viernes, diciembre 15, 2006

Amazing Spiderman 121 y 122

Amazing Spiderman 121 y 122: La muerte de Gwen Stacy

Reseña dedicada a Druida, que le gustaba más el spidey anterior al simbionte :p




Yo te maldigo, duende verde, porque has destrozado de un golpe todo mi ser. Me has golpeado, humillado, amarrado, envenenado. Me has privado de mi intimidad, duende verde, me has arrancado mi futuro, mis sueños y los has tirado al río Hudson. Has matado a la mujer a la que amo. Todo lo anterior te lo perdono, no es nada, pero esto no. Me planteo incluso matarte, duende verde. Sí, puede que te mate (no, matar nunca). Sí, puede que lo haga a pesar de ser culpa mía. Gwen murió por mi culpa. Le fallé. A ella y al capitán Stacy, al que le prometí en su lecho de muerte que la protegería. Ni siquiera soy capaz de proteger a la persona que más me importa. Es culpa mía, sí, porque debí dejar de ser Spiderman, debí dejar de llevar esta vida tétrica, oscura, de máscaras y puñetazos, de violencia. Debí ejecutar el Spiderman no more. Yo te maldigo, duende verde, porque incluso me haces sentirme responsable de tus malos actos.

¿Sabes, duendecillo? Me alegró verte morir. Disfruté viéndote agonizar. Casi reí al ver tu aerodeslizador clavado en tu pecho, destrozando lo que sea que tengas en el lugar donde debería haber un corazón. Tras mi máscara, duende verde, tenía una cara radiante de alegría. Quizá pude haberte salvado, pero ni lo intenté, duende verde, porque te odio con toda la fuerza con la que pueda dibujarme Gil Kane.

¿Que quién soy yo? Soy Spiderman

jueves, diciembre 07, 2006

Caricias al alma

- ¡Joder! ¿Qué me pasa, qué me está pasando? - digo al dejar de sentir mi cuerpo, al sorprenderme al ver mis brazos, sin sentirlo ni ordenarlo, mover el volante corrigiendo mi trayectoria para tomar la curva, sorprendido al pisar el freno de mi Citröen C3 para ceder el paso en una rotonda. Algo puenteaba mi cerebro y hacía que ejecutase los movimientos, yo no lo ordenaba, ni la parte de mi cerebro consciente tampoco. Quizá fuese un instinto, o una parte recóndita de mi cerebro. Quizá la araña, quizá mi alma. Empecé a tener miedo, te puedo asegurar que no sentir el cuerpo y seguir juicioso acojona. Hago un esfuerzo, abro la ventanilla y saco la cabeza, el aire fresco de la noche de diciembre me despeja un poco, lo suficiente como para coger de nuevo el control de mi cuerpo. 1 - 1 en la batalla con ese instinto, esa araña, quizá mi alma. Aparco de mala manera en el parking de la estación de tren, a poco más de 500 metros de mi casa. Tomo de aliado al aire fresco, que me devuelve un poco la sensibilidad de mi cuerpo, ese continente único, maravilloso, que por momentos no siento, que mi contenido parece querer salir de él como un cohete de fuegos artificiales. La llamo a ella, le explico cómo me siento y deja una cena con amigos para venir a cuidarme. Me dice que me vaya a casa andando, parece que mi instinto le hace caso y mueve mi cuerpo sin yo ordenarlo. Lo vertiginoso de ver eso con el juicio intacto produce un repicar de un tan-tan... es mi corazón, temeroso, que da vueltas de campana, quejándose ante lo que no entiende, hiperregando todos mis órganos... un poco de sensibilidad, pero se va. Llego a mi casa guiado por la araña, quizá por mi alma y me tumbo en la cama esperando y deseando que ella llegue. Y voy quedánome inconsciente, poco a poco, noto que mi mente abandona mi cuerpo y creo que voy a morir. Mi cuerpo se revela, quizá la araña, me estremezco, convulsiono y vuelvo a tener el control de mi cuerpo, la cordura y la consciencia. La lucha de todo un cuerpo, de todo un sistema nervioso por sobrevivir es encomiable y tremendamente dolorosa. Pierdo poco a poco la consciencia, pienso de nuevo que voy a morir y mi cuerpo no se deja, me espabila a base de convulsiones y recupero el juicio. Intento convencer a mi cuerpo de que no voy a morir, ni a entrar en coma, sólo a dormir, pero mi corazón es pasional y nunca cree al juicio. De repente llega ella, hago un enorme esfuerzo por levantarme de la cama para abrirle la puerta. La lucha es terrible, mi cuerpo apenas responde y está sometido a un sistema nervioso loco, que le hace hacer cosas raras, como moverme en círculos. Mi consciencia está ahí, observándolo todo, pero sin vínculo real con mi cuerpo, sin poder dar las órdenes habituales, lo que hago cada día tan fácilmente. Pero tengo que abrir, es ella, ella me va a cuidar. Hago un pacto con el sistema nervioso loco y le vendo mi alma, acerca a mi cuerpo hasta la puerta y consigo abrir. Mi cuerpo es suyo, mi alma está enjaulada y la araña ha probado un poco de insecticida. Es ella. Ella me cura con sus caricias, me venda el alma y me pone tiritas en el sistema nervioso loco, que se queja en forma de convulsiones. Me besa y me tranquiliza hasta conseguir dormirme. No muero, como correctamente predijo mi juicio, como temía mi corazón.

Y al día siguiente la veo, sigue ahí, cuidándome. Y me devuelve el alma, y el cuerpo, y la araña. Tranquiliza mi corazón y mi sistema nervioso. Ahora a ella le debo el alma, mi vida no, porque ya era de ella.

viernes, noviembre 24, 2006

Los Regalos de la muerte XVII

Capítulo XVII: Dame tu alma y cumpliré tus deseos

- Andrés Reyes, antes –

- ¿Cómo coño sabe usted eso? – Preguntó sorprendido como el niño que se levanta un 6 de enero intentándose explicar cómo los regalos de reyes habían llegado hasta el árbol de navidad. Y Andrés Reyes volvió a sentarse, se remangó un poco y agarró muy fuerte los posabrazos de la silla. Escuchaba en la sala de espera a su amigo Javi Lagos hablar, aunque no sabía qué decía, pensó que estaría diciendo sus típicas tonterías. Escuchó hablar a la secretaria/enfermera, y otra vez a Reyes, y la secretaria/enfermera estalló en una risa exagerada, casi histriónica. Y Andrés volvió a levantarse, como si estuviera borracho de adrenalina y quisiera vomitarla. Reyes miró a Villaescusa, con mirada de ‘la bolsa o la vida’ y pegó un salto estratosférico. El doctor quedó primero asustado, por la mirada de Andrés, luego pasó a perplejo ante la reacción del chaval... ¿saltar? Y por fin su rostro mostraba interés, mucho interés, al ver que Andrés tardaba en caer del salto. No voló, ni se quedó levitando, sólo que tardaba en caer, como si la gravedad lo afectase menos que a todo cuerpo, como si pudiera desafiar por unos instantes las leyes físicas más básicas. Volvió a aterrizar, por supuesto, pero tras un vertiginoso espacio de tiempo extremadamente largo, casi pasa la película de su vida ante sus ojos.

- ¡Impresionante! – Exclamó Villaescusa casi arrancando a aplaudir. ¿Cómo...? ¿Cómo lo hace, señor Reyes?

- ¿Impresionante? ¿Cómo hago qué? Doctor, déjese de chorradas y dígame cómo es posible que sepa que mi camello es Laviña – Exigió el jugador de baloncesto con esa mirada de ‘la bolsa o la vida’ entre jadeos, como si vencer la fuerza gravitatoria le hubiese supuesto un esfuerzo titánico y 2 toneladas de adrenalina.

- Está bien, señor Reyes. Pero con una condición – dijo dando ‘la bolsa’ en lugar de ‘la vida’.

- ¿Y cuál es esa condición, buen doctor?

- Únete al grupo – propuso Villaescusa reclinándose un poco, apoyando los codos sobre su revuelto y desordenado escritorio y con los dedos entrelazados y apoyados sobre su boca. ¿Qué de dices?

- Reyes levantó ligeramente la ceja derecha, sonrió, hizo como que se lo pensaba y estrechó la mano de Villaescusa. Cuenta conmigo, doc.

- Eduardo Villaescusa se excitó, tuvo un orgasmo profesional brutal, Reyes era quien había esperado toda su vida, ya rozaba casi su don, ya casi tenía su mente entre sus manos. Ya casi tenía a un ‘don’ nivel 4.

- Sé que Laviña es tu camello porque forma parte del grupo, de hecho es el líder, el que lleva el brazalete, y me había hablado de ti – dijo el doctor sin dejar de estrechar la mano de Reyes.

Reyes sonrió, apretando mucho más la mano, sin decir nada, pero con ganas de gritar... ¡qué cabrón!


- Javi Lagos, antes –

Javi decidió ir a la consulta del doctor Villaescusa después de que el sonido de la octavilla de publicidad que encontró en su limpiaparabrisas le diese buenas vibraciones. Le gustó el ruido del panfleto al retirarlo del limpia. Y Javi se guía por sonidos, tiene el don de saber si va a ocurrir algo bueno o malo a través de los sonidos. Su confidente es el ruido, como dijo una vez.

Llamó a la consulta y la puerta se la abrió una chica, con pinta de secretaria pero con el morbo de una enfermera. Después de todo estaba en la consulta de un doctor... ¡esperaba a una enfermera buenorra!

- Hola, buenos días – le dijo la enfermera con una sonrisa que dejaba entrever unos dientes perfectos, blancos como la nieve más sólida de los polos. (no me importaría echarle un casquete polar)
- Buenos días, contestó Lagos mientras sonreía por el comentario mental que se acababa de hacer. Soy Javier Lagos, tenía una cita con el doctor Villaescusa para hoy a las 12.
- Bien, veamos... – dijo la enfermera con rictus de secretaria mirando la lista de pacientes. Me has dicho que te llamas Javier, ¿verdad?
- Sí, Javier, ya sabes, y mi oficio es relativo a los javis – dijo Lagos moviendo los dedos índice y medio formando semicírculos.
- ¿Disculpa? – dijo la secretaria con cara de enfermera a la que le dices que “ya no hace falta que sujete” mientras te afeita para operarte de apendicitis.
- Oh, bueno... ¡y seguro que has puesto que sabes inglés en tu currículum!

La secretaria quedó perpleja, pensando que le estaban gastando una broma. ¿Javier? ¿Oficio relacionado con los javis? ¿De qué me habla? ¿Inglés en mi currículum? Ató cabos y de pronto pilló el chiste, así de repente, a quemarropa y estalló en una risa casi histriónica, que a los pocos segundos consiguió que se pusiese colorada. Después de una moderada espera y matando el tiempo gastando bromas a la enfermera vio salir de la consulta a su amigo Andrés Reyes. Saltó de la silla y fue a darle un abrazo a su amigo.

- Andrew, crack, la vida puede ser maravillosa, ra ta ta taaa, ¿qué haces aquí?

- Nos vemos luego, hermano, voy con un poco de prisa – dijo el jugador del Real Madrid de baloncesto dándole un abrazo a Lagos. Cuídate, ¿eh?

- Nos vemos, hermano, voy a ver al matasanos, a ver si me cura mi ludopatía. ¡Deséame suerte!

Reyes se despidió con una sonrisa, una palmadita en la espalda y deseando suerte a Lagos.

Javi pasó a la consulta, a vérselas con Eduardo Villaescusa. Al entrar empezó a fijarse en cada detalle de la consulta. Sus ojos se movían a la velocidad de un cometa y le llamó la atención lo desordenado que estaba el escritorio del doctor, sobre el que había, entre otras cosas, una orla de la licenciatura en derecho que debía de estar ahí con el fin de ser enmarcada algún día, pero no hoy. Pensó que posiblemente no era del doctor, que tendría otra carrera, sino que quizá sería de una hija suya, al ver que la mayoría de las fotos pertenecían a chicas. Otra cosa que le llamó la atención fue lo ordenado que estaba todo fuera del escritorio, como si todo lo caótico tendiese a concentrarse en el escritorio, el territorio del desorden. Se fijó en una de las estanterías llenas de libros antiguos, amarillentos, casi polvorientos en el que destacaba uno muy nuevo, impecable. Entrecerró los ojos para agudizar su visión y alcanzó a leer el título: “El cerebro sólo es el medio” y el autor: “Eduardo Villaescusa Cuevas”. Todo estaba cuidadosamente ordenado y limpio, excepto el escritorio, el purgatorio del desorden. Lagos tomó asiento sin que mediase palabra con el doctor.

- Hola, doc, buenos días. Me llamo Javier Lagos y tengo un problema.
- Vas al grano, hijo. Bien, tú dirás.
- Soy ludópata, maldita sea, me dejo hasta el último céntimo en el casino. No controlo, es superior a mis fuerzas, a pesar de... – arrancó Lagos parando de repente, últimamente había aprendido a callar... un poco.
- ¿A pesar de qué, Javier? – preguntó el doctor sorprendiéndose un poco con la pronta confianza que había cogido con Javier. Había hablado de usted a Reyes pero ya estaba tuteando a Javier, y acababa de conocerlo.
- Bueno, supongo que debo decírselo... tengo un don.

