lunes, septiembre 27, 2010

Llega Dexter




Se va acercando la hora de salir de la oficina y ya miro a todos mis compañeros como posibles Trinitys, todos siguen todos los días la misma pauta dramática de escribir código (aunque ninguno como el de Harry), ir a reuniones y mandar correos. Miguel Prado me aguarda en una reunión envuelto en plásticos y rodeado de las fotos de sus víctimas inocentes. Mi sargento me mira mal y me llama friky, le devuelvo la mirada y lo nombro el carnicero de la bahía Harbor después de unos (des)afortunados accidentes. Mi hermano oscuro se ha dejado llevar por el reverso tenebroso de la fuerza y es un asesino despiadado, aunque no está a mi altura. Miro el reloj, ya casi es la hora de cazar.

Mi pasajero oscuro me lleva esta tarde a saciar mis más lúgubres instintos. Soy un asesino en serie. Concretamente de una serie llamada Dexter.

Nos vemos esta tarde, querido Dex. Yo llevo los machetes y las cervezas. Encárgate tú de los plásticos y las fotos.

martes, septiembre 21, 2010

Los regalos de la muerte

Hay historias que nunca mueren, que aunque estancadas nunca terminan de perder la batalla contra el olvido. "Los regalos de la muerte" es una historia que surgió en mi cabeza hace más de 4 años, casi 5. Y que lleva más de dos estancada. Esta historia sigue en mi cabeza, se forja en mis entrañas y está atrapada en la yema de mis dedos, donde grita desconsoladamente sin que nadie la oiga. Estaba estancanda porque no salía de mis entrañas, sé el final de la historia y lo que quiero contar, pero necesito el soplo de la inspiración para plasmar con palabras lo que quiero contar. Esta historia llevaba un tiempo en zona árida y en una espiral sin salida. Y no sabía cómo seguir. Y no sabía cómo olvidarme de esta historia y tirarla a la basura a la mitad. Un buen amigo me dijo que había que escribir, juntar palabras al menos. Lo intenté, pero no me salió. Pero hace unos días, mientras conducía, me susuró la inspiración, me sopló al oído. Le arranqué a mi ninfa autista de sus manos frías el capítulo 21. Por fin. Y ya hay fecha de salida. Es imperdonable, y ya me gustaría otro ritmo para esta historia que no me abandona y que no quiero abandonar. Pero a mi ninfa autista le gusta estar callada a menudo.

El viernes 23 en nuestro blog solípedo favorito el capítulo 21: Luna menguante.

P.D. Estoy por poner un gadget de cuenta atrás :D

P.D. Os dejo un enlace a los capítulos anteriores:

Capítulo 1: Gana la Banca

Capítulo 2: El hombre del piano

Capítulo 3: Órdago a la grande

Capítulo 4: No va más

Capítulo 5: Yo soy el número 1

Capítulo 6: Curiosidad asesina

Capítulo 7: Fede y Froi: Un campo de trigo

Capítulo 8: Enamorados de Luna

Capítulo 9: Fede y Froi: Gambitos

Capítulo 10: Odio ese ruido

Capítulo 11: Three Points Basket

Capítulo 12: ¿Quién es el doctor Villaescusa?

Capítulo 13: Ya eres mío, Laviña / Ya te tengo, Gandía

Capítulo 14: El frío abrazo

Capítulo 15: Caraballo toma el mando

Capítulo 16: El grupo

Capítulo 17: Dame tu alma y cumpliré tus deseos

Capítulo 18: El brazalete de Laviña

Capítulo 19: Luna, dulce Luna

Capítulo 20: Enemigos naturales

jueves, septiembre 09, 2010

El buen sicario

La ceniza asfixia el fuego de mi humanidad, se amontona y se acumula en una parte de mí donde antes había luz. Ya no soy nada, sólo una perfecta máquina de matar que cumple encargos de manera eficiente. Soy un sicario, el mejor, porque mis asesinados parecen muertos por cualquier razón excepto por un asesino a sueldo. Soy un sicario muy caro y solicitado y acabo de matar a un hombre, enterrando esa parte de mí donde antes tenía luz con un puñado más de ceniza. Tengo una piraña dentro de mí que devora mis sentimientos, que me corroe los escrúpulos. Cada vez que mato, esta piraña insaciable come más rápido que nunca, a grandes bocados y sin masticar.

