazo que te queda libre. Y gritas por la impotencia, por el quiero y no puedo, dejando unas marcas de saliva ácida la zona que has mordido. La impotencia también te hace golpear la pared con la mano que te sirve de apoyo. Gritas de nuevo. Maldices. Blasfemas. Tu orgullo y tus cojones hacen que te pongas de nuevo en pie. Tu corazón se queja y lanza un ultimátum a tu cerebro para que te deje descansar aunque sea en el suelo. Pero tu cerebro comunica, incluso por la línea caliente. Notas que por tu esófago galopa tu desayuno, ese café y esos dos donuts que te tomaste en el bar después de visitar a Villaescusa, intentando trepar por tu garganta y huir por tu boca. Cuando ves que vomitas solo bilis entiendes que te han comido el coco, que te han hecho creer que has desayunado, que te han hecho creer ver a Luna muerta. Recuerdas la imagen que creíste ver de Luna muerta y eso te da el coraje que te faltaba para ponerte de pie y caminar. Tus piernas aún tiemblan, aunque ya no parecen gelatina, ni siquiera flan, ahora solo tiemblan como un adolescente en su primera cita. Sientes una punzada en el costado, como si te estuviesen taladrando el páncreas que, aunque no lo sabes, está inyectando en tu sangre un torrente de insulina para regular el déficit de azúcar que ha producido en tu cuerpo el salto. Interpretas esta punzada y el vómito de bilis como el chivato de la gasolina de un coche y llegas como puedes hasta tu cocina, y comes algo. Entonces evocas de nuevo a Luna tirada en tu sofá, muerta. Aprietas los dientes y cierras los puños clavándote las uñas en las palmas de la mano. Esta imagen te hace sentir miedo, incluso tiemblas. Y sientes que Luna está en peligro. Sientes que tienes que salvarla. “Salva a la prostituta, salva al mundo” – mascullas – y muestras una tímida sonrisa en tu cara, como la de un adolescente en la primera cita. Y pones en marcha tu caldera y tu nevera. Y empiezas a echar fuego por la boca. Y hielo por tu mirada. Y te vas para la comisaría, que tienes que currar, detener a alguien y salvar a la prostituta.

- Julio Gandía, antes -

Le late el corazón más rápido de lo normal, primero por el morbo que da coger y leer los papeles de otra persona. Abre el folio doblado por la mitad de Luna y lee la primera línea: “Luna, dulce Luna”. Esta línea ya le mosquea y el pumpum del latir de su corazón se acelera aún más, pero ya no por el morbo de leer un papel que no es suyo, sino porque ya sospecha (sabe) que es un poema dedicado a Luna (a su Luna) por el muerto de hambre o por el gilipollas de la canasta. Gandía se pone de mala hostia y terriblemente (e irracionalmente) celoso. Las yemas de sus dedos casi derriten el folio como si fuese una lámina de chocolate con leche, le hierve la sangre y le devoran los celos. Lee el poema y lo memoriza, se aprende cada palabra mientras su odio crece telescópicamente como la caña de pescar más larga del Decathlon. Arruga el folio y lo convierte en millones de papelitos de confeti coloreados con su odio y sus celos. Se repite cada estrofa del poema, mutilándose con cada una de ellas, que se le clavan en el corazón y el orgullo machito.
Luna, dulce Luna, - se repite en su cabeza llueve la soledad sin ti,y llora el cieloporque le falta la luna.
Luna, bella lunaamarga es mi libertady triste es mi vozsin tu mirada gatuna.
Luna, de ojos clarosde oscuros labiosde cabello de trigode escarcha de amorde sincero dolorde apresuradas risasy de lánguidos sueños.
Luna, de jardín tempranode semilla de besosde sentido perdónde silueta firmede musical desconciertoy de fatal perdición.
Luna, de mañana sin míLuna, de camino inciertoe indudable temblor.
Gandía memoriza la poesía y planea mil formas de estrangular al muerto de hambre y de degollar el puto jugador de baloncesto. Esos dos mierdas están revoloteando sobre (su) Luna. Le importa tres cojones quién haya sido de los dos, pero planea mil formas de matarlos y las memoriza todas, quizá algún día le sea útil.
Justo cuando planea la forma 1002 de matar a Javier Lagos y Andrés Reyes aparece Luna, que venía al recoger su bolso. El mismo bolso en el que había estado hurgando Gandía y del que le robó el poema.
- Vaya, pero si está aquí la dulce Luna… ¿pero de verdad llueve la soledad? Menuda chorrada… - Dice Gandía intentando disimular sus celos con unos gramos de ironía sin conseguirlo demasiado.- ¿Estás celoso, Julio? – Responde Luna, alegrándose en cierta medida de que lo estuviera.- ¿Yo celoso? ¡Y una mierda! Y menos del muerto de hambre o el tonto del culo de la pelotita naranja – Dice Gandía sin convencimiento, sabe que ella se ha dado cuenta y que su intento de disimularlos ha sido tan fútil como el que se echa desodorante en las axilas estando sudadas y pretendiendo eliminar el mal olor. Pero te voy a decir una cosa, Luna – continúa Gandía acercándose a ella y cogiéndola por el brazo, clavándole sus pulgares y derritiéndole la piel como si fuera una lámina de chocolate o un trozo de papel con un poema – tú eres mía (y solo mía) y así será mientras yo (y solo yo) siga sabiendo tu secreto, ¿te queda claro, no?
Luna no contesta, solo le mira con asco aunque disimula mejor que Gandía los celos y es capaz de hacerlo pasar por asentimiento. No contesta, solo se suelta de Gandía para terminar diciendo: “Me haces daño”.
- Porque estos dos mindundis – continúa hablando Julio – son unos perdedores, pero están jugando conmigo e intentando ser mis enemigos naturales, ¿y ya sabes qué hago yo con mis enemigos naturales, verdad? ¿Sabes cómo he llegado yo hasta aquí, no?
Ella no responde, solo le abraza, y le hace ver que es suya (y solo suya).Gandía memoriza ese abrazo (como hace con todo) y lo compara con sus registros anteriores y lo acepta como sincero.