La excitación de Villaescusa empezaba a rozar el infinito y más allá que describió Buzz Light Year.

- Ejem... ¿un don? – preguntó casi retóricamente el doctor, atando de nuevo cabos y asociando a Javi Lagos con la otra persona sobre la que le había hablado Laviña, un tipo que era ludópata y que decía ser socio mayoritario de los sonidos, los chivatos más discretos.
- Sí, verá, los sonidos me dicen lo que va a ocurrir, ¿sabe? No exactamente lo que va a ocurrir, sino si va a ser bueno o malo, según me guste o no el ruido. Este don al principio me trajo mucho dinero, ganaba apostando a las cartas o a otros juegos en los que podía intuir la baza de mis contrincantes. Pero soy un bocazas, ¿sabe? Pronto se dieron cuenta de mi don, y sólo me dejan jugar a la ruleta, donde no es efectivo mi don. Sí, sé lo que me va a decir, que podría usar mi don en muchas otras cosas y ganar pasta por un tubarro. Pero no tengo paciencia, no soy estratégico, doc y la ludopatía me está consumiendo. Necesito dejar el juego. Lo necesito ya.
- Humm... interesante, Javier, creo que puedo ayudarte – dijo Villaescusa frotándose de nuevo las manos y sin poderse creer lo que le estaba ocurriendo. Dos personas con dones de nivel 4... ¡seguidos!
- ¿Sí? Eso es fantástico, doctor... y, ¿cómo podría ayudarme?

Villaescusa le habló del grupo, de que trataba gente especial y que hacían actividades especiales para superar este tipo de problemas.

- ¿El grupo? Suena bien, doctor, pero no veo exactamente cómo puede ayudarme.
- No te fías de mí, ¿verdad, Javier? Puedo ayudarte, hacemos, digamos, hipnosis para ir a la parte de tu cerebro y prohibirle que apueste dinero en el juego.
- Ja, ja, ja, muy buena, doc, ¿así que eres un comecocos?
- Me manejo bien en esos ámbitos, sí, tanto es así que podría sorprenderle diciéndole quién es su prestamista, el que le pasa la pasta para que apueste.
- No lo dudo, doctor, pero yo también podría sorprenderle a usted – dijo Lagos con una mirada que despertaba interés, que caía en el juego recurrente, en medirse al doctor. ¿Apostamos?
- Ja, ja, ja, apostemos, Javier, apostemos. Si le sorprendo se une al grupo.

Javier miró desafiante a Villaescusa, había encontrado un rival interesante, se acercó un poco al doctor arrastrando la silla y lanzó un órdago.

- No, doctor, si yo le sorprendo a usted, me acepta en el grupo.

El docto re devolvió la sonrisa, hizo una mueca con la boca y aceptó el órdago.

- De acuerdo, si me sorprende no le dejo escapar. Empiezo yo. Tu prestamista es Federico Laviña.

Javi quedó perplejo, sorprendido, pero su rostro ni se inmutó, parecía como si el doctor hubiese hecho la afirmación más trivial del mundo.

- ¿Eso es todo? Bien, es mi turno – contestó desafiante Lagos, agudizando su oído intentado captar toda la información que su don pudiese facilitarle. Javier miró otra vez el libro y empezó a hablar. Para empezar ha escrito usted un libro hace muy poquito, posiblemente ni esté publicado, sobre psicología y sobre el papel que juega el cerebro en cada cual. Y lo que es más importante, sobre el papel que deja de jugar – Lagos miró de nuevo la orla para ver que el año de la promoción... 2001 a 2006. Cojonudo, le daba una idea, y Lagos siguió hablando. Bien, este libro se lo ha dedicado a su hija, recién titulada en derecho.

Villaescusa quedó perpelo, sorprendido, y su rostro se inmutó, dando a entender que estaba perplejo y sorprendido. Lagos agudizó más aún su oído, hasta escuchar el latir del corazón de Villaescusa y comprobar por este sonido y otros como la respiración o los movimientos del doctor que había acertado casi todo. Lagos pensó en lo que posiblemente se había equivocado y siguió hablando.

- Perdón, dedicado a su hijo – terminó triunfante Javi el primer round, acertando de pleno y pensando rematar con: “quid pro quo, Clarice”, pero ahogó el comentario.

- ¿Cómo diablos...? – quedó sin saber qué decir el doctor

- ¿Esa cara que tiene usted es de sorprendido? Hummm... ¿no? Pues sigo - chuleó Lagos afinando más el oído. Villaescusa estaba en sus manos y era una orgía acústica que le confesaba muchos detalles – En el libro explica usted una teoría, doctor Villaescusa, en la que dice que en el cerebro no está el conocimiento humano, tal como se piensa. Dice en su libro que se pierde el tiempo investigando. Todo conocimiento humano, según usted, está en el alma, es ahí donde se almacenan los conocimientos, ¿por eso el saber no ocupa lugar? En en alma, y no en el cerebro, se guardan los conocimientos, las experiencias, los recuerdos... ¿cómo si no, de existir, van a saber su pasado los espíritus? ¿Cómo van a saber algo? Según usted, doctor Villaescusa, los conocimientos del alma son casi infinitos y la inteligencia de cada persona depende del acoplamiento del alma y el cerebro, que no es otra cosa que el medio entre el alma y lo exterior. Cuanto mejor es el acoplamiento mejor es la capacidad intelectual. Así explica usted que haya deficientes mentales o autistas, por un mal acople entre alma y cerebro. Así explica usted que los estudios del cerebro humano nunca han llegado a nada. Y así explica usted que haya tantas diferencias intelectuales cuando los cerebro humanos de todas las personas son muy similares entre sí... el acoplamiento entre el alma, la sabiduría, el conocimiento, con el cerebro, el medio de comunicación hasta el exterior. Dígame, doctor, ¿así cura a las personas? ¿Es capaz de realizar un acople distinto entre alma y cerebro del que cada cual tiene? ¿Puede hacerlo? Dame tu alma y cumpliré tus deseos, ¿no es así, doctor? Quid pro quo, Clarice – consiguió decir esta vez Javier Lagos para terminar su actuación que dejó muchísimo más que sorprendido al doctor Villaescusa.

¿Cómo coño sabe usted eso si no nadie ha leído mi libro ni he comentado mi teoría con nadie? – preguntó confuso Villaescusa con una sorpresa de órgado y una excitación de sota, caballo y rey.

domingo, noviembre 19, 2006

Spiderman: La última cacería de Kraven

Crees que te conoces, incluso que te controlas. Crees que distingues el bien del mal, o lo bueno de lo malo. Crees que diferencias el blanco del negro y que percibes cada tono de gris. Crees que la vida nunca acaba y que la juventud es eterna. Hey, no te enfades por lo que te digo, no es malo, yo también creo todas estas cosas. Pero no, ni te conoces ni te controlas, ni distingues el blanco del negro, todo todo lo ves en gris, como si fueses un daltónico del monocromo. No, no te conoces, al menos cuando aparece la araña. Esa sí que te conoce. La araña comprende, pero el hombre siempre está confuso. La araña toma el control de tu cuerpo cuando está al límite, cuando ya no hay energía, ni voluntad, ni fe. La araña es la esperanza del perdido. Que se lo pregunten a Peter Parker, que conoció a su verdadera araña en este crossover magistral, con una calidad en el guión y los dibujos absolutamente fuera de lo normal. Que se lo pregunten a Parker, que conoció a su verdadera araña a la semana de casarse, y eso es lo curioso, una obra maestra que realmente era un puente entra la vida de soltero de Peter y su vida de casado. Y es que la araña no entiende de estados civiles, se conforma con ser la que mejor te conoce a ti.

miércoles, noviembre 15, 2006

Spiderman: Blue


El tiempo es más que lo que te da tiempo hacer. El tiempo es paradójico porque es lo que has hecho y es lo que te queda por hacer, porque el tiempo se teje sin que apenas te dé tiempo. El tiempo es lo que has sido, y es lo que vas a ser. El tiempo te da la vida y el tiempo te mata. El tiempo te enamora y te desenamora. Y yo creía que ya estaba desenamorado. No. Mierda. Sigo enamorado de Gwen Stacy. El tiempo te abre las puertas y te las cierra. Te olvida. Te traiciona. Te recuerda y se alía contigo. El tiempo es la mano que te tiende un buen cómic y que te hace recordar tiempo atrás, cuando Peter Parker empezaba a dar sus primeros telarañazos, cuando sus mejillas y puños bailaban la danza de la muerte con los de sus primeros enemigos. ¡Qué tiempos!

Spiderman: Blue, la obra maestra de Loeb y Sale, no deja de ser un remake/resumen de la etapa del trepamuros dibujada por Romita Sr. con un guión impecable, traicionero como el tiempo, pero que se alía contigo. Un tiempo olvidado, pero que siempre recordarás. El guión te atrapa, como el tiempo, pero te da libertad. Es un nuevo guión de una misma situación en un tiempo distinto.

El dibujo exquisito. Sí, las comparaciones son odiosas, pero casi siempre también son inevitables. Sí, el dibujo es exquisito, pero eso no quiere decir que sea del nivel de Romita. Sólo quiero decir que no sale muy mal parado. Lo siento por Sale, pero el dibujo de Romita lo desborda por todos lados... ¿pero a quién no?

Gracias a este libro he recordado uno de mis mejores tiempos, y me ha hecho saber que sigo enamorado de Gwen Stacy.

martes, noviembre 14, 2006

Orange no es un color

Era fin de semana, y estaba en casa de mis padres, en Córdoba, viendo tranquilamente la tele, y vi un anuncio de Orange, la nueva compañía de telecomunicaciones. Jejeje, en el anuncio salía un chico que metía todas las canastas, tirara desde donde tirara, ¿os suena, chicos? ¿No? Bueno, el anuncio acaba con el chico fallando una canasta... ¿ahora sí? Curioso, curioso...

Estos de Orange, que están haciendo el casting de Andrés Reyes para la película de "Los regalos de la muerte" :p

Aprovecho este mensaje también para decir que amplío el contenido del blog, que voy a utilizar también para colgar reseñas hechas por mí de algunos buenos cómics :)

miércoles, noviembre 01, 2006

Los Regalos de la Muerte (XVI)

En Halloween tenemos más regalos de la muerte...

Relato especialmente dedicado a mis más fieles lectores del blog, Druida y flux :D

Los regalos de la muerte. Capítulo XVI: El grupo

- Andrés Reyes, antes –

“Señoras y caballeros, con todos ustedes... ¡Andrés, su majestad, Reyessss!”. Con esta frase esperaba ser recibido Andrés Reyes, el jugador de baloncesto, al entrar a la consulta de ese tal doctor Villaescusa. Había encontrado una octavilla entre la publicidad depositada en el buzón de su lujosa casa de la Moraleja. Pero fue recibido con un “adelante, señor” dicho por la secretaria o enfermera del buen doctor que le invitaba a pasar a la consulta. El doctor tampoco estalló de alegría al verle, pero al menos mostró un atisbo de curiosidad en su mirada, como diciendo muy bajito... “¡es él!”. Reyes pensó que era momento de actuar, para darle un poco de vidilla a ese pequeño brote entusiasta en la mirada del doctor, y se quitó la gorra de los Blazers que llevaba puesta, hizo una bola con la octavilla de propaganda que le había dado la secretaria/enfermera y comenzó a hacer un baile extraño (ridículo) moviendo mucho los pies, contorneando la cintura de atrás a delante y canturreando una canción extraña (ridícula) mientras bailaba. De repente paró en seco, gorra en la mano derecha, papelote en la izquierda, cruza los brazos y los abre muy rápidamente. El resultado fue espectacular, la gorra cayó justo en un pequeño perchero que tenía el doctor en la esquina de su consulta y la bola de papel, más espectacular todavía, en la papelera que tenía Villaescusa bajo su mesas. El doctor lo miró asombrado, por un momento a Andrés le pareció que iba a arrancar a aplaudirle (lo de la bola de papel fue realmente espectacular, tuvo que usar la pared del fondo como tablero) pero toda la reacción del doctor se quedó en un “Impresionante” un tanto indiferente mientras perdía su vista en una agenda de imitación de cuero beige .

- Ejem, soy Andrés Reyes, concerté una cita para hoy con su... bueno, ¿es su secretaria o su enfermera?

Villaescusa continuó, en silencio, mirando su agenda y echó una mirada por encima de las gafas bifocales al jugador de baloncesto.

- Buenos días, señor Reyes, por favor tome asiento – le dijo muy amablemente el doctor cerrando su agenda. Y bien, ¿en qué puedo ayudarle?
- Oh, sí, bueno, verá – el corazón de Reyes empezó a palpitar a la velocidad de la locomotora de Regreso al futuro (parte 3), tan rápido que Reyes se sintió más ligero – verá, doctor Villaescusa – cálmate, cálmate, cálmate, se decía a sí mismo intentado tranquilizarse – tengo un problema – consiguió terminar Reyes.

