lunes, mayo 31, 2010

El gran Felton





















No sólo hay que ser bueno, sino también parecerlo. No sólo hay que ser bueno y parecerlo, sino también saberse bueno y estar convencido de ello.

Juan, nuestro protagonista de esta maravillosa novela negra, tenía este primer párrafo muy claro. Sabía que era bueno, pero no quería saltarse ningún paso para demostrarlo de manera profunda. Juan, conocido por Juan Bronson en algunos círculos, se atreve a tirar de un hilo literario espoleado por su buen amigo Bruno Díaz (genial este nombre): tiene sospechas y livianas pruebas de que el escritor Scott Fitzgerald no murió en 1940 como indican todas las esquelas, sino que siguió viviendo y publicando bajo el pseudónimo de Richad Yates.

Bajo esta premisa, Joaquín Pérez Azaústre nos cuenta una historia creíble, de forma clara y entedible, muy bien escrita y consiguiendo lo que, a priori, parecía cuanto menos muy difícil: que nos creamos y nos metamos en la historia que nos relata. Pérez Azaústre, con cierto aire Jazz Age y cierto sabor a gintonic, nos cuenta dos historias paralelas en distintas épocas pero comunes en el objetivo, determinar qué fue de Fitzgerald y de su hipotética última novela no publicada: “El último magnate”. El escritor cordobés con una novela magnífica y dinámica en su totalidad y vibrante en su segunda mitad que a velocidad de vértigo nos encaja todas las piezas y nos descorcha todas las botellas de vino.

Juan, junto al propio Bruno Díaz y a Luz (su particular Zelda Sayre), emprende una aventura que pasa por toda la obra de Fitzgerald y que termina con solidez de asfalto en la gran Nueva York. La descripción de la ciudad perpetua y terrible por parte del autor es embriagadora. Te hace sentir en Manhattan a la sombra y al espanto de los rascacielos neoyorkinos. Como bien dice Pérez Azaústre: “Olvídate de París y Roma, Nueva York es otra cosa” y, da en el clavo, es justamente eso, otra cosa. Es inefable en altura y en magnitud.

Juan y Bruno, como el mejor Gregory Peck en “Días sin vida” recorren paso a paso la vida de Fitzgerald hasta determinar que les falta algo, una constante oculta que suele aparecer durante todo el libro y que de la que parece que no hay constancia fiable. Aparece como pieza determinante Robert Felton, el gran Felton. Que como el joven Jay Gatsby, era un tipo de pasado dudoso y de presente difuso. No había datos ni pisadas sobre Robert. Ni hilos ni papeles. O casi. Es en Nueva York donde muestra sus cartas. Donde se resuelve el misterio y aparecen las llaves que hasta ahora sólo nos envolvían y revoloteaban por nuestras cabezas.

Pero no están solos detrás de la vida y resurrección de pseudónimo. Hay detrás un poeta, Elejalde, que es un hombre triste que encierra en sí todos los hombres tristes, que bucea en su poco brillante pasado y se lamenta en su aún menos brillante presente. Pero con esta historia ha visto una luz de salvar su paupérrimo arte y su carrera. Un hombre triste que quiere cruzar al otro lado del paraíso por los atajos tramposos de la desvergüenza. Un hombre triste que con su presencia convierte en áspera la más suave de las noches, que te despierta de un sueño de invierno.

Pero lo que no sabe Elejalde, de lo que no tiene ni puta idea, es de lo que hablo en la primera línea.

viernes, mayo 28, 2010

Con mis propias manos

- ¿Por qué hace eso? – Me pregunta al verme presionar compulsivamente mi muñequito de gota de sangre antiestrés.
- Me ayuda – Le respondo después de hacer una pequeña pausa.
- ¿A qué te ayuda?
- A tranquilizarme – le contesto volviendo de nuevo a apretar el antiestrés – Aunque tú me pones nervioso.
- Puedo irme, si quieres.
- No, por favor, este puto muñeco me tranquiliza pero no me hace compañía. –Le suplico, casi temblando.
- ¿Tienes algún secreto que contarme, Samu? ¿Algo que te preocupe?
- Je, sabes de sobra que sí. Siempre vengo a verte cada vez que me pongo así.
- Está bien. Háblame sobre ello.
- No sé si quiero.
- Cuéntame, Samu. Tú también sabes de sobra que estoy aquí para ayudarte. Cuéntame tus traumas, te escucho.
- Je, pareces hasta psiquiatra.
- ¡JA! Esa es buena, Samu. Te voy a tener que dar un punto por buen humor. Y otro punto si me cuentas qué te pasa.
- Tengo ganas de volver a hacerlo.
- ¿Y has venido a verme para que te quite las ganas?
- Sí… bueno, no. Es una necesidad que tengo. Tal vez he venido a verte para que consigas que el tiempo que pasa entre una y otra sea mayor.
- No puedes hacer lo que haces, Samu.
- Lo sé. Pero tengo que hacerlo.
- Tengo la solución.
- ¿Ah, sí, y cuál es, genio?
- Suicídate.
- ¿Sabes? Lo he pensado, pero no me sacia. Dame una solución válida y satisfactoria.
- Je, podría, pero no quiero parecer un psiquiatra.
- ¡JA! Mamón, me la has devuelto.
- Vale, tengo la solución válida y satisfactoria.
- Sorpréndeme.
- Lo que debes hacer es…. ¡MATA, MATA, MATA, MATA!

