miércoles, marzo 01, 2006

Los regalos de la muerte (VIII)

Capítulo VIII: Enamorados de Luna

Torrelodones, autovía de A Coruña, club flowers

El ambiente que se respira aquí se me antoja triste, y me resulta curioso porque se supone que este lugar debería ser una fuente de placer y no es más que un nido de tristeza ambulante, donde las putas interpretan un papel metidas en sus jaulas chapadas en oro de muy pocos quilates. Me pareció triste, porque el olor del ambientador espantaba y parecía sacado del hipermercado más barato del mundo y comprado a granel, o porque el terciopelo que las cortinas de la puerta de la entrada parecía esparto desgastado por el uso, o porque el segurata daba más miedo que tranquilidad.

Normalmente no soy tan observador ni me fijo en este tipo de cosas, pero había entrado en este club con un ligero nerviosismo que me hacía mirar para todos los lados, como con la preocupación de que alguien me viera aquí y con el temor de ver a alguien conocido. Aún estando de servicio, ésta era una situación incómoda para mí. Para paliar este sentimiento me preguntaba cuál de las putas que había allí era Luna, la que según mi fuente, había mantenido una relación sexual con la víctima que llegaba mucho más allá de la relación profesional, pero de nuevo me sentí incómodo, temiendo que alguna de las chicas se me acercase, así que marché rápido para la barra, a hacerle un par de preguntas al camarero. Veamos qué sabe.

- ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Por supuesto, señor, pero debe pedir primero una consumición.
- Oh, está bien. Tráeme una coca-cola light – le dije al camarero mientras me buscaba en los bolsillos para ver si llevaba dinero. El chico trajo el refresco enseguida y quedó a la espera de que le hiciese la pregunta.
- Gracias, hijo. Verás... no sé cómo decírtelo... necesito información acerca de Javier Lagos. ¿Qué podrías decirme?
- No conozco a ningún Javier Lagos, señor – dijo el camarero con una voz que intentaba aparentar seguridad.
- Oh, bien, no importa... ¿podría hablar con Luna? – le pregunté sin creerme lo que me había dicho. Si algo me ha enseñado ser un huelebraguetas en un lugar como Madrid (y vivir para contarlo) es a saber cuando alguien dice la verdad, y es evidente que el camarero me está mintiendo descaradamente, me dijo para mí.
- Tampoco sé quién es Luna, señor – volvió a mentir el camarero.
- Está bien, está bien, igual si te enseño una foto de las personas por las que te pregunto puedas decirme algo – dije con aire de chulería mostrándole mi placa. Soy el inspector Ramiro España, de homicidios, y si no quieres meterte en líos tráeme a Luna inmediatamente.
- S-sí, señor, enseguida baja, imagino que estará te-terminando de prepararse – dijo el camarero con cara de asustado, casi arrancando a sudar y habiendo perdido ese tono de seguridad que mostró antes.

El camarero se marchó corriendo y le susurró algo a otro de ellos, que debía ser el encargado. Éste, sin perder el aplomo, le contestó algo que no pareció convencer al camarero que me había atendido, pero aún así obedeció, descolgó el teléfono que tenían en la barra, habló con alguien unos segundos y vino de nuevo hacia mí.

- Está bien, señor. Suba a la habitación 112 por esa puerta – dijo a regañadientes el camarero señalándome una puerta que daba a un mostrador similar al de los hoteles. Luna le está esperando allí. Y no se preocupe por el refresco, invita la casa.

Vaya, vaya, la sensación que tuve cuando entré de que me estuviese viendo alguien conocido se duplicó mientras iba camino de la puerta. Al pasar el umbral me encontré a un señor mayor que me indicó que la habitación 112 estaba en la primera planta, tomando el pasillo de la izquierda. Subí despacio, como el niño que llega a casa con malas notas e intenta retrasar el encuentro con sus padres lo máxima posible. Pero, joder, ya no soy un niño, soy un puto madero rozando los 40 años. Estaba delante de la habitación 112, y me costaba llamar. Vale, allá voy.

- Toc, toc, toc
- Vaya, vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí... - dijo Luna al abrir la puerta y ver a la persona que lo buscaba. Pero si es un policía, y ¡qué elegante! Tío, debes ser el único poli que lleve gabardina y sombrero en este país. Y déjame que adivine... tienes un recambio de cada en el perchero de tu despacho, ¿no es así? Y por último, seguro que se llama Flanagan – terminó Luna con un guiño y una sonrisa que enamoraría a cualquiera.

Me dejó impresionado la belleza de Luna, que desbordaba sensualidad por cada átomo de su cuerpo, y estaba mostrándome mucho. El desparpajo y la vitalidad de Luna eran abrumadores y contrastaban con la precaria situación de su lugar de trabajo. No me extraña que sea la puta más demandada del flowers, como me comentó mi fuente.

- No, no me llamo Flanagan, soy el inspector España, Ramiro Espapa. ¿Es usted Luna y conocía (mantenía relaciones sexuales, quise decir) a Javier Lagos, un antiguo camarero de este club?
- Sí, yo soy Luna, apasionada como ninguna. Y sí conocía a Javi, de hecho era uno de mis clientes más fieles. Pero casi todo se va al garete cuando me confesó que se había enamorado de mí.
- ¿Se enamoró de usted? – dije atónito. Y me sentó mal haberme sorprendido, porque no debería ser sorprendente que alguien se enamorase de una puta, y menos de una como Luna.
- Sí, menuda faena, ¿verdad? Me contaba películas de que me iba a sacar de aquí, que tenía preparada nuestra fuga y rollos místicos por el estilo. Me decía que no soportaba que me acostase con otros tíos, pero ese es mi trabajo, ¿sabe? Tuve que pararle los pies, claro. Ah, y antes de que me pregunte – siguió Luna – puede que yo sea la última persona que lo viese con vida, excluyendo al asesino. Según el día y la hora en que me dijo Andrés que murió Javi, debía ser de camino a su casa de Alcorcón. Venía de haber estado conmigo.
- Un momento, un momento, ¿quién es este Andrés? – dije aún más sorprendido.
- Andrés Reyes, el jugador de baloncesto del Real Madrid, que curiosamente fue asesinado al día siguiente. ¿No le parece increíble, inspector? Dos amigos míos asesinados en sólo dos días.
- Con esto que me acaba de decir entiende que es sospechosa de doble asesinato, ¿verdad? – dije sorprendido como un niño que descubre un billete debajo de la almohada en la que la anoche anterior había habido un diente.
- Sí, pero no me preocupo, tengo coartada para los dos asesinatos. ¿Y sabe qué es más curioso, inspector? Andrés Reyes también decía estar enamorado de mí.
- Es usted una caja de sorpresas, señorita. ¿Y podría decirme de qué se conocían Javier Lagos y Andrés Reyes?
- Por supuesto, inspector, fueron presentados por Federico Laviña, que era tanto el camello de Andrés como el prestamista de Javi.
- Discúlpeme un segundo, tengo que hacer una llamada – dije rebosante de alegría mientras me ponía el móvil en la oreja y llamaba a Froi. Nunca hasta ahora me había sido tan fácil encontrar información tan útil.

- Froi, he descubierto que Laviña era el prestamista de Lagos, además del camello de Reyes. Suerte. – dije a mi compañero por el móvil.