El doctor se inclinó un poco y se acomodó en su sillón de cuero (verdadero en este caso), carraspeó un poco, bebió un poco de agua muy lentamente y miró a Andrés fijamente. Esto ponía aún más nervioso a Reyes, que seguía intentado tranquilizarse. Villaescusa esperó unos segundo más antes de seguir hablando, consciente del nerviosismo del chico.

- ¿Un problema? Ha venido usted al lugar adecuado, señor Reyes, ¿y qué problema tiene?
- Oh, sí, bueno, verá. Ejem, bueno, se me hace un poco difícil explicar... ¿no me conoce?
- No, no le conozco, señor Reyes – dijo el doctor con un sucedáneo de sonrisa.
- Oh, ejem, sí, verá. A ver cómo le explico. Bueno, soy jugador de baloncesto, soy profesional y juego en el Real Madrid. Digamos que el problema que tengo es que no meto todas las canastas.
- Ja, ja, ja, ¿ese es el problema? Todos los jugadores fallan canastas, señor Reyes.
- Yo no, doctor, yo soy el número uno – dijo muy serio Andrés, y muy seguro, cosa que lo tranquilizó y volvió a tomar el control de sí mismo.

La risa de Villaescusa cesó de repente, la mirada de indiferencia se había convertido en interés, porque le había creído.

- Interesante – dijo esta vez el doctor con verdadero entusiasmo. La diferencia de éste que el ‘interesante’ anterior distaba un mundo, tanto como el primer ‘bien’ del segundo que contestaba el gentío infantil a la pregunta del payaso “¿Cómo están ustedes?” - ¿Y dice que no había fallado ninguna canasta?
- No, doctor, tirara como tirara o desde donde tiraba, todo iba dentro. Tengo una puntería extraordinaria, da miedo ver lo que puedo hacer. Hay quien me dice que tengo un don, un gran don, y así es, porque gracias a él me gano la vida. Pero los dones, doctor, siempre son de doble filo. No es ningún problema que cualquier jugador falle una canasta, pero hace cosa de un mes fallé la primera. La primera canasta que fallo en mi vida, curioso, ¿verdad? Y llevo un mes penoso, ¿sabe? Se pasa de héroe a villano a la velocidad de la luz y el trabajo que se ha de hacer para llegar a la cima es de hormiguita, día a día. Y, la verdad, no estoy acostumbrado a currar de esa manera, he llegado arriba del todo gracias a mi don, que ahora no tengo, ¿sabe? Estoy hundido, doctor.

Los ojos del doctor se abrieron como las puertas de un gran centro comercial el primer día de rebajas, fluyendo ilusión a espuertas, tanto que en su pupila se veía reflejado la cara de Andrés. Era el paciente que había esperado toda la vida, uno que tuviese realmente un don, porque la gente de ‘El grupo’ no podría decirse que tuviesen un don como tal. Se frotó las manos por ver su gran descubrimiento y pensó automáticamente en nombrar a Reyes líder del grupo y poseedor del brazalete.

- Muy interesante, señor Reyes. Le contaré una cosa, tengo a un grupo de gente a los que llamo ‘El grupo’. Estas personas, que de momento somos 4 y entre las que me incluyo, tienen cualidades especiales, fuera de lo normal, pero ninguna con un don como el de usted.. ¿podría ser de nivel 4? – se preguntó a sí mismo el doctor. En ‘El grupo’ hacemos trabajos psicológicos entre nosotros para mejorar y potenciar estos dones, ¿entiende? Con esto lo que le quiero decir es que puede unirse a nuestro grupo e intentar recuperar ese don o averiguar qué ha motivado su desaparición.
- Je, gracias por la propuesta, doctor, pero sé qué ha hecho que desaparezca temporalmente, porque mi don sigue ahí, aunque de forma intermitente, no tiene nada más que ver la demostración que le he hecho nada más entrar - dijo Andés con una sonrisa cansada.
- ¡Cierto!
- Pero sé qué hace que desaparezca mi don momentáneamente, doctor, la coca. Lo tengo comprobado, cuando la tomo mi don se anula. Y realmente ese es mi problema, doctor, estoy enganchadísimo a la coca, ayúdeme a dejara, ¿cree que puede hacerlo?

La cara de Villaescusa era una caja de sorpresas de esas que sale el cabezón de un bufón ensartado en un muelle haciendo ruiditos molestos, no podía creer lo que estaba escuchando, y empezaba a ver la magnitud tan brutal del don de Andrés Reyes. Villaescusa empezó a atar cabos y se lanzó un órgado.

- Señor Reyes, le propongo algo, si acierto el nombre del que le vende la coca se une usted a ‘El grupo’.
- Ja, ja, ja, no creo que lo acierte, doctor, pero me interesaría unirme a ‘El Grupo’ igualmente. Adelante si se siente tan seguro, ¿quién me pasa la coca?
- Federico Laviña – contestó el doctor en un tono que de seguro que era rozaba lo despectivo.

La cara de Andrés Reyes era ahora la del bufón cabezón, y se movía como loca con su muelle por la consulta del doctor.

- ¿Cómo coño? Es decir, ¿cómo coño sabe usted eso? – preguntó Andrés en un tono mezcla entre sorprendido y molesto mientras arrastraba la silla hacia atrás, cogía la gorra del perchero y hacía el amago de irse.

En ese momento sonó el timbre de la puerta de la calle, la secretaria/enfermera abrió la puerta y dejó pasar al joven que venía.

- Buenos días, me llamo Javier Lagos y tenía una cita con el doctor Villaescusa – saludó Javi con su eterna sonrisa.

Reyes dejó de nuevo la gorra en el perchero, se sentó y volvió a preguntar.

- ¿Cómo coño sabe usted eso?

miércoles, octubre 04, 2006

Los regalos de la muerte (XV)

Capítulo XV: Caraballo toma el mando

11:45 a.m. Casa de Luna Valdivieso

Te miras al espejo del baño casi escupiendo latidos de corazón por la boca, agarras el lavabo demasiado fuerte y con las dos manos. Te voy a matar, mascullas, hasta tal punto que se te cae saliva por la boca pareciendo rabioso. Te voy a matar, dices ahora claramente. Te vuelves y la ves muerta, fría, tirada como un objeto sin valor. Ha arrancado de ese cuerpo la esencia que lo es todo en este mundo, ¿qué belleza hay sin vida? ¿Qué sentido hay? Te miras de nuevo al espejo y te ajustas el sombrero. Te voy a matar, repites, aunque tenga que buscarte en el más allá. Sientes que la puerta se abre y alguien entra, te pones en tensión y decides ver quién es. Tu corazón casi explota, tu boca de fuego casi alcanza a una estrella roja, tu hielo en la mirada casi alcanza el 0 absoluto y las termitas de tu estómago son dinosaurios devorando árboles. Es Gandía, y viene armado. Bien, muy bien.

11:00 a.m. Comisaría de policía

- “El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento, inténtelo de nuevo más tarde” – le dice una simpática señorita al inspector Froilán Caraballo cuando estaba intentando llamar a uno de sus principales sospechosos, Federico Laviña. Cierra la tapa de su móvil y le da vueltas a un lápiz mientras mira, pensativo y con la mirada perdida, a Gerardo De la Santa, antiguo ayudante de Caraballo en el caso Reyes-Lagos. De la Santa se pone nervioso e intenta centrarse en su trabajo. Caraballo para en seco el lápiz, cierra el puño y golpea con violencia su mesa con tanta fuerza que consigue sacar su pilot azul del lapicero dejándolo caer en el suelo.

- ¡Mierda! – grita a voz en cuello Caraballo asustando a De la Santa. ¡Mierda, mierda!
- ¿Q-qué ocurre, Froi? – pregunta con miedo el ayudante.
- Joder, Gerardo, nada, que creía que tenía por los huevos a Fede Laviña, pensaba que era el asesino con total seguridad pero se ha metido otra persona por medio.
- ¿O-otra persona?
- Sí, es un doctor que, digamos, conozco, y creo que él es el asesino o al menos algo tiene que ver. Desde luego Laviña tiene está metido en el ajo, me ha mentido con su coartada y no consigo localizarlo. Lo he declarado en busca y captura.
- ¿Y por qué piensas que tiene ese doctor que, digamos, conoces algo que ver?
- Laviña es un cero a la izquierda, tío, un patán, es incapaz de orquestar un homicidio y menos dos de la forma tan limpia como los de Reyes y Lagos. Es un peón en el juego y el doctor Villaescusa es la mano, estoy seguro. Por cierto, Gerardo, quiero un extracto de los movimientos bancarios de la última semana de las tarjetas de Federico Laviña. A ver dónde coño se ha metido este fulano.

11:50 a.m. Casa de Luna Valdivieso.

Es Gandía, y lo ves entrar con una pistola en la mano. El hielo de tus ojos apenas te deja verlo, y lo ves como una proyección en blanco y negro de un antiguo cine. Gandía te ve y te dice algo, pero no lo oyes, el ruido de las termitas devorando no te deja. Sólo escuchas el ruido característico del proyector cinematográfico antiguo, como si estuviera pegado a tu oído. Lo miras con cara de película bélica. Él se relaja, sigue hablando y se guarda la pipa. “Hijo de puta”, dices, “te voy a matar”, continúas, y te abalanzas como un halcón peregrino sobre su presa. Lo coges por la pechera, lo alzas en vilo y lo tiras al suelo. Ves que está confuso, te acercas a él, lo vuelves a coger por la pechera y lo levantas. Le lanzas un derechazo en la mejilla con la velocidad de una montaña rusa. Te mira confuso, con cara de canción triste, y te dice algo. Sólo oyes el ru ru del proyector cinematográfico. Le pegas un puñetazo en la boca del estómago, y dos, y tres. Gandía se retuerce y se arrodilla. Le pegas un codazo en la nuca y cae a plomo en el suelo. Le das la vuelta y lo ves semi-inconsciente, te intenta decir algo con voz de violín desafinado. “Ru, ruu” escuchas. Sacas tu pipa, te pones sobre él y le apuntas a la frente.

11:20 a.m. Comisaría de policía

- “El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento, inténtelo de nuevo más tarde” – le dice una simpática señorita al inspector Caraballo cuando intenta llamar a su compañero Ramiro España.
- Joder, ¿qué coño pasa hoy, todo el mundo con el teléfono apagado? – dice Caraballo empezando a odiar ya a la chica del teléfono. Y, ¿dónde se habrá metido Rami? Había quedado con él aquí a las 11...

Caraballo sale a la puerta de la comisaría a tomar un poco el aire, se da un par de pequeños paseos y de puerta de la comisaría al borde de la acera y vuelta, con las manos metidas en los bolsillos, contando los tres pasos que tiene que dar en cada trayecto. Va a entrar de nuevo a la comisaría cuando, al girarse por instinto, ve a Ramiro España hablando por el móvil con cara de haber visto el monstruo del lago Ness.

- Pero, ¿no lo tenía apagado o fuera de cobertura?. ¡Rami! - le grita con la fuerza de un huracán cabreado. ¡Rami! – le vuelve a gritar. Pero España ni se inmuta, cierra la tapa de su móvil y se va corriendo con la velocidad de una barracuda.

Caraballo coge su móvil y vuelve a llamar a España...

... “El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento, inténtelo de nuevo más tarde”

- Qué raro, ¡¿qué cojones está pasando aquí?! ¡¿Pero si estaba hablando ahora mismo por el móvil?! – murmura Caraballo mientras sale corriendo detrás de su compañero. ¿Dónde coño va? – se pregunta mientras lo sigue.

Un par de minutos después Caraballo ve a España entrar en su propia casa. Vuelve a coger el móvil y vuelve a intentar llamar a su compañero...

... “El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento, inténtelo de nuevo más tarde”

- ¡Puta! – le grita a la señorita acercándose el auricular a la boca.

Caraballo se queda en la puerta del bloque de España dudando qué hacer, se da paseos hasta el borde de la acera y vuelve. ¿Subo? - Se pregunta. Lo piensa durante unos minutos y al final decide subir.

11:55 a.m. Casa de Luna Valdivieso

Le apuntas a la frente, dispuesto a dispararle. Te inclinas sobre él y le miras con cara de cuadro de Picasso, van explotando células de tu cuerpo, va muriendo la materia inocente que tienes en el cuerpo porque estás a punto de matar a Gandía, un asesino, pero una persona. Y se te aparece un ángel en tu hombro.

- No lo hagas, tú estás por encima de esto – te dice el ángel con voz de azúcar, dulce, melodiosa.

Y se te aparece un demonio en tu otro hombro.

- ¡Mátalo! El muy hijo de puta se ha cargado a la mujer a la que amas. Ojo por ojo, Ramiro España, diente por diente – te dice el demonio con voz de volcán, violenta, ardiente. Y te muerde la oreja, y juega con ella. ¡Mátalo!

Sí, te dices, me lo voy a cargar. Vas a disparar y el ángel te dice: “¿qué belleza hay sin vida? ¿Qué sentido hay?”. Y dudas. Y te das cuenta de que no eres un asesino y que no tienes lo que hay que tener para matar a una persona.

