martes, septiembre 04, 2007

Civil War 2


La máscara es la huella suave del héroe, la marca dulce, o unos ojos para mirar tras sus ojos, un color para el cristal con que se mira. La máscara es la belleza del ausente, el hombre tras la cortina o el as en la manga. Peter Parker es Spiderman. Lo sabíamos nosotros porque así se llamaba una de sus colecciones, pero no lo sabían la mayoría de los personajes ficticios al otro lado de la máscara, de esos ojos blancos polarizados. Peter Parker se ha quitado la máscara y ha dicho a todo el mundo que es Spiderman, que no se arrepiente de ello y está orgulloso. Peter Parker es Spiderman y se ha quitado la máscara sin saber dónde va pero sabiendo muy bien dónde no va a poder volver nunca. Ni al instituto. Ni a la redacción del Daily Bugle.
Peter Parker se ha quitado la máscara, quizá animado por Tony Stark, que quizá sea un pepito grillo corrupto.
Peter Parker rompe con su pasado mostrando su mayor secreto, quizá su mayor virtud, su mayor encanto o su mejor arma. Rompe con su pasado y arrastra con su máscara muchos de sus recuerdos, ya irrepetibles... no sabe dónde va, pero sí dónde no va a volver nunca. Arrastra con su máscara a forma de saco parte de lo que es, gran parte de su libertad y toda su intimidad.
Peter Parker se quita la máscara en público, y mete en ella los más jugosos gusanos... los mejores reclamos pero sin anzuelos para sus enemigos.
Y hay quien le odia. Y hay quien le mataría. A él y a ellas.
Peter Parker se quita la máscara, disfrazando a su libertad y su intimidad con las más elegantes camisas de fuerza y poniéndose el traje de moda que marca Stark y el registro.
Peter se quita la máscara y ya casi nadie puede mirarlo a la cara.

jueves, agosto 30, 2007

La entrada más amarga.




Esto no es un cuento, ni un relato. Es la despedida amarga. De un amigo que ni conocía en persona pero que era un amigo. Amarga como la mirada del otro, que nunca ves pero que siempre quieres ver. El 11 de junio nos dejó Sebas, uno de los grandes del PAMMHG, al que perdíamos siempre en las caídas y siempre recuperábamos. Esta vez no, amigo, maldita sea, y no sabes cuánto lo siento. Nos dejaste el 11 de junio, pero me acabo de enterar y ha sido un jarro de agua fría. Mil jarros de agua fría. No me hago a la idea, amigo mío, todavía de tu pérdida, de que siempre vas a faltar, como la mirada del otro. Te echaré muchísimo de menos, amigo, aunque todavía no me haga a la idea de cuánto. No puedo entender que no estés, no puedo entender que faltes. Todavía no puedo entender la amarga soledad que nos espera sin ti. No puedo entender que siempre vayas a estar desconectado en mi messenger, el hilo que me unía contigo a falta de conocernos en persona, cuando siempre estabas conectado y hablando conmigo de muchas cosas (amigo, spidey ya no será lo mismo sin ti). No puedo entender que ya no estés cuando eras el que más estabas, no puedo entender que ya no estés porque siempre me decías que las cosas había que hacerlas hoy y no dejarlas para mañana. No puedo entender que ya no estés, ni lo macabro de la jugada de dados de la parca para elegirte.


Hasta siempre, Sebas, amigo mío. No sabes cuánto te echaré de menos, ni siquiera yo me hago a la idea.

martes, mayo 22, 2007

Los regalos de la muerte XIX.

Los regalos de la muerte.

Capítulo XIX: Luna, dulce Luna.

- Luna Valdivieso, antes –

Julio Gandía se sienta a tu lado, en una nueva sesión, terapia o lo que sea este invento del doctor Villaescusa con el que dice que te va a curar tu mal. Gandía te sonríe con 1 parte de sinceridad y 9 de babas. Hace un movimiento lento y te pone el brazo por encima. Te incomoda, incluso te molesta, pero no haces nada. Sólo le devuelves la sonrisa con 1 parte de odio y 9 de asco.

