viernes, enero 06, 2006

No hay.

Israel Mestre iba a comprender, 5 minutos antes de que se le parase el corazón, que es más difícil elegir una muerte deseada que vivir sin ganas, sólo 5 minutos antes de que muriese pensó que no tener ganas de vivir no es lo más duro. Pero eso no es lo importante ahora, nos vamos a centrar, por ahora, en esos 5 minutos. Israel y Raquel estaban unidos por las manos izquierdas. Raquel en la derecha agarraba una cuerda que debía quemarle la mano, pero esta chica era más dura que el fuego y no iba a quemarle una simple cuerda. En la mano derecha de Israel estaba el vacío, el aire casi irrespirable de un precipio más profundo que el horizonte. Israel intentaba suicidarse, Raquel mantenerle en este mundo. Por eso al chico le dolía todo el cuerpo, se retorcía, porque incluso la más mínima expresión de vida de su cuerpo, como Raquel, evitaban a toda costa el suicidio, la muerte elegida. Cada célula enviaba una señal eléctrica al cerebro, a la parte de éste que había decidido morir intentando convencerle de que estaba equivocado y que pelease por sobrevivir, lo malo es que estas señales se reflejaban en Israel como un tremendo dolor. Nunca había sufrido tanto, ni física ni psicológicamente, porque todo su cuerpo y gran parte de su cerebro estaban en contra de él, no estaban de acuerdo en morir, lo estaban machacando en todos los sentidos. Se arrepintió de haberse arrojado al vacío. "¿Qué has hecho?" oía dentro de sí. Raquel le decía algo, pero Israel apenas escuchaba nada, su conflicto interior lo tenía demasiado ocupado, aunque le pareció oír: "La cuerda no aguatará" o "Isra, no aguanto más". Entonces a Israel le entró el pánico, el aliento de la muerte en su nuca era insoportable, su instinto de supervivencia se convirtió en obsesión, así que hizo lo que mejor sabía hacer... huir, pero las patadas en el vacío no servían para nada bueno. Creyó oír gritos de Raquel antes de que su mano se soltase de la de la chica, el sudor que le produjo el patalear era demasiado escurridizo. Israel cayó al abismo. Mientras caía estuvo seguro de oír un sonido sordo y rápidamente lo asoció a la cuerda, se había partido. En ese mismo instante, justo antes de morir, es cuando peor se sintió, había arrastrado con él a la única mujer que lo aguantaba. Israel murió, maldiciéndose a él y a su instinto de supervivencia, entre los dos habían matado a Raquel.
Pero el sonido no era el de la cuerda, era el del cardiograma que decía que moría. Junto a él estaba Raquel, que daba sangre limpia y sana a Israel. Unidos por una cuerda, que no era otra cosa que un tubo que pasaba sangre de la chica al chico. Israel murió y sólo le quedó el gesto generoso de Raquel, la única chica que lo soportaba, y un bote de pastillas tirado en su cuarto de baño que le produjo el coma y, poco después, la muerte.

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