miércoles, enero 18, 2006

Los regalos de la muerte (III)

CAPÍTULO II: Órdago a la grande.

¿Qué más debo hacer? Los he matado a los dos, he ido tras ellos uno por uno y les he regalado una muerte digna y, mírame a mí, desolado y abandonado por mi suerte, infectado, soy yo más su mierda, mírame, dibujándome círculos perfectos en la sien con un cilindro metálico, el mismo que le dio la muerte a Andrés Reyes. Ya puedo masticar la pólvora y aún no he disparado, ¿se puede decir que ya estoy muerto? No lo sé, lo que sé es que no río ni sonrío, ni me parto a carcajadas, ¿por qué ellos sí? ¿Por qué se reían a carcajadas? ¿Les hacía gracia o es que sienten que le han ganado la partida a la muerte y se burlan de ella? Yo les he susurrado el mate ganador, yo les he dado los 4 reyes para ver un órdago a la grande, lo dramático es que jugaban contra mí y no lo sabía, yo los he sacado de la mierda, lo irónico es que ha sido para meterme yo en su lugar, y mírame, desolado y abandonado por mi suerte, mírame, angustiado, permitiendo que mi pistola practique la danza de la muerte sobre mi sien. Quizá morir por salir unos instantes de la mierda es un precio muy barato que pagan gustosamente. No lo puedo saber, nunca he estado en la mierda, sólo ahora, pero a mí nadie me saca.

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