Llega el doctor y saluda al grupo. Te pregunta cómo estás. Si estás mejor que ayer. Le contestas que más o menos igual. Él te asiente y te dice que es normal, que necesitas un par de días más para que empieces a notar una sensible mejora. A continuación os cuenta a ti y al resto del grupo que, hoy mismo, van a unirse 2 nuevos miembros al grupo y que deben de estar a punto de llegar. Dice, fascinado, que ambos tienen un don de nivel 4. Villaescusa alucinando, Gandía parece alegrarse, Laviña recela y parece proteger su brazalete con su brazo en forma de escudo, y tú, indiferente, escupes un “¡vaya!” más falso que un duro de chocolate. Te la suda, ni siquiera sabes qué significa tener un don nivel 4. Ni tampoco qué significa un nivel 3, al que perteneces. Sólo quieres volver a ser la misma. Quieres ser otra vez Luna, apasionada como ninguna.

Y de repente suena el timbre, y escuchas a Beatriz hablar con alguien. Reconoces enseguida la voz de ese alguien. Te pones un poco nerviosa, tu corazón palpita un poco más deprisa y con más fuerza, tanto que escuchas tu sangre circular por tus venas más cercanas al oído. Dios, es Javi, te dices. Y te alegras. Te alegras de que sea Javi, al que creías que no volverías a ver. Al que le habías dicho que no querías. Lo escuchas hablar con Beatriz y notas un punto de coquetería en la chica y un millón de puntos de más en Javi. Y te sientes celosa, a pesar de estar con Gandía y tener sus zarpas en tu hombro. Entonces decides fingir que te pica el hombro en el que Julio te tiene puesta la mano y se la apartas para rascarte confiando en que no vuelva a ponértela. El aguijón de los celos se te clava un poquito más con la risa de seducida de Bea y con la voz contundente de tu ex-amante.

Villaescusa dice que ya ha llegado el primero de los nuevos integrantes y dice que va a salir a recibirlo. Al instante regresa con Javi al que el doctor presenta al grupo. Y Javi, como siempre, entra como un torbellino en la casa de paja del cerdito del cuento. Notas que está nervioso, pero también como siempre, saca un as de la manga para compensarlo y empieza a chulear a Laviña, que se hace enormemente pequeño con los envites de Javi. Después de acabar con Laviña se vuelve hacia ti y te sonríe. Al principio le odias. Pero de repente te dice: “Hey, Luna”. Y te lo dice con su tranquilidad, su aire de despreocupado y su cierta mirada de cordero, que te recuerda al poema que te escribió, el que tituló “Luna, dulce Luna”. Con el que te enamoró. Con el que consiguió que te decantaras por él antes que por Andrés. “Hey, Javi” le contestas, con tu sonrisa de algodón de azúcar y devolviéndole la mirada de cordero degollado, que consigue ponerlo, de nuevo, un poco nervioso.

- Froilán Caraballo, antes –

(día de la primera y única derrota de Caraballo al ajedrez)

- Vaya, vaya, mira quién me llama, je, je, je, ¿qué querrá este ahora?... ¿Dígame? – digo, como si no supiese quién llama, al descolgar el móvil.
- ¿Froi? Soy Fede, ¿qué tal, tío? ¿Por qué no te vienes a echar una partida de ajedrez? Después de la partida del otro día creo que puedo ganarte... – me contesta con sorprendente confianza. Supongo que estará de coña... el otro día lo machaqué de manera humillante.
- Joder, Fede, al ajedrez serás un paquete, pero tirándote el pisto eres único. ¿Quieres que vuelva a machacarte? Está bien, tío, está bien. Salgo para tu casa.
- Aquí te espero, ¡y prepárate para tu primera derrota!

El camino hasta la casa de Fede lo aprovecho para pensar mil y una maneras de vencer y humillarlo en el tablero. Me entretiene la “pre-partida” tanto, que el viaje se me hace cortísimo. Cuando me doy cuenta, ya estoy en casa de Laviña, colocando mis fichas negras y pidiéndole Laviña una birrita bien fría.

Laviña me trae la cerveza, sin decir palabra y sin dejar de mirarme a los ojos. Me sorprende que sea así, porque normalmente mira al tablero, al techo o al suelo, pero no me incomoda que lo haga. Es más, tampoco le aparto la mirada. Coloca sus fichas sin dejar de mirarme, poniéndolas perfectamente en su sitio y de memoria. Cuando termina de colocarlas, hace su apertura.

- Apertura del peón del rey – te dice colocando el peón 2 posiciones más adelante, serio e inmutable, en lugar de su típico chiste “jaque, jaca tú que yo ya he jacao”.
- Tío, ¿estás bien? Estás irreconocible... – le contesto perplejo. Bah, si quiere tomárselo en serio, adelante, voy a machacarlo de cualquier forma.
- Sí, estoy bien, es tu turno - me dice con voz de saxofón antiguo pero afinado.

