jueves, diciembre 16, 2010

Nuestra calle.

Fue en esa calle donde te conocí. También fue en esa calle, oh, donde te perdí, donde chocamos tan fuerte que no tuvimos salvación. En el tiempo que hemos compartido juntos hemos venido mucho a esta calle, tú siempre tan guapa y elegante (la gente se te quedaba mirando cuando pasábamos juntos). Esta calle es nuestro punto en común donde rememorábamos recuerdos y creábamos nuevos momentos, nuestra fábrica de sueños y realidades. Echo de menos nuestra cita mensual, nuestra visita de cada primer domingo de mes a esta calle, nuestra calle, así la llamaba, ¿recuerdas? Café rápido en el Starbucks como ritual fijo y luego otro café más reposado en cualquiera de las otras cafeterías. Cada mes una cafetería distinta. Sienta muy bien con tanto frío, por eso hay tantas en esta calle. Siempre habitaba mucho frío en nuestra calle, ¿verdad? Como si la calle hubiese robado un trozo de invierno y lo repitiera una y otra vez.

Recuerdo cuando te conocí, en nuestra calle, me atrapaste un suspiro y luego me atrapaste a mí, me arrancaste un ¡guau! ¿Sabes? Siempre te he mirado con la misma cara desde entonces, como si todo se hubiese parado. Como si ese invierno perpetuo de nuestra calle también se hubiese refugiado en mi rostro en forma de mirada demasiado tierna, tal vez inocente, tal vez bobalicona.

Recuerdo cuando te perdí, oh, vaya si lo recuerdo. Chocamos de frente, y aún me castigo por ello. Oh, vaya que lo recuerdo, aún no se me han curado las heridas de entonces. Pero, tranquila, sanarán. Aún no termino de comprender qué nos pasó. Es extraño, ¿verdad? Parecía que íbamos a estar siempre juntos. Es invierno desde entonces, y esa parte del invierno encerrada en mi rostro ya no se traduce en mirada tierna, sino más dura que el propio invierno. Ni inocente. Oh, vaya que no, ni bobalicona.

Recuerdo el día en que te conocí en nuestra calle, y la de veces que pasamos juntos paseando por ella. Recuerdo verte desde la calle a través del escaparate de aquel concesionario, ¡estabas allí para mí, lo sé!

Recuerdo la última vez que te vi. Cielos, aún me culpo por ello. Recuerdo nuestro último paseo por nuestra calle. Me despisté. Juro que no vi venir al coche. Tú te llevaste todo el golpe y yo salí volando, no conseguí agarrarme a tu manillar. Quedaste inservible, siniestro total, moto acabada, game over. Yo aún me curo de mis heridas, me rompí un brazo, tres costillas y todavía cojeo, mi rodilla no termina de espabilar. Jamás volveré a comprarme otra moto, porque ninguna podría igualarse a ti.

Te echo mucho de menos, moto mía.