sábado, junio 24, 2006

Cuando las emociones traspasan mi piel (II)

La mujer que te quiere me ha contado algunas cosas.
Me ha dicho, por ejemplo, que cuando está sentada entre la gente,
busca con los ojos, otros ojos, que le hagan sentir que existes realmente.
La mujer que te quiere y que debate temas serios con gente seria,
piensa en el país de Nunca Jamás,
porque adora, adora, adora a Peter Pan,
y me dice que quiere regresar, y si es de tu mano, mejor.
Me cuenta que se calza tu XL,
porque siempre le han gustado las cosas grandes,
para no agobiarse, ya sabes.
Aunque tú y yo sabemos que se ciñe por coquetería.
La mujer que te quiere ya no encuentra rincones en los que estar sola,
porque tú se lo has estropeado.
Le persigue tu imagen y no encuentra ya consuelo en el sillón solitario.
Sabe que sabes por dónde se mueve.
Sabe que sabes cómo se mueve.
Esa mujer te hace un regalo cada día,
que tú recoges y cuidas.
La mujer que te quiere, está enferma.
Ha perdido la noción del tiempo y el espacio. O eso dicen.
Vive en el punto de inflexión y lo sabe y le gusta.
Me dice que el calor de tu cuerpo la motiva...
Y que en las noches, perdida, siempre te encuentra...
Y reconoce tu voz que le dice... ven, ven aquí...
Esa mujer te quiere, al compás de la música...
baila contigo.
La mujer que te quiere, bebe con avidez el néctar de la vida,
y es que no sabe, nunca podrá saber,
si esta es la última,
la última vez.

martes, junio 06, 2006

Los regalos de la muerte (XI)

Los regalos de la muerte XI: Three Points Basket

- Andrés Reyes, antes -

Yacía triste, casi llorando, sobre la mesa de su lujoso salón y sangrando por la nariz, como si un ejército de pequeños cristales hubieran corrido el rally de Montecarlo sobre sus fosas nasales. Ahora empezaba a llorar, ya no tanto por sentirse un cocainómano y no poder evitarlo como por el sentimiento de culpabilidad que le corroía las entrañas.

- Juro que no quería hacerlo, Luna – mascullaba entre sollozos. Lo juro, lo juro, lo juro.

Tenía su móvil en la mano, y releía el sms de Luna una y otra vez, y cada vez que lo hacía despegaba de su pecho un nuevo llanto, cada vez el nudo que tenía en el estómago se iba haciendo más perfecto, ya casi era nudo marinero. Tenía los ojos empantanados en lágrimas y no veía lo que ponía el móvil. Lógico. Era como intentar leer una chuleta de un examen de COU debajo del agua de la playa más turbia de Torrevieja. Pero no le hacía falta verlo. Se lo sabía de memoria.

“No te quiero, Andrés. Ya no te quiero. No quiero volver a verte”

Nueva lectura de memoria, nuevo llanto, y más agua de la playa más turbia de Torrevieja brotando por sus ojos inyectados en sangre.

No lloraba porque se sentía un mierda, ni porque fuese un cocainómano crónico, como tantas otras veces había llorado, ni siquiera porque Luna ya no lo quería, lloraba porque se sentía culpable, el hombre más ruin de la tierra.

- ¿Por qué he llegado hasta esto, Dios mío? ¿Por qué me he convertido en un pedazo de mierda?, gritaba impotente al vacío de su salón, que cada vez se le hacía más grande y más pesado, mientras pegaba fútiles puñetazos a una mesa que aguantaría hasta mordiscos de Mike Tyson.

Lloraba, pero entre llanto y llanto consiguió un momento de lucidez en el que se limpió la sangre de la nariz producto del gramo que se acababa de meter, se sonó y recordó la primera vez que probó la coca aquella fatídica tarde en la que conoció a Fede Laviña. Se creía Dios, o al menos un Dios, omnipotente, era querido, alabado, ¡rico! ¿Qué podía hacerle un poco de polvo parecido al azúcar? Nada, claro que no. Fue probarla y al día siguiente falló por primera vez un tiro a canasta en su vida. Quedó petrificado, con el corazón palpitando a la velocidad del tren de Regreso al futuro. Quieto, perplejo, se miraba las manos, luego a la canasta, luego a las manos, que le temblaban como si estuviese usando un martillo compresor. El speaker que tanto le alababa enmudeció, por el altavoz sólo se escuchaba el tragar de saliva de éste. Reyes cayó de rodillas, sólo había fallado una canasta y ya no era el hombre del piano, ni la distancia más corta entre dos puntos, ni el califa del parqué. Había fallado y era por la coca, no porque los defensores cada vez conocían mejor su juego, que así era, ni porque cada vez le costase más tirar porque la estrategia del equipo contrario se cebara con él. No. Era por la coca, lo sabía, se había dejado llevar y ya no tenía la forma física de antes. Ni las ganas. Ni la ilusión. Se creía Dios, o al menos un Dios, y un polvo parecido al azúcar lo había puesto en su sitio.

Lloraba, pero no porque se sintiese un mierda, ni porque fuese un cocainómano, ni porque luna ya no le quería, ni siquiera porque había fallado una canasta. Lloraba porque se sentía culpable, porque después de recibir el sms de Luna diciéndole que no le quería le contestó que entonces contaría su secreto. La prostituta le volvió a mandar un mensaje de texto diciéndole que si lo contaba sería hombre muerto. Reyes no hizo caso a la amenaza, y le contó el secreto a Javi Lagos.

Lloraba porque se sentía culpable, arrepentido, y no porque se haya metido más coca que azúcar cabe en una playa turbia de Torrevieja. Y entre llanto y llanto sacó otro momento de lucidez, y alcanzó a ver una octavilla entre las cartas que tenía sobre la mesa que estaba empañando con sus lágrimas. En ella rezaba: “¿Tienes problemas que no te dejan vivir? El doctor Villaescusa tiene la solución. Llame y hablemos"

Al leerlo memorizó el número de teléfono, hizo una bola con la octavilla, tiró la bola hacia la papelera... mecánica de tiro perfecta... con la fuerza de una jauría de lobos... sin saltar... y la pelota improvisada entró limpiamente en la papelera.

¡Three Points Basket! – gritó, levantando una sonrisa que parecía hundida en lo más profundo del horizonte.