Hago la misma apertura, peón del rey y rápidamente mueve él, colocando el peón del alfil del rey 2 posiciones más adelante y ofreciéndome un gambito del rey*. Y se queda callado, en lugar de decir su manida frase: “gambito del rey... ¡el rey de los gambitos!”. Decido no aceptar el gambito y sacar el alfil para amenazar al caballo que ha dejado al descubierto con el segundo movimiento.

La partida transcurre de manera extraña, me cuesta ver la jugada y Fede siempre hace los movimientos que yo hubiera hecho, como si me leyera el pensamiento, como si ahora él en lugar de yo pudiese anticipar los movimientos. Me está puteando, jamás Laviña había llegado tan lejos es una partida. Ni Laviña ni nadie que se hubiese enfrentado a mí. Fede tenía la claridad de movimientos de Capablanca y la agresividad en ataque de Fischer. Había conseguido neutralizar mi ataque con una defensa incontestable y, para más inri, consiguió evitar que hiciese un enroque.

Y entonces llegó el momento que más temía...

- Mate en 2 – me dijo con voz de cuchillo afilado.

No pude decir nada, sólo mirar el tablero. Era mate en 2. Joder ¡ JODER !

Laviña no dejada de mirarme, impasible, sin decir nada, sin regodearse de su victoria incontestable.

- ¡ JODER ! – grito perdiendo los papeles y tirando el tablero con todas las fichas. ¡JODER!

Me siento derrotado, por los suelos, mucho peor de lo que nunca haya podido sentirme. Quizás no lo entiendas, es sólo una partida, pero para mí es algo muy grande. Jamás he perdido una partida, con nadie, nunca. Esto me resulta muy doloroso. Salgo a la calle, sin despedirme. Huyo gritando como un desalmado, como un paranoico. Mis pulsaciones rozan las 180 por segundo. Siento los ojos salirse de sus órbitas y mis puños cobrar una fuerza descomunal. Me acerco a mi coche y pillo a alguien intentando robarme la antena del coche.

- ¡¿ QUÉ COÑO HACES ?! – le grito, y le enseño mi puño con nudillos de garras de león, y golpeo el lateral de mi C3 hundiendo la chapa y desplazando unos centímetros el coche. La fuerza del puñetazo fue sobrehumana, incluso sobrepaquiderma (quizá proporcional a la de una araña). El chico que me intentaba quitar la antena se le puso la cara blanca como los 3 últimos años del Real Madrid y salió huyendo manchando sus calzoncillos con batido de chocolate... o similar.

Mientras insulto al chico huyendo, encuentro en mi limpiaparabrisas una octavilla que reza: “¿Tiene problemas que no le dejan vivir? El doctor Villaescusa tiene la solución. Llame y hablemos.” Pero no me salía de la polla llamar, así que como venía la dirección decidí acercarme en coche sin pedir cita previa. Y allí me presenté.

Me abrió directamente el tal doctor Villaescusa.

- Ru, ruuu – me dice, dejándote totalmente descolocado.
- ¿Qué coño dices? – le pregunto alterado.

Y me coge la mano. Y me dobla la muñeca. Caigo de rodillas del dolor.

- Ru, ruuu – me dice con voz de teléfono móvil sin cobertura.

Estando de rodillas, me pone la mano en la cabeza, y me la acaricia.

- Ru, ruuuu, azúcar... ru, ruuuu, no puedes.... ru, ruuuu – me dije de forma ilegible con voz de megáfono afónico.

Ahora me coge el pelo y tira fuerte de él. Me hace daño y va a pagarlo. Por mis cojones que va a pagarlo.

- Ru, ruuu, hasta que se consuma, ru, ruuuu, sólo puedo salvarte yo, ¿entiendes?, ru, ruuuu, y no puedes despertar, ru, ruuu – me dice con voz de iceberg derritiéndose.

Entonces me levanto, me pongo en pie a pesar de que me tambalean las piernas, le digo al tipo que tengo frente a mí que apriete los dientes y le golpeo con todo lo que tengo la repulsiva cara del tipo este. Cae al suelo inconsciente.
- ¿QUÉ COJONES DICES? – le grito alterado y recuperando totalmente la conciencia. Mientras le veo caer del puñetazo brutal que le he dado.