Escucho en mi cabeza el repicar de la palabra, que se apodera de mí, mientras aprieto con fuerza bruta lo que parecía un muñeco de gota de sangre antiestrés pero que era el cuello de mi última víctima hasta dejarla sin vida asfixiada con mis propias manos.

- ¡MATA, MATa, MAta, Mata, mata…! - La palabra se va difuminando en mi enferma cabeza, y escucho una última frase de esa voz con la que llevo “charlando” un rato.
- Bien hecho, Samu. El tiempo que transcurre entre una víctima y otra es cada vez menor.

Entonces pienso de nuevo en suicidarme, pero no lo hago porque no me sacia, sino que busco a la siguiente víctima.

domingo, mayo 23, 2010

Previously on Lost

Maldita sea. Sea acaba perdidos y no estoy preparado para ello. Se termina toda una serie de culto, de obsesión, de pena y de gloria. Se termina mi obsesión. Maldita sea, se acaba Perdidos. En pocas horas daré mi último trago de whisky McCuthon de 60 años. En pocas horas dejará de sonar Wash Away de Joe Purdy porque ya no quedan pilas. Ya no quedan más caminos alternativos a la muerte propuestos por Desmond para Charlie, que decide bajarle las bragas a la muerte y tirársela a sabiendas de que es un macho de Mantis Religiosa. Se acaba el whisky McCuthon de 60 años, porque voy a pegarle el último sorbo, que persiguía a Desmond por la isla. Y, lo peor, se acaba Desmond, al que sólo le queda un gran capítulo para salvarnos. Se acaban los productos Dharma, y la dinamita inestable que explota fácilmente. Se termina la tecla y el submarino, el humo negro y la furgoneta blanca. Nos deja John Lock, que se levantó de la silla de ruedas para levantarnos de nuestro asiento. Esta vez sí es el barco de Penny, que llegará a por nosotros a la isla, a arrancárnosla de las manos. Se acaba perdidos y, lo peor, es que parece como si se acabara una parte importante de mí. Es absurdo y ridículo que me influya tanto una serie, que esté tan arraigada en mí. Pero la disfruto como un enano. Me lo paso genial con cada capítulo de estos últimos 6 años. Se nos acaban las estatuillas llenas de heroína. Nos deja Kate, la heroína entre héroes, que ya no sabe a quién besar y a quién querer. Nos deja esta panda de solitarios que nos hacía compañía. En unas horas, partirán a no sé muy bien dónde. Ya no más gritos buscando a Walt, ni ladridos de Vincent. Nos deja la isla maldita y nos deja con una soledad maldita. Se va para siempre el vuelo 815 a Los Ángeles que aterrizará en cualquier ciudad sin billete de vuelta. En pocas horas se van Jack y Jacob de una isla que han jurado proteger. Se va Hurley y su inocencia. En poco rato escucharé por última vez el famoso Previosly on Lost. Se termina el "Esta no es vuestra isla, es nuestra isla, y si estáis aquí es porque nosotros os dejamos". Ya no nos dejan estar en la isla, en un rato nos echan.

Se acaba Lost. Y yo no estoy preparado. Y la soledad que se avecina es terrible.

martes, mayo 18, 2010

Ya sabes cómo es esto.