- Froilán Caraballo, antes –
- Día del encuentro con el inspector Caraballo –
- (día de la primera y única derrota de Caraballo al ajedrez) -


Te pones de pie como puedes, y mientras notas cómo tu fuerza se va recuperando miras al tiparraco con bata blanca que hay frente a ti (por cierto, no tienes ni pueda idea de dónde estas). Cierras tu puño, le dices que apriete los dientes, le pegas un puñetazo con la fuerza de un tanque del ejército y lo dejas KO. Te llama la atención la consulta y le echas un largo vistazo. Ves en un diploma que tiene colgado que el tipo que hay tirado en el suelo y que ha saboreado tus puños se llama Eduardo Villaescusa, un doctor parece ser. Vuelves con él, lo levantas a pulso y le das un par de veces en la cara para que espabile. Cuento recupera la conciencia, le hablas.
- Espabila, Edu, ¿puedo llamarte Edu? Sí, seguro que sí, siempre puedo. Verás, doctor, tengo un jodido problema o una jodida virtud, a saber. He notado que cuando mis pulsaciones superan las 140 por minuto me vuelvo, digamos, muy muy fuerte pero, ah, terriblemente inestable. Esto solo lo sé yo, doctor, así que confío en su profesionalidad y en que no largará nada. O mejor que confiar en su profesionalidad, confío en que sepas que no te conviene tenerme como enemigo (natural), ¿capishi? Sí, seguro que sí, siempre lo entendéis. He estado trasteando tu chiringuito y veo que tiene muchos libros sobre temas del coco, del comportamiento humano y de las, cómo decirlo, capacidades, virtudes y dones de las personas. ¿Tengo yo un don, doctor? ¿Cree que puede ayudarme, Edu? Cuéntame de nuevo eso del alma, del cerebro y del acople de ambos, que no me he enterado muy bien y me interesa.
Mientras tienes cogido al doctor por el pecho, se recupera, te mira y te responde:
- Sí, puedes llamarme Edu. Sí, sé que no me conviene como enemigo (natural). Sí, tienes un don y muy posible que nivel 4. Sí, puedo ayudarte y gustosamente te cuento lo del cerebro y el alma – termina diciendo el doctor con una sonrisa de abismo y con voz de celda de alcatraz.

- Ramiro España, ahora –

Llegas a comisaría como llegó Maradona a casa el primer día que probó la coca, allí encuentras a Gerardo de la Santa y al chico nueva que nunca recuerdas cómo se llama. Ves que tienen el pasamontañas con la E mayúscula bordada a altura de la frente y te temes lo peor… te van a volver a pedir que hagas el numerito del capitán España. Oh, no, ahí vienen.
- Hey, Rami, menuda cara tras, tío, ¿estás bien? – te pregunta de la Santa con cierta preocupación pero sin soltar el pasamontañas.- Más o menos bien, chico. He estado mucho peor – dices intentando sonreír pero sin conseguirlo. - Tío, hazle a Joaquín la escena del capitán España, ¡que le va a encantar!- Veeeenga, dame el pasamontañas que lo hago – dices ahora consiguiendo sonreír esta vez.
Te pones el pasamontañas y gritas:
- SOY EL CAPITÁN ESPAÑA, ¿O ES QUE CREES QUE ESTA “E” SIGNIFICA FRANCIA? – vociferas señalándote con el dedo índice la letra bordada del pasamontañas.
- JUA JUA JUA JUA, JUA JUA JUA JUA – se descojona de la Santa mientras le dice al chico nuevo que hay que ser muy friki para pillarlo.
-Ah, Rami, por cierto, tengo información nueva sobre el caso Lagos/Reyes – dijo de la Santa olvidando ya la broma y poniéndose serio. Iba a llamar a Froi para contártelo pero ya te lo digo a ti también – continuó de la Santa – Froi me pidió un extracto de los movimientos bancarios de la última semana de las tarjetas de Federico Laviña y, ¿adivina qué? Compró con su tarjeta de crédito unos guantes solo una hora antes del asesinato de Javier Lagos y en la gasolinera más cercana al lugar. Interesante, ¿verdad?
Podría decir que esta noticia me sentó mal, esta prueba apunta con gran fuerza hacia Laviña como el asesino, pero estaba tan seguro de que era Gandía, al que había empezado a sentir como mi enemigo natural…
- Y otra cosa más, Rami, acaba de llegar el cartel de “Se busca” de Federico Laviña, que está en paradero desconocido y la prueba de la compra con la tarjeta le convierte en el principal sospechoso. Échale un vistazo, a ver qué tal.
Cojo el cartel y lo miro. Me cambia la cara al verlo, se me olvida lo mal que me encuentro y salgo pitando en busca de Froi.