- Fede Laviña, antes –

(día de la primera y única derrota de Caraballo al ajedrez)

- Villaescusa, viene de camino Froilán Caraballo, le practico el salto al precipicio y te lo mando. – le dice por teléfono Laviña al doctor Villaescusa.
- Excelente, Fede. Si llega hasta mí y se confirma que es un don nivel 4 te habrás ganado el brazalete con creces. – Le contesta el doctor con voz de excitado voyeour.
- Ve preparando el brazalete – concluyó Laviña antes de colgar.

Fede esperó a Froi en la puerta de su casa escondido en una esquina. Esperó paciente, hasta que entró. Se abalanzó sobre el inspector y le puso 3 dedos en la cara. Luego 2. Y luego 1. Y, finalmente, le habló.

- Shhhh, tranquilo, Froi, tranquilo, déjate llevar.
- GARHHHGGG – apenas pudo articular guturalmente el inspector.
- Tranqui, Froi. Ahora vas a imaginar que te gano al ajedrez, con movimientos que harías tú. Y después de perder la partida te vas a dirigir a la C/ Alcorcón, 4, 6º B en Fuenlabrada. A la consulta del doctor Villaescusa pidiendo ayuda. ¿Lo entiendes?
- GIIIIRHHH
- Lo tomaré como un sí, Froi.

Y Froi, hipnotizado y cumpliendo órdenes, se marcha.

- Villaescusa, va para allá. Le dices al doctor cuando ves partir al inspector.

- Eduardo Villaescusa, antes –

(día de la primera y única derrota de Caraballo al ajedrez)

Abres la puerta y te encuentras a Froilán Caraballo, con los ojos en órbitas, en tu puerta. Se movía como si convulsionara, como si su sistema nervioso estuviese loco. Le das la mano y se la aprietas con fuerza. Con tanta que cae de rodillas del dolor. Por los síntomas deduces que Laviña le ha practicado un salto al vacío agresivo. Qué hijo de puta, piensas.

Le acaricias la cabeza, casi con amor. Tienes a tus pies y de rodillas a un presumible don nivel 4. Y está a tu disposición. A tus órdenes. Y no puede hacer nada que tú no le digas que haga. Y le empiezas a hablar.

- ¿Sabes, Froi? Puedo llamarte Froi, ¿verdad? Verás, Froi, te han practicado un salto al vacío agresivo. ¿Y qué quiere decir esto? Quiere decir que estás jodido. Que tu alma está es desacople con tu cerebro y que te están haciendo creer cosas que no están ocurriendo. Pero sí están pasando para tu cerebro. ¿Trágico, verdad? Sí, lo es, sobre todo porque tú no tienes ni puta idea de lo que está pasado. Te cuento, tus neuronas están funcionando como 100 veces más rápido de lo normal, el consumo de glucosa, es 100 veces mayor. Tu cerebro demanda azúcar, pero, a su vez, tus músculos, en tensión, palpitando, están demandando 100 veces más glucosa y, lo que es peor si cabe, 100 veces más de oxígeno. Que tú sólo puedes proporcionar a muy corto plazo. Tu cerebro, desesperado y por instinto, empezará a buscar oxígeno y azúcar de cualquier rincón de tu cuerpo. Cuando no encuentre nada, te lo quitará de las uñas, que se pondrán azules por la carencia de oxígeno, no puedes vivir si yo no lo quiero.

Entonces dejas de acariciarle la cabeza y le tiras del pelo con violencia.

- Estarás así hasta que se consuma todo tu azúcar o todo tu oxígeno, hasta que ya no quede nada en ti. Te consumirás como una supernova, sólo yo puedo salvarte, ¿entiendes? Estad a mí merced y no puedes despertar si yo no te lo ordeno.

Cuando acabas de hablar, Caraballo se pone de pie ante tu sorpresa. Ha salido, inexplicablemente, del salto al precipicio. No sabes reaccionar y escuchas que te dice: “aprieta los dientes” justo antes de descargarte un puñetazo con la fuerza de un Renault Fuego con el motor trucado que le hace caer al suelo inconsciente.

- Luna Valdivieso, ahora –

Despiertas estando desorientada y presa en un espacio muy pequeño. Oyes algo y ves que una puerta se abre. Aparece la figura de tu raptor, que reconoces inmediatamente.- ¡TÚ! – le gritas, y supones inmediatamente que él es el asesino de Reyes y Lagos.

jueves, febrero 01, 2007

Los regalos de la muerte (XVIII)

Después de un largo paréntesis, seguimos con Los regalos de la muerte con un nuevo capítulo que va especialmente dedicado a flux, druida, Selena e Isis. A disfrutarlo! :D

Los regalos de la muerte

Capítulo XVIII: El brazalete de Laviña


- Froilán Caraballo, ahora –

- “Tomo el mando” le dices a Ramiro España mientras te ajustas el sombrero que le has quitado y te marchas susurrando que Villaescusa lo va a pagar muy caro.