- Hola, niña – la saludo, entre nervioso y excitado, al verla conectada aporreando el teclado lo más rápido que puedo.
- Hola, Sr. Anderson (ya sabes que me encanta tu nick), guapo, qué de tiempo, ¿no?
- Sí… sí. (A mí el tuyo también).
- ¿No te parece Ninfa un nick demasiado… humm… trillado?
- No… no. A ti sí que te trillaba yo, je.
- Je, je.
- Me gusta saber de ti, Ninfa.
- Hablamos desde hace mucho tiempo por este medio, ¿no es cierto?
- Sí, lo es, pero también que hace bastante tiempo desde que hablamos la última vez.
- Volvemos a encontrarnos… Sr. Anderson… ja, ja, ja.
- Siempre me cuelas esta frase, ¿verdad? Por mucho tiempo que pase.
- Por algo soy una ninfa.
- Te echo de menos, Ninfa, ¿dónde te has metido?
- Ya sabes, he tenido bastantes temas profesionales que me han impedido estar online por aquí.
- Deberías haber elegido la píldora azul, como yo, y estarías conmigo.
- Ja, ja, ja, vaya, tú también me cuelas esta frase siempre, Sr. Anderson. Pero sabes que no puedo, es… complicado.
- Insisto, te echo de menos, Ninfa, porque siempre te he considerado mi chica favorita de internet, porque sabes responder. Y saber responder no es saber todas las respuestas, sino elegir las más oportunas y divertidas. ¡Y tú eres un hacha para eso!
- Eres mi chico favorito de Matrix, al menos de este Matrix extraño que es mi vida.
- Pero nada es complicado, siempre hay una forma simple de ver las cosas. Y tú, como ninfa, bien deberías verlo.
- Me enamora tu inocencia.
- Y a mí me enamoras tú, y la vida. Estoy loco por la vida y por disfrutarla, ¡disfrútala conmigo! Hay que disfrutar cada minuto y cada sorbo y nunca hay sonrisas suficientes ni problemas que no tengan solución aunque a veces nos parezcan imposible de superar.
- Lee más arriba.
- ¿Cómo?
- Que leas unas líneas más arriba, tonto, ya te lo había escrito, ja, ja, ja.
- Te enamora mi inocencia… je.
- Sí.
- Te voy a seguir diciendo lo que me enamora de ti. Me enamora de ti…
- Sr. Anderson… no puedo.
- ¡Joder!
- Debes hacer un nuevo pago si quieres seguir hablando conmigo por Webcam, Sr. Anderson. Ya sabes cómo es esto.

lunes, mayo 10, 2010

La ciudad perpetua.

Por fin aterrizas en el aeropuerto J.F. Kennedy de Nueva York. Nada más bajar del avión y salir del recinto del aeropuerto para buscar tu taxi te das cuenta de dónde estás, sientes que acabas de llegar a un lugar maravilloso. Llamas a tu hotel, que tiene un servicio de transporte gratuito desde el aeropuerto, para decirles que ya estás en el JFK y que vayan a recogerte, te indican que el taxi te recogerá en la zona D. Antes de ponerte a buscar la zona D, te metes las manos en los bolsillos y suspiras, respiras ese aire de muchas mezclas. Por fin estás en Nueva York, en la ciudad que tanto tiempo llevabas deseando visitar. Estás en tu ciudad, la sientes tuya, aunque la acabas de pisar. El bullicio de gente en la puerta ofreciéndote todo tipo de taxis y transportes te agobia un poco, pero sonríes e informas en un inglés mediocre que ya tienes taxi. La noche de Nueva York ya te atrapa, te envuelve. Tú también la atrapas, metes un poco de ella en los bolsillos donde guardas tus manos, más adelante la necesitarás. Tardas un poco en encontrar la zona D, pero al final la localizas. Después de unos minutos aparece el Taxi, el taxista te preguntas si vas al Panamerica Hotel y asientes. El hotel tiene cierto sabor a añejo y un olor a humedad que echa un poco para atrás, o a cualquiera le hubiera echado un poco para atrás, pero a ti te parece que tiene un encanto que aplasta. La habitación tiene moqueta, como a ti te gusta. La cama tamaño king size, como a ti te gusta. Dejas tu breve maleta en el suelo y vuelves a probar un poco de esa humedad encantadora que baña tu habitación y te baña a ti. A pesar de ser las 21:00 hora local, de que no has dormido en el avión y de que para tu cuerpo son las 4:00 no tienes sueño y decides darte un paseo por Queens y cenar una hamburguesa.