Gandía aprovecha tu momento de duda y te golpea la nariz con un golpe seco de su codo. Y te hacer caer. Gandía se levanta, te pega una patada en la mano haciéndote perder la pipa. Tú te dejas, ya te has rendido, pero sonríes con mueca de acordeón, deshinchándose tu sonrisa poco a poco. Sonríes porque, aunque sabes que Gandía te va a matar, te has demostrado a ti mismo que no eres un asesino, que respetas lo más valioso que hay... “¿qué belleza hay sin vida? ¿Qué sentido hay?” – te dices y te entregas a Gandía.

Gandía te pega un par de puñetazos, es rápido, y muy fuerte... y extrañamente bueno. Te lleva contra la pared, te golpea el estómago y te sienta en el suelo. Ves a Gandía, en blanco y negro, como la proyección de una antigua película. Te habla pero sólo escuchas el ru ru. Te mira con cara de novela de misterio y te enseña 3 dedos, luego 2, luego 1 y da un chasquido con el pulgar y el medio.

11:50 a.m. Casa de Ramiro España.

Froi decide subir al piso de España y ve la puerta entreabierta. Se pone en guardia, saca la pipa con mucha más destreza que su compañero y entra sigilosamente. Ve salir del baño a España. Froi apunta a su compañero con la pipa.

- ¿Estás bien, Rami? ¿Qué coño te pasa? ¿Por qué corrías así? Me tenías acojonado – le dice Caraballo a España apartando el arma y volviéndosela a guardar.

Caraballo se asusta un poco al ver la cara de su compañero, como echando fuego, como echando hielo, como alimentando a una manada de gusanos de seda gigantes. España lo mira con cara de tanatorio, sin decir nada, mudo como una nube que sólo sabe gritar en forma de trueno.

- ¿Tío, estás bien? Tienes mala cara

España se le echa encima, lo coge por la pechera y le da un derechazo que impacta en la cara de Caraballo como un autobús.

- ¿Qué cojones haces, cabrón? ¡Para ya!

España coge por la pechera a Caraballo, le pega 3 puñetazos en la boca del estómago y lo hace caer de rodillas. España le pega un codazo en la nuca haciéndolo caer y dejándolo casi grogui. Le da la vuelta y lo pone boca arriba.

- R-a-mi – masculla entre tos y tos.

España saca su pipa y le apunta a la frente. Duda. Caraballo aprovecha ese momento y se lo quita de encima pegándole un codazo en la nariz con la fuerza de la caída de un árbol recién talado. Lo desarma de una patada, le devuelve un par de puñetazos y lo sienta en el suelo.

- Está bien, está bien, Rami, escúchame, a la de 3 vas a despertar, ¿de acuerdo? Voy a enseñarte tres dedos y los voy a ir quitando uno a uno mientras cuento. A la de 3 doy un chasquido de dedos y despiertas, ¿de acuerdo? Tranquilo, todo va a salir bien.

Caraballo saca 3 dedos, 2, 1, chasquido y Ramiro España despierta.

12 p.m. Casa de Ramiro España.

Abres los ojos, aunque creías tenerlos abiertos, y te encuentras de repente a tu compañero Froi, con un ojo morado y derramando sangre por la nariz. Estás confuso, acojonado, y temblando como un tranvía antiguo.

- ¡Gandía ha asesinado a Luna, Froi! ¡Es un hijo de puta! – gritas con la impotencia de una margarita.

Miras hacia donde estaba Luna asesinada y no ves nada. Ni el cuerpo, ni la sangre, y descubres que estás en tu casa y arrancas a llorar. Sientes el abrazo de Froi, que te repite que todo va a salir bien.

- ¡Froi, qué me han hecho! Pensaba que estaba en casa de Luna y que estaba muerta. Pensaba que la había matado Gandía. ¿Qué diablos ocurre, Froi? ¿Qué? – Gritas como un energúmeno, pidiéndole explicaciones al viento.

Tranquilo, Rami, ¿vale? Si vienes de ver al doctor Villaescusa es muy posible que te haya practicado un salto al precipicio. Te hace creer cosas, oír cosas, ver cosas que no están pasando en realidad. Es como una especie de hipnosis.

- ¿Salto al precipicio? No sé, Froi – dices ya más calmado, el abrazo de Froi y lo seguro de su voz te serenan. He salido de la consulta del doctor Villaescusa, he tomado un café y me he ido para la oficina. Justo al entrar me ha llamado Luna, me ha dado su dirección y me ha pedido que fuese inmediatamente. Froi, creí haberla visto morir, decirme que Gandía la había matado y cuando tú entraste pensé que eras él.
- Está bien, Rami, descansa. Está clarísimo que te ha practicado un salto, no has podido hablar con Luna por teléfono porque lo tienes apagado, mamón, así que tranquilo, nada de lo que crees que ha pasado es verdad y Luna está viva. Voy por él, voy a pillarlo, Rami. Ahora descansa, te mantendré informado – te dice con una voz de roca, dura y fuerte mientras te quita el sombrero.

Ves a Froi ajustarse tu sombrero con las dos manos, te sonríe con cara de libro de misterio.

- Tomo el mando – te dice, y se marcha susurrándole al aire que Villaescusa lo va a pagar muy caro.

miércoles, septiembre 27, 2006

Rojo sabor a cereza

Hago un pequeño paréntesis en "Los regalos de la muerte" y pongo un relato cortito e independiente :D

Rojo sabor a cereza

Hoy vas a encontrarte con la mujer a la que amas, esa que te señala con el dedo índice y te dice: “Lo importante eres tú”. Y te lo dice con amor, con una sonrisa en la boca, tan roja como una cereza, que haría palidecer el más bello color. Hoy vas a encontrarte con ella y vas a abrazarla, a acariciarla como a ella le gusta, vas a amarla y besarla como sólo tú sabes hacer. Vas caminando por la desértica calle, ya estás a pocos metros de ella y de repente te pones nervioso, te emocionas tanto que te pones a hacer pequeñas estupideces, como saltar con los pies juntos de la acera a la calle y luego otra vez a la acera, como un niño pequeño que está a punto de descubrir un año más su regalo de reyes. De pronto no sabes qué hacer con las manos, si metértelas en los bolsillos, cruzarte de brazos, ponerlas en la espalda, y en todos lados te resultan incómodas y molestas y entiendes que es porque deben estar cogiendo las manos que amas, las de Alicia. Ya estás en la puerta y tu cabeza empieza a palpitar de la emoción, te pones nervioso pero te intentas tranquilizar… “Soy lo más importante para ella”, se dice.

¡Ahí está! Tus ojos se encienden con la emoción, ¡está ahí! – repites – Te vas corriendo como loco a abrazarla, a darle todo tu amor, toda tu pasión… pero ella se asusta al verte, grita y se aparta, y un hombre de casi 2 metros con mirada de tigre te empuja y te hace casi caer. “¿Qué coño crees que estás haciendo?” te dice… Tú tragas saliva, contienes la respiración y le contestas, “soy lo más importante para ella”.

Ja, ja, ja, ¡Otro loco con el mismo cuento! Te dice burlándose de ti, empujándote de nuevo y haciéndote caer esta vez y te deja tirado en el suelo, triste, y preguntándote por qué Alicia te dice desde el otro lado de la pantalla de la televisión, señalándote con el dedo índice, que eres lo más importante para ella.

lunes, septiembre 11, 2006

Los regalos de la muerte (XIV)

Los regalos de la muerte, capítulo 14

El frío abrazo


Los viejos rockeros nunca mueren. El inspector Ramiro España, el viejo rockero, se está enfrentado a alguien que cree que puede vencer pero se equivoca. Ramiro España es el “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, impulsivo, de sangre hirviendo. Ramiro es el “agua que no has de beber déjala correr”, no se mete en lo que no entiende, se empieza vistiendo por los pies y acaba por la gabardina y el sombrero. España es el “a quien madruga Dios le ayuda”, llega el primero y se va el último, está en la proa abriendo el mar y en la popa cosiéndolo con una estela. Porque España deja estela por donde va. Y se enfrenta alguien más duro que él. Se mide a un rompeolas salvaje, a un mar de aguas muy batidas sin faro.

Bicho malo nunca muere. El doctor Eduardo Villaescusa, el bicho malo, tiene donde quiere al indefenso inspector, sabe perfectamente que un bicho malo vence a un viejo rockero. Eduardo Villaescusa es “mañana será otro día”, calculador, saca el máximo provecho al tiempo y sabe que, bien elegido el momento, saber esperar es más rentable que actuar con impulsos. Eduardo es el “Nunca digas de esta agua no beberé”, estudia, profundiza, prueba todo aquello que desconoce y no para hasta conseguir resultados empíricos concluyentes para bien o para mal, no sigue un método, estudia el mejor camino detenidamente, pierde minutos para ahorrar horas. Villaescusa es el “no por mucho madrugar amanece más temprano”, cada cosa a su momento, en su lugar, en su estado. Se miden la más fría de las cabezas con el corazón más caliente.

Ramiro estaba confiado, cordero con piel de cordero. Comprobó los billetes de avión y estaban correctamente sellados y al nombre de Villaescusa. El doctor no podía ser el asesino, estaba fuera los días de los asesinatos y el día en el que Julio Gandía dijo haber estado reunido con Villaescusa. Era imposible.

Eduardo estaba contento, lobo con piel de lobo, con boca de lobo y con orejas de lobo. Más que contento estaba excitado. Estaba excitado, casi empalmado, por cómo había podido jugar con la mente de un inspector en apariencia rocoso, pero que no era más que un gato con guantes y con botas. Estudió su mente en el poco tiempo que compartieron y llegó a la conclusión de que era su “lado opuesto”. Era la pieza que faltaba, claro, ahora encajaba todo. Quería más tiempo, poder estudiar un poco más a España, sentía curiosidad.

- Pues sí, inspector, los días de los desafortunados asesinatos estaba fuera de España y llevo sin ver al señor Gandía al menos dos semanas – dijo Villaescuso con una mirada penetrante, con una sonrisa envolvente.
- Está clarísimo, doctor. Gracias por su tiempo – dijo muy agradecido y extrañamente sonriente el inspector. Ramiro no es tonto, se guía por impulsos. Tiene olfato de cordero, y huele más allá de su lana. Su corazón se cordero se aceleró y su cerebro de cordero le ordenó que endureciera su músculos faciales.
- Hummm... doctor, sólo una pregunta más – dijo el “agabardinado” inspector, endureciendo sus músculos gestuales hasta el nivel del acero, tensando su sonrisa hasta el nivel del arco de Ulises.
- Claro, dígame, inspector – contestó Villaescusa transformando su sonrisa envolvente en sonrisa nerviosa de testigo de Jehová.
- Al abrir la cartera para darme su DNI para comprobar su nombre y apellidos con los del billete de avión he visto que lleva una foto de un chico de unos 25 años. – dijo el inspector tensando más su sonrisa, dando un giro contundente a la conversación de besugos que habían mantenido donde todo se daba por sentado.
- Sí, es mi hijo, es la foto de la orla de cuando terminó sus estudios de derecho, ¿por? – Contestó confundido Villaescusa.
- Bueno, me he fijado que en esa foto aparece el nombre completo de su hijo. Dígame, ¿Cómo se llama su hijo?
- E-eduardo Villaescusa Cuevas
- Vaya, vaya, vaya, justo como usted, mismo nombre de pila y mismo segundo apellido, qué casualidad, ¿verdad, doctor? – dijo España con sonrisa afilada de lobo con piel de cordero.
- Je, sé qué insinúa, inspector – dijo medio riendo el doctor con una sonrisa más nerviosa que las de cien fieles de Jehová juntos. Pero tengo el pasaporte, mi pasaporte, perfectamente sellado, con la entrada y la salida de Honolulu en los días que indican los billetes de avión. Lástima que no tenga el pasaporte aquí en la consulta, lo tengo en mi casa.
- Está bien, no importa, no olvide traérselo mañana para que lo compruebe, simple rutina. Volveré entonces mañana a la misma hora.


España salió de la consulta a las 10 a.m. y se fue a la comisaría andando, disfrutando del aire fresco de la mañana y dándole vueltas al caso del que no dejaban de ocurrir cosas curiosas. Lo va a flipar Froi, se dijo. Paró a tomar un café y dos donuts en una cafetería, de la que salió a las 10:45 a.m. Debía darse prisa, pues había quedado con Froi en la comisaría a las 11 y todavía le quedaba un buen trecho. Eran las 11:20 y llegaba, jadeando, a la puerta de la comisaría. De pronto sonó el móvil.¿Numero restringido?, se preguntó. ¿Quién coño será?

- Ramiro, soy Luna – sollozó la prostutita
- ¿Luna? – preguntó confuso el inspector. Coño, ¿está llorando?
- Sí, soy yo, ven deprisa a casa, por favor – dijo Luna continuando con su llanto.