El viento sopla fuerte en esta noche fría de primavera, los árboles se contonean con el viento, como diciendo adiós al alma del último tipo que acabo de matar. Su cuerpo aún está caliente, pero el viento, que arrastrará el calor y arrancará las últimas trazas de vida, no tardará en enfriarlo, como el soplido de una madre a la sopa de su hijo. Este pobre diablo murió por tirarse a la esposa del mafioso que me ha contratado. Un polvo que ha pagado caro. Un polvo de mantis macho.

Suena mi blackberry. Es un mail de otro de mis principales clientes y me dice que mate a la familia de un tal Rodrigo Antúnez, a su esposa y a su hijo de 4 años. Me da su dirección y el intervalo horario en el que están en casa. Según él, merece morir porque se la ha jugado varias veces con la pasta y que con su pasta no se juega. Me dice que no entendió los mensajes que le mandó en forma de palizas. Me dice que debe aprender, y que la única forma de hacerle entender que con él no se juega es cargándome a su familia. Mi humanidad me grita que no lo haga, que huya, pero la ceniza ya ha apagado la luz que una vez tuve en mi interior y la voz de la conciencia y la razón. Mi piraña me ha destrozado a dentelladas mis sentimientos y mis escrúpulos. Haré el trabajo. Cojo mi coche y me piro.

Rodrigo está enfermo. Necesita drogas y necesita jugar. Y eso vale un dinero que no tiene. Su familia aguarda en casa (una casa que no puede pagar). A base de pedir préstamos a gente poco fiable ha conseguido mantener a su esposa y su hijo lejos de su realidad. No saben que se droga. No saben que es ludópata. No saben que no pueden pagar la casa ni los coches. Rodrigo sufre, y no sabe de dónde sacar ya el dinero, no sabe cómo seguir dándole largas a Tony, que no deja de amenazarlo y apalizarlo para que le devuelva el dinero. Rodrigo tiene un plan vago. Le urge la necesidad. Va a robar una pequeña tienda.

Cojo mi coche y me piro. Circulo despacio y con cuidado. Una de mis reglas es no llamar la atención, no destacar. Para ser el mejor sicario antes hay que ser el hombre más amable del vecindario, ayudo a bajar la basura a mi anciana vecina y subo el periódico todas las mañanas. Hay que ser el más educado y el más corriente. Hay que parecer normal. Tanto que nadie se fije en mí, que sea el último sospechoso de cualquier cosa. Eso me hace el mejor. Eso y mi ceniza. Y mi piraña. Aparco con cuidado, siempre que puedo en batería (la gente se fija más en los coches que aparcan en línea). Voy tranquilo y despacio y sin hablar por el móvil. Veo que la puerta está abierta. No me gusta que lo esté, eso llama la atención. Así que entro un tanto intranquilo.

Rodrigo nunca ha robado, pero no se le ocurría otra cosa. Está nervioso, el corazón le palpita fuerte en la cabeza y su garganta es el pozo más seco de un desierto. Su plan es esperar a que la dueña salga un momento al bar de enfrente a pedir un café y una napolitana, como hace cada día, y esperar que se deje la puerta abierta con el cartel de “Vuelvo enseguida”. Tiene suerte, hoy se la ha dejado. Se pone una media en la cabeza y entra torpe pero rápido. Y muy nervioso.

Entro intranquilo a la casa pues la puerta estaba abierta. Está el niño pequeño, que me ve y sale corriendo…

Entra torpe y rápido a la tienda. Y muy nervioso. Abre la caja registradora. La señora ha tenido un buen día en la tienda, tiene más de 500 pavos. La señora se ha vuelto antes del bar, entra a la tienda y ve a Rodrigo y sale corriendo, huye todo lo lejos que puede. Él también, con los más de 500 pavos en el bolsillo. Quizá le dé para calmar un poco a Tony. Espera que sí. Le prometerá que tiene más planes para pillar pasta. Ojalá los 500 pavos le calmen por el momento.

El niño sale corriendo… hacia mí. Me abraza y me besa. Me dice: “papá, te quiero”. Abrazo al niño, le beso y le alboroto el pelo. Lo quiero con locura. Me casé con una mujer que no sabe de mi vida y tuve un hijo porque era lo normal. Pero este niño me ha afectado, lo ha cambiado todo en mi vida, ha despejado de la ecuación la luz y la inocencia. Es un torbellino que arrastra toda mi ceniza acumulada dentro de mí en ese sitio donde antes había luz. Y esta luz vuelve a brillar. Este niño es un torbellino que arrastra a la piraña. Tengo humanidad y sentimientos. Si la ceniza no vuelve a acumularse por la noche y la piraña a devorar, dejaré el trabajo. Quizá se salve también la familia de ese tal Rodrigo Antúnez.