Al día siguiente tomas la línea R del metro hasta calle 42 con la séptima avenida. Sales del metro y empiezas a entender de verdad dónde estás. La maravilla que es Time Square te desborda, sobrepasa de largo las expectativas que te habías creado sobre esta ciudad. No te contienes pues no estás aquí para contenerte, alzas los brazos y gritas: “Yeah!”. También te maravilla que nadie se fije en ti, ni te mire de forma rara. No eres nada para nadie de los transeúntes que pasan a tu lado. Te embriagas de Nueva York, por fin estás en la ciudad de tus sueños y de tus pesadillas. Por fin has completado el viaje que soñabas. Al fin estás en la ciudad perpetua. En tu ciudad. Entiendes que Nueva York es más que una ciudad, es una forma de vida y una forma de muerte. Un conglomerado de maravillas, una mezcolanza de ritos, suertes y culturas. Es un enamorarte de formas y geometrías, de estilos y de alturas. Vagas asombrado como un alma reciente por la séptima avenida. Te diriges al norte, enamorado y asombrado por la majestuosidad de lo desmesurado de Times Square, en busca de tu próximo destino: Central Park. Interpretas Central Park como una isla dentro de una isla, una amalgama de contrastes, un lugar único sin el cemento y lo desbordado del resto de Manhattan. Bajas al sur por la quinta, disfrutas de sus edificios y de la idiosincrasia. Te pides un perrito caliente por un pavo en uno de los miles de carritos de perritos que te encuentras. Dices que no a varias personas que te ofrecen darte un paseo en bicicleta-carri-coche. Ya te has comido tu perrito, has visto los edificios, has entendido Nueva York. Ya sabes que es distinto al resto de ciudades. Ya sabes que Nueva York te engulle y te devora. Y te digiere. Y te resucita para darte la vida de nuevo, te convierte en otro hombre. Dejas de sentir lo que sientes para sentir otras cosas muy distintas. Tu corazón late más deprisa, entra en sintonía con el compás macabro y maravilloso de la ciudad. Ya sabes qué es Nueva York. Ahora tienes que hacer lo que has venido a hacer. Después de una larga caminata, de pasar por Washinton Square, por el Soho y de pasada por China Town, llegas a tu destino: El majestuoso puente de Brooklyn. Te impresiona. Lees una vez más su historia en la guía de Nueva York que llevas contigo y vuelve a impresionarte. Un puente cargado de historia y de historias. De muertes y sufrimiento. Estás allí. Es tu sitio. Has venido a esto, a vértelas con el puente de Brooklyn. Avanzas hasta la mitad del puente. Gateas como puedes hasta el borde. Y miras el East River. Tiemblas. Y recuerdas que te quedan pocos días de vida. Quieres morir con magia, que el río te destruya antes de que lo haga tu terrible enfermedad. Quieres una muerte romántica. En tu ciudad, es tu ciudad aunque acabes de pisarla. Llevas un día en Nueva York y ya la has hecho tuya. El atardecer es precioso, el cielo parece estar tan cerca a esa altura que te planteas escalar el puente, pero miras abajo y ves el río, esplendoroso, cargado de agua para darte el bautismo inverso. Te dejas llevar y te dejas caer al río. Te empuja la magia de la ciudad, que quiere engullirte y hacerte un hombre nuevo. Lloras mientras caes, por lo maravilloso de tu muerte. Sacas de tus bolsillos un poco de la noche de Nueva York que te guardaste y la respiras, la sientes y la vives. Eres feliz. Casi esperas que Spiderman te salve, pero no ocurre. El río te abraza. Te acaricia. Te besa con unos labios mortales.

Nueva York te traga. Y tú le devuelves las caricias con tus manos cargadas de noche de Nueva York. Justo antes de morir te despides de Nueva York, con tu sueño cumplido.

lunes, mayo 03, 2010

Acuérdate de vivir



El nuevo disco de Ismael Serrano, acuérdate de vivir, es un plan para mirar hacia el futuro echándole un vistazo rápido a los pasos andados. Es una estrategia optimista trazada con las notas musicales mejor seleccionadas, teniendo como cómplices a unos acordes que son palpitar de corazones de una música que sigue muy viva. El último disco de Ismael Serrano es un destruir muros de granito y de ceniza y un construir caminos, aunque ninguno de rosas porque ese tipo de caminos no existen. Es un baile a la vida, al momento. Un saber a dónde ir y a dónde volver. Es una bulería sin miedo. Un balance de vértigos, de Wendys y de peces de colores con memoria, de cómics y de princesas capturadas. Es un balance acertado de suertes y fortunas. Es un manual para conquistar el mundo, o al menos para conquistar tu propio mundo. Es una prueba de que lo pasado está muy bien, pero que lo mejor está por llegar. Es un caudal y un torrente de lo que tú y yo sentimos recogidos es un disco que sólo te recuerda que estás vivo. Es la certeza de que no estamos muertos. Es el frescor y el aliento que necesitamos cada mañana. Es un antídoto contra la desidia, que es nuestro estado óptimo de obediencia. Es un argumento para negar que la mitad de nada cada día esté más cerca del doble de todo. Es una espada contra la nada y un guiño al todo. Al fue, al es y al será.

Acuérdate de vivir, incluso olvídate de morir.