Ramiro salió pitado para la casa de la puta después de que le dijera su dirección, estaba muy cerca de la comisaría. Cuando llegó se sorprendió por ver la puerta entreabierta, sacó su pipa, que nunca había disparado y entró torpemente, a lo “Loca academia de policía”.

Luna estaba en el suelo, desangrándose, con una herida muy profunda de arma blanca en el vientre. Luna alcanzó a mirar al inspector con los ojos blancos y tras un titánico esfuerzo dijo... Gandía... para morir a continuación.

El rojo de la sangre de Luna que inundaba el suelo se metió en los ojos del inspector, que echaba fuego del color rojo sangre de prostituta muerta por la boca, hielo color blanco de ojos de prostituta muerta por los ojos y las termitas cebadas de su estómago empezaron a devorar. De repente se le apagó todo, el fuego, el hielo y las termitas y estalló en un llanto, abrazó al cadáver, llorándole, y estuvo abrazando a Luna hasta que se quedó fría.

Los viejos rockeros nunca mueren, se dijo, se incorporó, se limpió las lágrimas con la manga de la gabardina, sacó a pasear al cordero y se quedó con el lobo.

Gandía, la has cagado.

martes, septiembre 05, 2006

Resumen Regalos de la muerte

En esta semana estará listo el próximo capítulo de los regalos de la muerte, pero antes dejo un pequeño resumen de los sospechosos, anilizando las posibilidades de ser inocentes o no ;)

- Federico "Fede" Laviña

Prestamista de Javi Lagos y camello de Andrés Reyes. Ha dejado de ganar mucho dinero por haber perdido a sus dos mejores clientes: un jugador de baloncesto cocainómano que no reparaba en gastos a la hora de pillar coca y un jugador compulsivo que siempre pagaba (y muy bien) sus deudas y que acudía a Laviña por pelas. Lo tiene muy jodido, puesto que ha engañado a un inspector de policía y éste lo ha cazado, apenas tiene vía de escape, salvo que la prensa que anunciaba que no se televisaba el partido de basket estuviera equivocada y la cadena de televisión hubiese cambiado su programación a última hora. Cuenta, además, con otra carga... el inspector Caraballo lo odia y va a por él.

- Luna "la-mejor-puta-del-flowers" Valdivieso

Puta de oficio y amante a tiempo parcial de los dos asesinados. Actualmente está desaparecida y en busca y captura. Ha amenazado de muerte a Andrés Reyes porque éste ha contado su secreto (es seropositiva) a Javier Lagos. Ambos han podido ser asesinados por ella para silenciarlos y que su secreto no siga expandiéndose. Tiene a su favor que, según parece en lo que leemos en los capítulos en los que nos metemos en la cabeza del asesino y en el capítulo 1, el asesino es un hombre. Además tiene otra ventaja más, el inspector España se ha enamorado de ella.

- Julio "chuloputas" Gandía

Otro que la ha cagado. Ha mentido a un inspector de policía. Según nos cuenta Luna, tanto Andrés como Javi como el propio Gandía están enamorados de Luna. Puede tener como móvil el quitarse del medio a dos competidores por el amor de Luna, amor que según los efectos producidos en Ramiro España es enfermizo y puede llegar a esos extremos.

- Eduardo "el doctor" Villaescusa

El personaje más complejo y, a priori, el máximo candidato a ser el asesino por varios motivos.

1) La voz: Ramiro España describe una voz muy peculiar, al igual que Javi Lagos en el capítulo I.

2) En el capítulo 3 el asesino dice que "ha curado" a los asesinados, al igual que le confiesa, en el capítulo 13, al inspector España.

3) Nada más que por el nombre tiene que ser el asesino :p.

4) Todo confluye hasta él.

Pero, hay varios hechos que indica que es inocente:

1) Tiene una coartada muy fuerte: Unos billetes de avión que indica que está fuera del país (es muy difícil falsificarlos)

2) Según el capítulo en el que el asesino abre la puerta a quien lo visita, éste parece sorprendido, como no esperando la visita. Incluso abre la puerta porque así se lo indica su curiosidad. En el capítulo 13 vemos que la visita es concertada, habían quedado el día anterior.

Nos vemos pronto!!

jueves, agosto 03, 2006

Los regalos de la muerte XIII

Los regalos de la muerte (XIII): Ya eres mío, Laviña / Ya te tengo, Gandía

La fuerza se le escapaba como a una gaseosa que ha sido agitada violentamente, tenía los dedos dormidos por la fuerza por la que había cogido a Gandía por la pechera. Gandía seguía en el suelo respirando como si sufriera de asma, agarrándose el pectoral izquierdo como si le estuviese dando un ataque al corazón.

- ¿Quién es el doctor Villaescusa y cómo puedo encontrarlo? – dijo el inspector España con una voz sin hielo, ni fuego, ni termitas. La voz llegó a los oídos de Gandía como el eco de unas antiguas catacumbas.

- Toma esto – le dijo Gandía dándole una octavilla. Ahí tienes todos los datos del doctor. Y ahora lárgate – terminó Gandía, con un fingido tono de valentía que apestaba a miedo del más primitivo. Lárgate, por favor.

España, con un olfato leonino, captó el olor a miedo que desprendía Gandía y no pudo sentir otra cosa que lástima y vergüenza por su repentino y extraño brote de violencia.

- Está bien, me marcho, pero te seguiré la pista, eres sospechoso de 2 asesinatos, Gandía, voy a estar muy pendiente de ti.

España salió por la puerta para la tranquilidad de Gandía y del camarero. Cogió el teléfono móvil e hizo una llamada.


Caraballo estaba sentado en el tejado de su casa, como un gato triste y azul, descansando el cuerpo y trabajando la mente. Estaba sentado mirando el paisaje masificado de antenas de televisión terrestres donde empezaban a aflorar las parabólicas como si fuera una primavera digital. Estaba sentado dándole vueltas al caso Lagos-Reyes y planteando la estrategia a seguir para arrestar a Laviña. El inspector Caraballo estaba totalmente seguro de que el prestamista y camello era el asesino. Conocía a Laviña mejor que nadie y tenía un par de teorías sobre lo ocurrido y tenía un móvil. Pero le faltaba lo fundamental: las pruebas, que tenía por seguro que iba a encontrar. De repente un sonido polifónico de la novena sintonía de Beethoven lo sacó de su trama estratégica para detener a Laviña.

- Inspector Caraballo, dígame
- Soy Ramiro, Froi – dijo el inspector España con una voz más despierta de lo habitual por un móvil que apenas sentían sus dedos dormidos.
- Rami, tenemos que quedar en breve para nuestro ya clásico brainstorming, para exponer nuestras teorías. Creo estar muy cerca del asesino.
- Oh, Froi, claro, pero déjame atar un último cabo. ¿Sabes? Yo también sospecho mucho de alguien, tenemos que reunirnos y concretar. Verás, acabo de hablar con Julio Gandía, el propietario del club flower’s. ¿Sabes quién es, no?
- Sí, lo conozco. No es trigo limpio.
- Ya lo creo, Froi, es todo un personaje. A lo que voy, este tipo no es que sólo tenga motivos para asesinar a las dos víctimas… también me ha facilitado el nombre de un posible sospechoso al que voy a ver mañana a primera hora. Lo acabo de llamar y he quedado con él a las 9.
- Vaya, quizá la trama sea más compleja de lo que me imagino, pero apostaría mi mano derecha a que el asesino es Laviña, y estoy cerca de descubrirlo. Y por curiosidad, ¿quién es el cuarto implicado en los asesinatos? Si estás cansado puedo ocuparme yo de él
- Es un tal doctor Villaescusa. Eduardo Villaescusa. Tiene su consulta en Fuenlabrada, en la calle Alcorcón. Y gracias por el ofrecimiento, tío, lo cierto es que estoy un poco cansado.

El silencio se apodera de la línea telefónica. Un diluvio de saliva desembarca por la garganta del inspector Caraballo. Casi tiembla al oír el nombre del cuarto implicado.

- ¿Sigues ahí, Froi?
- Sí, Rami, es sólo que… no me encuentro bien, tengo la tensión un poco baja. Preferiría que te encargases tú de Villaescusa.
- Está bien, yo me ocupo. Te llamo para quedar a hacer el brainstorming.
- S-sí, Rami, está bien. Suerte.

Ramiro España cuelga y se va a su casa a descansar.

- Toc, toc, toc
- Vaya, vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí... – Tú debes ser el misterioso inspector de policía que me llamó anoche. Pase, soy el doctor Eduardo Villaescusa.

La voz del doctor era una ópera en do mayor a capela, era un altavoz dolby sorround con dos etapas de potencia y haría tranquilizar al más bravo de los mares.

Froilán Caraballo seguía sentado en su tejado, como un gato más triste y más azul.

- ¿El doctor Villaescusa implicado, eh? Esto se pone interesante, sí señor, muy interesante. Ja, ja, ja, ¿a que el asesino no es Laviña?

Ramiro España se sentía mitad incomodado mitad cautivado por la voz del doctor

- Tengo un par de preguntas, doctor Villaescusa.
- Dispare, inspector. Y por favor, llámeme Eduardo
- Oh, está bien, Eduardo. ¿Conocía a Andrés Reyes y Javier Lagos?
- Por supuesto, eran dos de mis pacientes. Andrés era cocainómano. Javier ludópata. Los he curado a los dos para morir. Nadar para morir en la orilla como suele decirse.
- ¿Los ha curado, dice?
- Sí, he desarrollado una nueva técnica en psicología que he puesto en práctica con ellos de forma muy exitosa. Uno ya no se droga y el otro ya no apuesta. Una pena lo de sus asesinatos ahora que empezaban a hacer una vida mucho más normal.
- Humm… qué interesante, doctor, tenemos que profundizar en eso después. Pero antes un par de preguntas… Esa técnica de la que habla, ¿la pone en práctica por primera vez con ellos? – preguntó el inspector sospechando la respuesta.
- Sí y no, inspector, la puse en práctica con otras personas que por motivos evidentes no diré sus nombres, pero con ellos hice una modificación y la experiencia fue un rotundo éxito. Si quiere hablamos más profundamente sobre el tema, inspector.
- Oh, no, de momento. Como de momento aceptaré que no me diga esos nombres, pero quizá se lo pida más adelante. Sería sólo para confirmarlos pues creo sospechar quienes son. Otra pregunta, Eduardo, ¿qué hacía y dónde estaba la noche del sábado 11 de marzo y el mediodía del domingo 12 de marzo?
- Fueron las franjas horarias y las fechas de los asesinatos, ¿verdad? Me encontraba de vacaciones en Honolulu. Casualmente tengo aquí los billetes de avión de ida y vuelta por si lo quiere comprobar. Llegué ayer por la mañana.
- Un momento, ¿me quiere decir que estaba de vacaciones en el quinto coño el día de los asesinatos?
- Así es, inspector.
- ¿Y no tenía sustituto ni consulta esos días?
- No, tenía la consulta totalmente cerrada.

Ramiro España sonrió, la lava de su estómago empezó a encenderse de nuevo, el hilo de su mirada empezaba a rozar el cero absoluto, las termitas a devorar madera.

- Ya eres mío, Gandía – dijo echando humo por la boca y escarcha por los ojos

Froilán Caraballo tuvo un flash al volver a ver las antenas terrestres y las parabólicas, orientadas al satélite. Se metió corriendo a su casa por la ventana y buscó en la mesa donde apilaba los periódicos. Cogió el AS del domingo 12 de marzo, miró la programación de Telemadrid y de La 2, en ninguna cadena televisaban el partido del Real Madrid, equipo de Andrés Reyes, ni siquiera por el canal digital.

- Pero qué hijo de puta. Ya te tengo, Laviña – dijo alimentando un odio que nació en una partida de ajedrez perdida.

lunes, julio 03, 2006

Los regalos de la muerte (XII)

Los regalos de la muerte (XII): ¿Quién es el doctor Villaescusa?

Te tocas con tu sombrero más nuevo, te pones tu gabardina más elegante y te colocas frente al espejo, coqueteas contigo mismo y piensas si a Luna le gustarías así, si seguiría llamándote Flanagan. Me gusta que me llame Flanagan, dices. Sales al balcón de tu casa y admiras la puesta de sol, disfrutas con todos los atardeceres porque cada color de cada atardecer siempre es distinto... y único. Disfrutas porque se acaba o porque sólo lo bello se acaba o porque lo que nos queda siempre es lo bello. Según tu estado de ánimo piensas una cosa u otra. Hoy piensas que lo bello es lo que nos quedas y entre el color único del atardecer ves reflejada a Luna, esa puta del flower's sospechosa de dos asesinatos. Pero la descartas como sospechosa, lo bello es lo que nos queda, lo único puro, y ella es más bella que cualquier atardecer y piensas que a nadie ha matado un atardecer. Piensas que has venido a tu casa a ver la puesta de sol, como haces siempre que puedes, pero te descubres a ti mismo pensando que lo has hecho porque tienes que hacer una nueva visita al club flowers, a vértelas con Julio Gandía, y querías estar limpio y elegante por si la casualidad hace que te veas de nuevo con Luna. Te vuelves a sorprender a ti mismo porque esta es la tercera vez esta tarde noche que has pensado en ella, y siempre acompañado de un cosquilleo en el estómago. Descartas que sea por atracción sexual, cuando es de ese tipo el cosquilleo lo tienes un par de palmos más abajo. Te asusta pensar que te has enamorado con sólo haber estado unos minutos con ella, pero es que cada sonrisa de ella es un atardecer de color único.