Tu corazón se acelera, te pones unos segundos los dedos en el cuello y calculas tu frecuencia cardíaca... más de 120 pulsaciones por minuto. Maldices a Villaescusa mientras sacas los nudillos como un león las garras. Te dices a ti mismo que vas a por él, a machacarlo. Va a pagar con muchos intereses el haberle practicado un salto al único poli que te sigue el ritmo de todo Madrid y una de las mejores personas que conoces. Vuelves a maldecir al doctor y te imaginas cara a cara con él y se te ocurren mil y una formas de vengarte, todas violentas, todas con tus puños con garras de león cabreado como protagonistas y tu corazón se desboca y empieza a parecerse a un motor de un ferrari alimentado con gasofa de un millón de octanos. Calculas que rozas las 150 pulsaciones por minuto e intentas calmarte, para ello acaricias ligeramente el ala del sombrero de España, inspiras por la nariz y espiras por la boca muy lentamente... casi 160 pulsaciones. Gritas a voz en cuello que no sirve de nada, blasfemas, maldices y entonces te sientes culpable. Te sientes tremendamente culpable por no haber compartido la mirada de hielo con Ramiro, ni la boca de fuego. Te sientes miserable por no haber llevado junto a él el peso de las termitas, por haberte apartado. Cuando tienes 180 pulsaciones por minuto te das cuenta que no hay otra salida. Que tienes que hacerlo. Que vas a hacerlo. Con las 180 pulsaciones decides hacerte el vaciado. Te paras en la acera, cierras los ojos y extiendes los brazos formando unos cuernos con los dedos y, tras unos segundos, los usas para cerrar el puño. Levantas ligeramente la cabeza unos segundos y luego la echas todo lo que puedes hacia atrás. Abres tus párpados pero tus ojos aparecen en blanco, como salidos de su órbita y te concentras. Piensas en el universo, en las estrellas, recorres mentalmente un viaje del Enterprise. Y al cabo de unos segundos has terminado el vaciado y aparece en tu rostro una sonrisa de tiburón, con la fuerza de tu corazón a mil por hora y la ambigüedad de la mueca de Mona Lisa, aparecen de nuevo tus ojos, que parecen estar otra vez en sus cuencas. Pero tus ojos son ahora inexpresivos, como si le hubiesen arrancado la vida, como si fuesen de cristal, hasta el marrón de tu pupila palidece pasando de ser de marrón brillo a marrón mate. Y tus pulsaciones bajan vertiginosamente, estabilizándose en las 40 por minuto.

Con tu sonrisa de tiburón disfrazado de Mona Lisa, tus ojos vacuos marrón mate y tus pulsaciones de Indaráin en sus mejores tiempos te marchas hacia tu coche, vas a hacerle una visita sorpresa al buen doctor mientras sonríes y te preguntas si Villaescusa le tiene miedo a los tiburones. Concluyes que sí y enseñas los dientes de tiburón.

Cuando llegas a tu coche te encuentras a un chico intentando robarte la antena de la radio. Te acercas a él tan tranquilo y venenoso como un campo de trigo y le dices con un tono de voz poco más potente que un susurro que deje la antena, que no es comunitaria, mientras haces un gesto con la mano y le preguntas que si lo pilla. El chico se vuelve con gesto amenazante clavando su pupila en tu pupila marrón mate. Y tú te metes las manos en los bolsillos, le sonríes y le dices... “poesía eres tú”. Y transformas su gesto amenazante en balido de cordero degollado paralizado por el miedo. Te acercas a él, sin superar nunca las 40 pulsaciones por minuto y le dices que esté tranquilo y que se marche a casa. Le regalas una sonrisa más de tiburón blanco y te metes en el coche.

- Javi Lagos, antes –

Villaescusa quedó impresionado con las citas que tuvo con Javier Lagos y Andrés Reyes. Hacía mucho tiempo que el doctor no se las había visto con personas con dones de nivel 4. De hecho, hasta ahora, sólo conocía a una persona que lo tuviera... Froilán Caraballo.

Así que el doctor decidió telefonear a Javi y Andrés para que se unieran a El Grupo. Enseguida consiguió contactar y convencer al primero, el jugador de baloncesto ni siquiera le cogía el teléfono. De momento se conformó con Javi, y quedó con él para una sesión con todos los componentes de El Grupo.