De repente oyes sonar tu móvil, y antes de ir a cogerlo echas una última mirada a la puesta de sol y piensas que te gustaría tener una gabardina de ese color. Coges el móvil... Inspector España, ¿dígame?... dices. Son tus jefes y quedas a la escucha, y quedas perplejo, te están diciendo cosas que no quieres creer, el cosquilleo del estómago se convierte en un huracán salvaje, en una úlcera kilométrica o en un trozo de madera pasto de las termitas. Cuelgas y quedas tembloroso, tétrico, porque te has enamorado de la muerte, porque el atardecer está sangrando como un huracán salvaje, o como una úlcera kilométrica o como un trozo de madera pasto de las termitas. Te han dicho que Luna Valdivieso es la principal sospecha y que tienes que ir a detenerla inmediatamente. Te han contado que han encontrado el teléfono móvil de Andrés Reyes y que tenía una amenaza de muerte por parte de Luna. Te han dicho que la amenaza de muerte era debido a un secreto que tenía la prostituta y que conocía el asesinado y que tenía intención de contar. Joder, te han dicho que la detengas inmediatamente, y el hormigueo te hace una llave de judo en tu estómago. Menos mal que el cosquilleo no es un par de palmos más abajo, dices, soltando una pequeña sonrisa que pronto te tragas, y que pronto es devorada por el cosquilleo. Miras una vez más al atardecer, ya no está Luna reflejada allí... Y sales para el club flowers.

Llegas al club, como si fueses un volcán salvaje, y ves al camarero que habías chuleado la otra vez. Él también te ve, y se asusta de tu mirada, ardiendo como la lava. Lu-Luna no está, señor, te dice sin que le hayas preguntado nada, ya de-debería haber llegado pero no está, señor, continúa diciéndote. Te sorprendes de nuevo a ti mismo diciéndole que no vienes por Luna, como te habían ordenado. Y gritas, y explotas y el magma de tu estómago sale disparado por tus poros. Y le preguntas al chico que dónde está Julio Gandía, y adornas la pregunta con muchísimos exabruptos, sin repetir ninguno, únicos, como el color de los atardeceres. El camarero, acojonado, te acompaña hasta una puerta que el chico te dice que es la de su despacho, y se va, y llamas a la puerta...

- Toc, toc, toc
- Vaya, vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí... – te dice Gandía al abrir la puerta y ver que tú lo buscabas. Pero si es el famoso “Flanagan” te continúa diciendo con cierta ironía. Si buscas a Luna no está aquí.

Te cuelas en su despacho, cierras la puerta tras de ti y lo coges por el pecho. Vengo por ti, le dices y le clavas en los ojos una mirada de hielo ardiendo en lava. Y quiero respuestas, ¿me oyes? Le dices desafiante, con tus manos apretando cada vez más el pecho de Gandía. Le dices que sabes que Luna tiene un secreto, pero no dices nada de la amenaza de muerte a Andrés Reyes, en el fondo lo haces porque estás convencido de que Luna es inocente y quieres demostrarlo, incluso temes que quieras demostrarlo a cualquier precio... como colándole el muerto a otro, y piensas que el ideal es Gandía, un rival menos, y te sientes absurdo pero ya crees estar seguro de estar enamorado con sólo unos minutos que has estado con ella. Gandía se asusta, y ves en sus ojos los de un cordero, y se asusta aún más cuando te oye decir lo del secreto de Luna. Tengo preguntas, le insistes, y quiero respuestas. Empecemos, a) ¿Cuál es ese secreto? b) ¿Dónde estabas los días y horas de los asesinatos de Javier Lagos y Andrés Reyes? He oído decir que les odiabas a muerte a los dos y c) ¿Dónde cojones está Luna?
Ves que a Gandía le falta el aire y le sobra el miedo y te preguntas cómo te verá para que esté tan asustado, si no eres más que un poli con gabardina al que llaman Flanagan. Y lo agarras más fuerte de la pechera y le clavas más miradas de hielo ardiendo y Gandía se rinde y te dice que no sabe dónde está Luna, que ya debería estar aquí y te contesta que en los días y en las horas de los asesinatos estaba en la consulta del doctor Villaescusa y te sorprendes cuando te dice que allí también iban los asesinados y aún más cuando te dice que también iban Federico Laviña y Luna. Y sueltas a Gandía cuando te contesta a la pregunta “a” y Gandía cae y le sigue faltando el aire, y le sigue sobrando el miedo aunque tú ya no tengas hielo, ni lava, ni termitas ni úlceras, ya no te queda nada, ni capacidad para sorprenderte porque la has agotado toda al saber que el secreto de Luna es que es seropositiva.

Y lo único en lo que se te ocurre pensar es en quién cojones es el doctor Villaescusa, para apartar de tu mente a Luna y su secreto, y ya no recuerdas el atardecer, de color único, que nunca más volverá.

sábado, junio 24, 2006

Cuando las emociones traspasan mi piel (II)

La mujer que te quiere me ha contado algunas cosas.
Me ha dicho, por ejemplo, que cuando está sentada entre la gente,
busca con los ojos, otros ojos, que le hagan sentir que existes realmente.
La mujer que te quiere y que debate temas serios con gente seria,
piensa en el país de Nunca Jamás,
porque adora, adora, adora a Peter Pan,
y me dice que quiere regresar, y si es de tu mano, mejor.
Me cuenta que se calza tu XL,
porque siempre le han gustado las cosas grandes,
para no agobiarse, ya sabes.
Aunque tú y yo sabemos que se ciñe por coquetería.
La mujer que te quiere ya no encuentra rincones en los que estar sola,
porque tú se lo has estropeado.
Le persigue tu imagen y no encuentra ya consuelo en el sillón solitario.
Sabe que sabes por dónde se mueve.
Sabe que sabes cómo se mueve.
Esa mujer te hace un regalo cada día,
que tú recoges y cuidas.
La mujer que te quiere, está enferma.
Ha perdido la noción del tiempo y el espacio. O eso dicen.
Vive en el punto de inflexión y lo sabe y le gusta.
Me dice que el calor de tu cuerpo la motiva...
Y que en las noches, perdida, siempre te encuentra...
Y reconoce tu voz que le dice... ven, ven aquí...
Esa mujer te quiere, al compás de la música...
baila contigo.
La mujer que te quiere, bebe con avidez el néctar de la vida,
y es que no sabe, nunca podrá saber,
si esta es la última,
la última vez.

martes, junio 06, 2006

Los regalos de la muerte (XI)

Los regalos de la muerte XI: Three Points Basket

- Andrés Reyes, antes -

Yacía triste, casi llorando, sobre la mesa de su lujoso salón y sangrando por la nariz, como si un ejército de pequeños cristales hubieran corrido el rally de Montecarlo sobre sus fosas nasales. Ahora empezaba a llorar, ya no tanto por sentirse un cocainómano y no poder evitarlo como por el sentimiento de culpabilidad que le corroía las entrañas.

- Juro que no quería hacerlo, Luna – mascullaba entre sollozos. Lo juro, lo juro, lo juro.

Tenía su móvil en la mano, y releía el sms de Luna una y otra vez, y cada vez que lo hacía despegaba de su pecho un nuevo llanto, cada vez el nudo que tenía en el estómago se iba haciendo más perfecto, ya casi era nudo marinero. Tenía los ojos empantanados en lágrimas y no veía lo que ponía el móvil. Lógico. Era como intentar leer una chuleta de un examen de COU debajo del agua de la playa más turbia de Torrevieja. Pero no le hacía falta verlo. Se lo sabía de memoria.

“No te quiero, Andrés. Ya no te quiero. No quiero volver a verte”

Nueva lectura de memoria, nuevo llanto, y más agua de la playa más turbia de Torrevieja brotando por sus ojos inyectados en sangre.

No lloraba porque se sentía un mierda, ni porque fuese un cocainómano crónico, como tantas otras veces había llorado, ni siquiera porque Luna ya no lo quería, lloraba porque se sentía culpable, el hombre más ruin de la tierra.

- ¿Por qué he llegado hasta esto, Dios mío? ¿Por qué me he convertido en un pedazo de mierda?, gritaba impotente al vacío de su salón, que cada vez se le hacía más grande y más pesado, mientras pegaba fútiles puñetazos a una mesa que aguantaría hasta mordiscos de Mike Tyson.

Lloraba, pero entre llanto y llanto consiguió un momento de lucidez en el que se limpió la sangre de la nariz producto del gramo que se acababa de meter, se sonó y recordó la primera vez que probó la coca aquella fatídica tarde en la que conoció a Fede Laviña. Se creía Dios, o al menos un Dios, omnipotente, era querido, alabado, ¡rico! ¿Qué podía hacerle un poco de polvo parecido al azúcar? Nada, claro que no. Fue probarla y al día siguiente falló por primera vez un tiro a canasta en su vida. Quedó petrificado, con el corazón palpitando a la velocidad del tren de Regreso al futuro. Quieto, perplejo, se miraba las manos, luego a la canasta, luego a las manos, que le temblaban como si estuviese usando un martillo compresor. El speaker que tanto le alababa enmudeció, por el altavoz sólo se escuchaba el tragar de saliva de éste. Reyes cayó de rodillas, sólo había fallado una canasta y ya no era el hombre del piano, ni la distancia más corta entre dos puntos, ni el califa del parqué. Había fallado y era por la coca, no porque los defensores cada vez conocían mejor su juego, que así era, ni porque cada vez le costase más tirar porque la estrategia del equipo contrario se cebara con él. No. Era por la coca, lo sabía, se había dejado llevar y ya no tenía la forma física de antes. Ni las ganas. Ni la ilusión. Se creía Dios, o al menos un Dios, y un polvo parecido al azúcar lo había puesto en su sitio.

Lloraba, pero no porque se sintiese un mierda, ni porque fuese un cocainómano, ni porque luna ya no le quería, ni siquiera porque había fallado una canasta. Lloraba porque se sentía culpable, porque después de recibir el sms de Luna diciéndole que no le quería le contestó que entonces contaría su secreto. La prostituta le volvió a mandar un mensaje de texto diciéndole que si lo contaba sería hombre muerto. Reyes no hizo caso a la amenaza, y le contó el secreto a Javi Lagos.

Lloraba porque se sentía culpable, arrepentido, y no porque se haya metido más coca que azúcar cabe en una playa turbia de Torrevieja. Y entre llanto y llanto sacó otro momento de lucidez, y alcanzó a ver una octavilla entre las cartas que tenía sobre la mesa que estaba empañando con sus lágrimas. En ella rezaba: “¿Tienes problemas que no te dejan vivir? El doctor Villaescusa tiene la solución. Llame y hablemos"

Al leerlo memorizó el número de teléfono, hizo una bola con la octavilla, tiró la bola hacia la papelera... mecánica de tiro perfecta... con la fuerza de una jauría de lobos... sin saltar... y la pelota improvisada entró limpiamente en la papelera.

¡Three Points Basket! – gritó, levantando una sonrisa que parecía hundida en lo más profundo del horizonte.

miércoles, mayo 17, 2006

Los regalos de la muerte (X)

Capítulo X: Odio ese ruido

- Javier Lagos, antes -

Javi miraba hacia el suelo, andando cabizbajo y dejando atrás el casino. A pesar de que llovía avanzaba muy lentamente, dejando que las gotas lo empapasen, esperando que la lluvia lo purificase por dentro. Andaba cabizbajo, casi agazapado, odiándose a sí mismo enormemente por caer en la tentación del juego una y otra vez, por dejarse la pasta en ese antro de perversión lucrativa, odiándose por no poder evitar llamar a Fede una y otra vez para que le prestase la pasta. Odiándose brutalmente porque cada céntimo que caía en sus manos iba a parar a Fede o al casino. "No, esto no puede seguir así, esto tiene que acabarse ya" se decía a sí mismo cada vez que salía del casino de Torrelodones. Se lo decía como el yonki que se pinchaba y se decía que iba a ser la última vez, o como el obeso que come chocolate convenciéndose a sí mismo que al día siguiente empieza la dieta. No, sabía en lo más profundo de su ser que iba a volver a jugar una y otra vez hasta que muriese. Se lo decía metiéndose las manos en los bolsillos y esperando encontrar un billete de 50 euros más para echar un buen polvo con Luna. Oh, Dios, mi Luna. Se odiaba porque se había enamorado de una puta. No, se odiaba porque se había enamorado de LA puta de Gandía. Se odiaba porque tenía a Andrés Reyes como rival. ¿Qué puedo hacer contra él? Nada, claro, es muy rico y famos, además es un gran amigo.

Se odiaba porque, una vez más, se conformaba con bajar los brazos y mostrar la nuca para que le rebanasen la cabeza. Je, sonrío, al imagenarse a sí mismo como un pescado en manos del pescadero y apartándose en el último momento del corte criminal del cuchillo, porque su "don" lo salvaría. Oh, Dios, mi don. ¿De qué me sirve intuir el futuro inmediato a través de los sonidos ahora? Recordó cuando cayó en las redes del juego, en este mismo casino, apostando a las cartas siempre sobreseguro. Simplemente con el sonido de las cartas al barajarse, o al tocarse entre ellas sabía las manos de todos sus contrincantes. Siempre apostaba sobreseguro, siempre ganaba. Pero Javi era un bocazas, y solía decir "odio ese ruido" cuando iba a ocurrir algo que no le gustaba o "me gusta ese ruido" cuando iba a ocurrir al contrario. Y los jugadores de cartas son muy perspicaces, y aprendieron a ser tremendamente silenciosos. Empezó a perder, y los que no eran silenciosos no jugaban con él. Había mostrado sus cartas demasiado pronto. Entonces descubrió otros juegos, pero el rumor ya había corrido, y en el casino sólo le dejaban jugar a la ruleta. Sí, justo cuando la bolita tocaba la ruleta ya sabía qué número iba a salir... pero su apuesta ya estaba hecha. Sí, era el primero en saber el resultado, pero lo inútil de la predicción lo hacía de un sarcasmo casi macabro.

Se odiaba a sí mismo porque, en esta ocasión, no tenía ningún billete de 50. Seguía caminando muy despacio, y ya estaba casi junto a su coche cuando vio en el limpiaparabrisas una octavilla que rezaba "¿Tienes problemas que no te dejan vivir? El doctor Villaescusa tiene la solución. Llame y hablemos". Javi cogió la octavilla del limpia y al oír el sonido que hizo ésta al sacarla de ahí dijo... "me gusta ese ruido" levantando una sonrisa que parecía hundida en un abismo.

martes, mayo 02, 2006

Cuando las emociones traspasan mi piel (III)

Cuando ser diferentes es hablar y llegar a un acuerdo,
cuando mirarte es lo mismo que decirte,
cuando una sonrisa llega a ser un beso de lejos,
cuando un silencio te quita la vida,
cuando soy lo mejor del día,
cuando tu olor me hace más falta que el aire,
cuando "estoy contigo" significa eso,
cuando una palabra vale más que mil imágenes,
cuando despertarme a tu lado vale por 8 horas de sueño y 24 de felicidad,
cuando un abrazo significa llegar a casa, cuando otro más combate el frío,
cuando aprender de ti significa que me conozca y me conozcas,
cuando enseñarte es comprenderme,
cuando tu espalda está cansada y te sirve mi hombro,
cuando soñar es pensar dormido en ti,
cuando 400 km es lo mismo que 50,
cuando lo que yo deseo es razón más que suficiente,
cuando decido dónde vamos a ir,
cuando la cuesta se desplaza 7 meses,
cuando los días juntos son formas de amar,
cuando las lágrimas pesan en mis ojos,
cuando te quiero yo más,
cuando me echas de menos,
cuando estar con 3 personas para mí es soledad,
cuando reímos juntos,
cuando me ocurre todo esto... cuando las emociones traspasan mi piel...

lunes, abril 24, 2006

Los regalos de la muerte (IX)

Los regalos de la muerte IX: Fede y Froi, Gambitos

Para Fede Froi, como rival, ya no era más que unas cuantas huellas olvidadas de un pasado imperfecto, y se le había aparecido de repente en su casa para mantener un pulso vital, una partida de ajedrez en la que se juega la inocencia de Fede. Allí estaba Froi, con su táctica de siempre... ya me había vuelto a colar un gambito, había sacrificado a De La Santa, su peón, para conseguir una posición favorable en el tablero, y lo había conseguido, me la ha vuelto a jugar, ya tiene la ventaja del campeón. Está por encima de mí y me tiene acojonado.

Para Froi Fede, como rival, seguía presente en sus días, era la china en el zapato cuyas huellas que va dejando no quedan atrás, sino que le persiguen. Sabe de sobra que ha machacado a Fede al ajedrez mil y una vez, pero ha perdido una partida con él. Una sola vez, pero le pesa como el mayor paso de Semana Santa estando como único costalero. Por eso lo machaca, pero por más veces que le haya ganado no queda contento, no consigue amortizar esa partida perdida, porque ha sido la única que ha perdido jamás. Ahí tiene delante a Fede, y piensa machacarlo por última vez y meterlo en la cárcel, porque ha matado a dos personas.

Para Fede Froi sólo era el tipo (genial) que le quitaba las multas, su contacto en la policía, el tío por el que podía vender coca y otras drogas de una manera despreocupada. Siempre que se metía en problemas allí estaba Froi para sacarlo de la mierda. Siempre pensó que lo hacía por la amistad de la infancia, porque de alguna manera se hacía cargo de él, su amigo desde pequeño, su alma gemela, el otro chico del pueblo que había salido del círculo estanco en el que se había convertido su pequeño pueblo de origen.

Para Froi Fede era su peor rival... coño, ¡le había ganado una partida! y esperaba el momento más idóneo para pegarle un zarpazo que compensase esa derrota. Claro que le quitaba esos pequeños delitos que cometía. ¿Qué podían hacerle por vender un poco de coca? Nada importante. Froi esperaba a que cometiese un delito mayor (pero ni había soñado con el asesino... ¡era genial!)para que le cayese una condena muy dura, estaba seguro de que lo cometería pues el pobre infeliz contaba con que me tendría de aliado en la policía (sólo dejo que se acerque, que confíe en mí, pensó, como un campo de trigo), esperaba el momento de dar rienda a su rencor y odio acumulado todos estos años. Un odio soterrado más allá de sus entrañas, forjado a fuego lento por el paso del tiempo, agudizándolo, amasándolo. ¡Odio, odio, odio! Y tenía a Fede donde quería y esperaba. Lo tenía cogido por los huevos. Se había cargado a dos tíos. Ahora es el momento de pagar. Voy a detener a este payaso y voy a colgarle los muertos. ¡Jaque!

- Fede, Fede, Fede, ¿qué cojones has hecho?
- No he matado a nadie, de verdad. Aunque no tengo coartada, estaba viendo el partido por televisión cuando asesinaron a Andrés.
- Está bien, te creeré por esta vez - dijo Froi con cierta ironía y marcando cada sílaba de la palabra "creeré". Cuéntame todo lo que sepas de Javier Lagos y Andrés Reyes. Por ejemplo, cuéntame cómo los conociste.
- Esta bien, tío, te lo contaré, pero tienes que ayudarme, no puedes dejarme solo... por los viejos tiempos.
-Claro, Fede, voy a estar ahí... atraparé al asesino y lo meteré en la cárcel - dijo Froi volviendo a marcar las sílabas, en este caso de la palabra "asesino", poniéndole el brazo sobre el hombro de la misma forma que lo hizo con De La Santa consiguiendo que Fede diese un pequeño respingo asustado, aunque para el sospechoso fue como una caída hasta el abismo. Tenía de su lado a un poli amigo, pero cada vez estaba más asustado.
- Confío en ti, Froi - dijo Fede con menos confianza y volutad que una mosca atraída por un insecticida eléctrico. Conocí a Javier por medio de Julio Gandía, el dueño del puticlub flowers, no sé si lo conocerás.
- Sí, Gandía es uno de los habituales en la comisaría - asintió sonriente Froi. Menudo alegrón le voy a dar a Ramiro. ¿Sabes que un compañero mío está ahora mismo en ese club investigando el caso de Lagos, Fede? Creo que esto es más grande de lo que pensé en un principio. Continúa, Fede.
-Bien, me envió a Javier porque necesitaba pasta rápida y yo podía dársela. Javier era un ludópota extremo, Froi, se había inflado a ganar dinero gracias a un don que supuestamente tenía pero llegó un momento que empezó a perder, coincidió que fue justo cuando le hice el primer préstamo, y el chico no supo parar. Una de las dos cosas curiosas de todo esto, Froi, es que a Andrés Reyes también me lo envió Gandía, pero éste no necesitaba pelas ¡le sobraban, Froi! ¡Era el puto base titular del Real Madrid y el mejor pagado de España! Quería coca, mucha coca. A partir de meterse lo que yo le pasaba (y sabes que paso de buena calidad) bajó su rendimiento espectacularmente, Froi (al inspector le ponía un poco nervioso que repitiese tanto su nombre, pensó que era lo que pretendía Fede). ¿Sabes que después de meterse la primera dosis que le vendí falló el primer tiro a canasta desde que estaba en el Real Madrid, Froi?.
- ¿Y... y cuál es la segunda cosa curiosa? - dijo Froi perplejo. Lagos tenía un don que perdió con Fede... Reyes tenía un don que perdió con Fede... Yo tenía un don que perdí con Fede... ¿soy el próximo que el asesino quiere matar? Por un momento temió a Fede, pero el odio en su interior espantó al miedo. Odiaba mucho más a Fede ahora, había conseguido neutralizar su jaque y perder parte de ventaja.
- La segunda cosa curiosa es que tengo algo que te va a interesar, Froi, mucho mucho... Gandía odiaba a muerte a Lagos y a Reyes.
- ¿Por?
- Tanto uno como otro estaban enamorados de Luna, la mejor puta del flowers, pero había un tercer enamorado... el propio Gandía.

Froi quedó confuso... No, no puede ser, ¡el asesino es Fede! ¡Tiene que ser Fede!

- Hummm.. Interesante lo que dices, Fede. Déjame que haga una llamada. Cogió el móvil y llamó a Ramiro España. Rami, investiga a Julio Gandía, el dueño del flowers, parece ser que conocía a las dos víctimas y que como éstos estaba enamorado de Luna. Ok. Por cierto, llama al jefe y dile que De La Santa se retira del caso Reyes y que eres mi nuevo compañero, llevaremos el caso Reyes y Lagos como uno solo, ya está prácticamente claro que el asesino es el mismo.

miércoles, marzo 01, 2006

Los regalos de la muerte (VIII)

Capítulo VIII: Enamorados de Luna

Torrelodones, autovía de A Coruña, club flowers

El ambiente que se respira aquí se me antoja triste, y me resulta curioso porque se supone que este lugar debería ser una fuente de placer y no es más que un nido de tristeza ambulante, donde las putas interpretan un papel metidas en sus jaulas chapadas en oro de muy pocos quilates. Me pareció triste, porque el olor del ambientador espantaba y parecía sacado del hipermercado más barato del mundo y comprado a granel, o porque el terciopelo que las cortinas de la puerta de la entrada parecía esparto desgastado por el uso, o porque el segurata daba más miedo que tranquilidad.

Normalmente no soy tan observador ni me fijo en este tipo de cosas, pero había entrado en este club con un ligero nerviosismo que me hacía mirar para todos los lados, como con la preocupación de que alguien me viera aquí y con el temor de ver a alguien conocido. Aún estando de servicio, ésta era una situación incómoda para mí. Para paliar este sentimiento me preguntaba cuál de las putas que había allí era Luna, la que según mi fuente, había mantenido una relación sexual con la víctima que llegaba mucho más allá de la relación profesional, pero de nuevo me sentí incómodo, temiendo que alguna de las chicas se me acercase, así que marché rápido para la barra, a hacerle un par de preguntas al camarero. Veamos qué sabe.

- ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Por supuesto, señor, pero debe pedir primero una consumición.
- Oh, está bien. Tráeme una coca-cola light – le dije al camarero mientras me buscaba en los bolsillos para ver si llevaba dinero. El chico trajo el refresco enseguida y quedó a la espera de que le hiciese la pregunta.
- Gracias, hijo. Verás... no sé cómo decírtelo... necesito información acerca de Javier Lagos. ¿Qué podrías decirme?
- No conozco a ningún Javier Lagos, señor – dijo el camarero con una voz que intentaba aparentar seguridad.
- Oh, bien, no importa... ¿podría hablar con Luna? – le pregunté sin creerme lo que me había dicho. Si algo me ha enseñado ser un huelebraguetas en un lugar como Madrid (y vivir para contarlo) es a saber cuando alguien dice la verdad, y es evidente que el camarero me está mintiendo descaradamente, me dijo para mí.
- Tampoco sé quién es Luna, señor – volvió a mentir el camarero.
- Está bien, está bien, igual si te enseño una foto de las personas por las que te pregunto puedas decirme algo – dije con aire de chulería mostrándole mi placa. Soy el inspector Ramiro España, de homicidios, y si no quieres meterte en líos tráeme a Luna inmediatamente.
- S-sí, señor, enseguida baja, imagino que estará te-terminando de prepararse – dijo el camarero con cara de asustado, casi arrancando a sudar y habiendo perdido ese tono de seguridad que mostró antes.

El camarero se marchó corriendo y le susurró algo a otro de ellos, que debía ser el encargado. Éste, sin perder el aplomo, le contestó algo que no pareció convencer al camarero que me había atendido, pero aún así obedeció, descolgó el teléfono que tenían en la barra, habló con alguien unos segundos y vino de nuevo hacia mí.