Javi no faltó a la cita. No sólo no faltó, sino que llegó con más de un cuarto de hora de antelación, cosa que delataba el interés desmedido que le despertaba este grupúsculo. Había hablado con el doctor de su don, de la teoría del conocimiento del alma, de El Grupo que lo forman gente con dones. Sí, tenía mucho interés, tanto como para hacerle llegar más de un cuarto de hora antes. Lo recibió la secretaria/enfermera.

- Buenos días, ¿ llego pronto, señorita...? – saludó Javi alargando la última a de señorita un par de segundos.
- Buenos días, señor Lagos, llega pronto pero no va a tener que esperar mucho. Por cierto, me llamo Beatriz Abad y... no quiero más chistes malos sobre nombres – dijo la secretaria con sonrisa picarona y con mirada expectante, como exigiéndole que le contara un chiste sobre nombres con la autoridad de las enfermeras de los pósters de los hospitales que piden silencio con el dedo índice entre los labios.
- Ja,ja,ja, pues vaya, se me acaba de ocurrir uno sobre tu nombre.
- ¿Con Beatriz? ¿Pero qué chiste puede haber sobre ese nombre?
- ¿Eso significa que quieres que te lo cuente, señorita Abad?
- Eso significa que de haberlo, es malo, muy malo.
- Ja, ja, ja, pues sí, es bastante malo. Pésimo, diría yo – dijo Javi con ese tono entre pasota y chulesco que tan bien le salía. Esta era su especialidad, hacerse el interesante.
- Pues nunca viene mal saberse los chistes sobre tu propio nombre. Dispare.
- Mujer valiente, sin duda. Está bien, ahí va... ¿sabes cuál es el masculino de Beatriz? – preguntó Lagos levantando un par de veces las cejas y luego arqueando sólo la derecha.
- Ja, ja, ja, ¡ni me había parado a pensarlo! ¿Cuál es?
- Beator – contestó Lagos y como suponía que no lo iba a pillar susurró: “Ya sabes, actriz... actor, institutriz... institutor...”
- ¡Pero qué malo! – exclamó la enfermera alargando la o un par de segundos.
- Pésimo, diría yo – añadió Javi sonriendo.

En ese momento llegó a recepción proveniente de un cuarto el doctor Villaescusa, que dio los buenos días a Javi y le pidió que le acompañase. El doctor lo llevó al cuarto del que venía. Estaba nervioso, y no es que los chistes malos lo pongan nervioso, es que la curiosidad lo desbordaba, como a los gatos.

En el cuarto, además del doctor había 3 personas. Al verlas se llevó un sobresalto. La sorpresa casi le hace gritar, pero aguantó estoicamente y guardó las formas.

- Javier, te presento a El Grupo. La chica se llama Luna Valdivieso, él es Julio Gandía y, por último, te presento a Federico Laviña.
- Los conozco a todos, doctor – dijo Javi tragando 3 metros cúbicos de saliva.
- Pero... ¿Cómo...? ¡Increíble!

Javi estaba mucho más que nervioso, casi arrancaba a sudar, le picaban las palmas de las manos y su boca estaba seca. Intentó reaccionar y miraba para todos lados, movía los ojos de un sitio para otro intentado encontrar algo que lo tranquilizase. Y se fijó en que Laviña, su prestamista, llevaba un brazalete puesto. ¿Qué cojones será ese brazalete? Se preguntó. Como vio que eso lo calmó un poco, insistió en ello.

- Fede, ¿y ese brazalete? – preguntó Javi a Laviña señalándose el bíceps.

Laviña quedó callado, confuso. Se le notaba una pizca de miedo y 2 cucharadas de inseguridad. Por momentos parecía que temía que se lo quitasen. Sentimiento que, por supuesto, Javi notó enseguida. No dudaría en aprovechar ese temor de Laviña para paliar el nerviosismo y las ganas de huir que tenía.

- A su debido tiempo lo sabrás, Javi – Le contestó como asustado Laviña, ocultando el brazalete que lucía en su brazo izquierdo y formando una especie de escudo con su brazo derecho.

Javi hizo un amago de ir a quitarle el brazalete y Laviña reaccionó de un respingo muy brusco.

- Tranquilo, Gollum, que no te quito tu brazalete para unirlos a todos – dijo Lagos entre risas. Mi tesssoro – añadió.

Laviña no le respondió con palabras, pero sí con una mirada de odio que aumentaría en 8 grados centígrados el calentamiento global del planeta.