- Está bien, señor. Suba a la habitación 112 por esa puerta – dijo a regañadientes el camarero señalándome una puerta que daba a un mostrador similar al de los hoteles. Luna le está esperando allí. Y no se preocupe por el refresco, invita la casa.

Vaya, vaya, la sensación que tuve cuando entré de que me estuviese viendo alguien conocido se duplicó mientras iba camino de la puerta. Al pasar el umbral me encontré a un señor mayor que me indicó que la habitación 112 estaba en la primera planta, tomando el pasillo de la izquierda. Subí despacio, como el niño que llega a casa con malas notas e intenta retrasar el encuentro con sus padres lo máxima posible. Pero, joder, ya no soy un niño, soy un puto madero rozando los 40 años. Estaba delante de la habitación 112, y me costaba llamar. Vale, allá voy.

- Toc, toc, toc
- Vaya, vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí... - dijo Luna al abrir la puerta y ver a la persona que lo buscaba. Pero si es un policía, y ¡qué elegante! Tío, debes ser el único poli que lleve gabardina y sombrero en este país. Y déjame que adivine... tienes un recambio de cada en el perchero de tu despacho, ¿no es así? Y por último, seguro que se llama Flanagan – terminó Luna con un guiño y una sonrisa que enamoraría a cualquiera.

Me dejó impresionado la belleza de Luna, que desbordaba sensualidad por cada átomo de su cuerpo, y estaba mostrándome mucho. El desparpajo y la vitalidad de Luna eran abrumadores y contrastaban con la precaria situación de su lugar de trabajo. No me extraña que sea la puta más demandada del flowers, como me comentó mi fuente.

- No, no me llamo Flanagan, soy el inspector España, Ramiro Espapa. ¿Es usted Luna y conocía (mantenía relaciones sexuales, quise decir) a Javier Lagos, un antiguo camarero de este club?
- Sí, yo soy Luna, apasionada como ninguna. Y sí conocía a Javi, de hecho era uno de mis clientes más fieles. Pero casi todo se va al garete cuando me confesó que se había enamorado de mí.
- ¿Se enamoró de usted? – dije atónito. Y me sentó mal haberme sorprendido, porque no debería ser sorprendente que alguien se enamorase de una puta, y menos de una como Luna.
- Sí, menuda faena, ¿verdad? Me contaba películas de que me iba a sacar de aquí, que tenía preparada nuestra fuga y rollos místicos por el estilo. Me decía que no soportaba que me acostase con otros tíos, pero ese es mi trabajo, ¿sabe? Tuve que pararle los pies, claro. Ah, y antes de que me pregunte – siguió Luna – puede que yo sea la última persona que lo viese con vida, excluyendo al asesino. Según el día y la hora en que me dijo Andrés que murió Javi, debía ser de camino a su casa de Alcorcón. Venía de haber estado conmigo.
- Un momento, un momento, ¿quién es este Andrés? – dije aún más sorprendido.
- Andrés Reyes, el jugador de baloncesto del Real Madrid, que curiosamente fue asesinado al día siguiente. ¿No le parece increíble, inspector? Dos amigos míos asesinados en sólo dos días.
- Con esto que me acaba de decir entiende que es sospechosa de doble asesinato, ¿verdad? – dije sorprendido como un niño que descubre un billete debajo de la almohada en la que la anoche anterior había habido un diente.
- Sí, pero no me preocupo, tengo coartada para los dos asesinatos. ¿Y sabe qué es más curioso, inspector? Andrés Reyes también decía estar enamorado de mí.
- Es usted una caja de sorpresas, señorita. ¿Y podría decirme de qué se conocían Javier Lagos y Andrés Reyes?
- Por supuesto, inspector, fueron presentados por Federico Laviña, que era tanto el camello de Andrés como el prestamista de Javi.
- Discúlpeme un segundo, tengo que hacer una llamada – dije rebosante de alegría mientras me ponía el móvil en la oreja y llamaba a Froi. Nunca hasta ahora me había sido tan fácil encontrar información tan útil.

- Froi, he descubierto que Laviña era el prestamista de Lagos, además del camello de Reyes. Suerte. – dije a mi compañero por el móvil.

martes, febrero 28, 2006

Fe de erratas.

En el final del capítulo VII puse que Federico Laviña era el prestamista de Andrés Lagos. Evidentemente es un error mío, no existe ningún Andrés Lagos en este relato, se trata de Javi(er) Lagos, que se dejaba la pasta en el casino de Torrelodones y acudía a Laviña para que le prestase dinero, mucho dinero.

Espero no haberos liado mucho :).

viernes, febrero 17, 2006

Los regalos de la muerte (VII)

Capítulo VII - Fede y Froi: Un campo de trigo

- Vaya, vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí... - dijo Federico Laviña al abrir la puerta y ver a la persona que lo buscaba.

-Buenos días. Soy el inspector Froilán Caraballo y este es mi ayudante, Gerardo De La Santa. ¿Es usted Federico Laviña? - dijo el inspector con una frialdad extrema, tanta que se sorprendió a sí mismo hablándole así a Fede, su amigo de la infancia, pero tenía un rol que interpretar, era el inspector, y tenía que marcar las distancias. Debía de ser así, al menos delante de De La Santa.

- Pero, Froi, tío, ¿qué coj...?

- ¡Es el inspector Caraballo! ¡Y, además, le acaba de hacer una pregunta, contéstela! - Intervino el ayudante del inspector, muy pasado de vueltas, cortando bruscamente a Federico.

- Tranquilízate, De La Santa, yo me ocupo. Bien, veamos, señor Laviña... ¿Reconoce a la persona de la foto? - preguntó el inspector mostrándole una imagen reciente de Andrés Reyes, el famoso jugador de baloncesto.

- S-sí, inspector Caraballo, es el base del Real Madrid, ¿cómo no iba a conocerlo? Es más, sé que ha sido asesinado. Todo el mundo lo sabe, inspector - El tartamudeo inicial de Laviña acompañado de un guiño de complicidad hizo sonreír levemente a Froilán, que lo acompañó con otro guiño, rompiendo un poco la actitud distante del inspector.

- Mire, señor Laviña, no nos andaremos con rodeos - Intervino de nuevo el ayudante. Sabemos que le vendía drogas a Andrés Reyes, muchas drogas y mucha cantidad. Dé las gracias al inspector Caraballo, que ha conseguido que se le pase la vista gorda muchas veces. Y también sabemos que, milagrosamente, Andrés dejó de consumir drogas, con lo que usted dejó de ganar mucho dinero, ¿ve por dónde voy, señor Laviña?

- El inspector se giró hacia su ayudante, con una sonrisa en los labios y se acercó lenta y suavemente a De La Santa. Le puso el brazo en el hombro con la delicadeza del aleteo de un colibrí. Lo hizo tan dulcemente que De La Santa pensó que iba a felicitarlo por su brillante intervención...

...¡Te he dicho que YO-ME-OCUPO! - gritó a voz en cuello el inspector.

El impacto que sufrió el joven se reflejó en su cara multiplicado por 1000. Y temió que su esfínter anal no aguantara.

- D-de acu-cuerdo, inspector.

- Espérame en el coche, De La Santa, voy enseguida.

-S-sí.

- Eh, chavalín, ten mucho cuidado con Froi, que es un auténtico campo de trigo - dijo descojonándose de la risa Federico Laviña.

- ¿U-un ca-campo de trigo?

- Sí, bajo esa figura inofensiva que tiene, te da la paz, te relaja, te da toda su confianza. Tras esa aparentemente débil defensa que tiene esconde un depredador demoledor, se te acerca sigiloso y te quita todo el aire, te asfixia de un zarpazo definitivo. Porque Froi no sólo sabe lo que piensas, sabe cómo piensas. Va tres movimientos por delante. Tiene ese don añadido a una defensa impecable y un ataque implacable. Por eso ya sabe que te vas a ir a llorar al coche y vas a dejar que hablen del asunto los mayores. Por eso Froi ya sabe que soy inocente.

De La Santa tragó dos toneladas de saliva de una tacada, que a su garganta le parecieron un centenar de hormigas bajando hacia su estómago.

- Pero tranquilo, chavalín, sólo es así jugando al ajedrez, por eso en nuestras innumerables partidas siempre me ganaba. En el fondo es un cachondo.

- Espérame en el coche, De La Santa. Voy enseguida - dijo el inspector viendo cómo se marchaba hacia el coche, con dos toneladas menos de orgullo, que se había tragado.

- ¿Qué cojones has hecho, Fede? - dijo el inspector preparando su ataque implacable.
- Tío, sabes que soy inocente, Froi.
- Bien, veamos tu coartada, ¿qué hacías el pasado domingo a mediodía, Fede?

Fede quedó pensativo y cuando iba a contestar sonó el teléfono móvil del inspector.

- Inspector Caraballo, ¿dígame?. Ajá. Vale, yo me encargo.

- Fede, Fede, Fede... me acaban de decir que TÚ eras el prestamista de Javier Lagos. Que curiosamente ya no se deja todo su dinero en los casinos, con lo que has perdido a uno de tus mejores clientes, y ¡oh! curiosamente también ha sido asesinado. Te repito la pregunta Fede... ¿QUÉ COJONES HAS HECHO?

martes, febrero 07, 2006

Cuando las emociones traspasan mi piel (IV)

Hago un pequeño paréntesis en "Los regalos de la muerte" y rescato, desde más allá de la luna, unas emociones... dedicado a flux, con todo mi alma...

En el oscuro puerto en el que desembocan algunas vidas, hay un muelle perdido. Allí se nota el calor de la compañía al sentarse con los pies colgando, mirando, más alla de lo que la vista puede ver. Es el único momento en el que los que no creen en apenas nada, tienen fe en sus sueños. Sueñan que siempre fueron buenos, cuando realmente siempre fueron malos. Pero todo es relativo, porque... ¿quién no es malo comparado con un ángel?
Set se sienta en el muelle y empieza la brisa. Sé que es imposible que exista, pero siento cómo me toca la mano y sus labios se acercan a mi cara. "Soy tu ángel..." me dice. Y le pregunto siempre que nos encontramos en este muelle, si tengo salvación, si puedo redimir todos mis pecados, si, en definitiva, se puede volver a empezar. Sé que Set me engaña, sé que me dice exactamente lo que quiero oír, pero también sé que lo dice porque me ama. Siento su amor como siento el dolor de su imposible existencia. Él consume mis días y echa sobre sí los pétalos marchitos que desprendo. Viene a rescatarme desde un mundo indefinido abriendo sus brazos tanto como sus alas. Y me dejo llevar y me enamoro de sus silencios llenos de mis palabras.
Set dice que se quedará conmigo hasta que amanezca y me levante para volver. Y amanece... y el calor del sol baña mis párpados y Set se difumina...
Un día más desdibujo el entramado que es la vida y encuentro su sentido. No me siento un peón del juego, hoy, soy la reina.
Gracias por ser mi salvador, Set.

jueves, febrero 02, 2006

Los regalos de la muerte (VI)

Los regalos de la muerte 6: Curiosidad asesina

La vida deja de tener sentido desde el mismo instante en el que, presisamente, te planteas qué sentido tiene la vida, porque el egoísmo intrínseco del hombre no permite hacerte preguntas sobre algo que tienes, no permite valorar una cosa hasta que se ha perdido, al menos me queda un pseudo-sentimiento pseudo-reconfortante, el que mi vida haya tenido sentido alguna vez. Y esa es mi pregunta, ¿qué sentido tiene mi vida? Una pregunta dura para mí, sobre todo porque va acompañada del cañón de una pistola acariciando mi sien. Sobre todo porque no sé qué sentido tiene.

Y he sido egoísta, o egoísta intrínseco, porque he matado a dos hombres que me han contagiado su mal. He sido egoísta, porque he acabado con ellos para librarme yo. Dos vidas valen menos que la mía para mi egoísmo intrínseco...
...lo hicimos para salvarnos de las maldiciones que nos traspasaron esos dos

Qué curioso, también me habla... está bien, hablaré contigo: ¿y qué diablos hemos conseguido, eh? ¿Dímelo? Porque yo creo que tener un arma apuntándome la sien no es una forma de celebrar algo bien hecho. Dime por qué sigo maldito y ellos muertos. Dime por qué yo no estoy curado. Dime por qué yo no me río. ¿Callas, verdad? No tienes respuestas, yo sí, la respuesta es ¡boom! Voy a acabar con todo esto, ¿me oyes? Voy a dispa...

- Toc, toc, toc
- ¿Quién coño es ahora? - dijo el asesino maldiciendo el silencio. ¿Quién? - volvió a repetir, golpeándose con fuerza descontralada en la sien con el cañón de la pistola. Las pulsaciones del asesino se fueron hasta 180 por minuto, movía los ojos de izquierda a derecha, pensando, pero era un pensamiento fútil. Sabía perfectamente qué iba a hacer. Iba a abrir esa puerta, sabía perfectamente que no podía morir sin saber quién llamaba, la curiosidad podía con él. Guardó el arma y se acercó a la puerta.

- Vaya, vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí... - dijo el asesino al abrir la puerta y ver a la persona que lo buscaba.