martes, febrero 08, 2011

Sujeto Redo

Ya casi es la hora de que vaya al bosque, qué ganas tiene de ir, qué ganas de ver a Rachael. Entre la bruma de aquel extraño pero acogedor bosque se sentía seguro. Bajo el cobijo de las copas frondosas de los árboles se sentía protegido. Había sufrido mucho y ver morir a todos los que te rodean no se supera fácilmente. Quizá no se supera, así, a secas. Pero la hora al día que pasaba en este bosque, ah, era un remanso de paz, una caricia de una brisa suave en mitad de un vendaval monstruoso. Redo, que así lo llamaban aquí, era el último superviviente del planeta Aurora. Sabía que el bosque en el que pasaba una hora al día era artificial, que el cuerpo militar de los Estados Unidos lo había creado específicamente para él. Pero no le importaba, le recordaba a Aurora, a su hogar. Además, cada vez que venía al bosque lo hacía de la mano de Rachael, la bella Rachael, la más hermosa entre las humanas. Ella, con esos ojos planetarios, le recordaba a Ktra (lo que aquí llaman novia) y, a veces, para arrancarme una sonrisa y cuando hablábamos de Ktra, Rachael la llamaba Reda. Ella sonreía, y se le aparecían en la cara pequeños hoyuelos, que parecían los más hermosos cráteres de Ktra. Qué ganas de ver a Rachael, qué ganas de estar en mi bosque. Ya casi es la hora.

Entonces Rachael entra en la habitación del búnker de Redo, al que se le caería la baba nada más verla si la produjese. Su pelo negro y largo le recordaba a las más hermosas noches de Aurora, sus dientes eran las gotas de rocío de los más maravillosos amaneceres. Sus labios, eran como el más romántico de los atardeceres. Ella le acaricia la cabeza mientras la mira embobicado. A Redo se le cae la piel, que se oxida en este planeta. Inmediatamente le sale otra nueva. Es repugnante, pero a Rachael no parece importarle. Redo la coge de la mano y le vuelve a comentar lo suave que está siempre, como la brisa efímera. Ella le acaricia la mano, que está en constante oxidación. Ella le pone una inyección y, como siempre, le dice que le hará bien. Él se deja y se entrega. Ella le cambia la botella del deuterio que respira, que está cerca de terminarse. Le coge de la mano y se van al bosque. Él le dice que se siente solo. Ella que no lo va a abandonar. ¿Nunca? Le pregunta él. Nunca, le contesta ella. Él, como siempre, vuelve a decirle que debería haber muerto con los demás, que no debería seguir vivo. Ella le vuelve a asegurar que quizá había más supervivientes en su planeta, que no desesperase, que lo necesitaban a salvo para comunicarse con ellos, la semana que viene volverán a intentarlo, le dicen. Él le vuelve a asegurar que no puede más. Ella le dice que reflexione una hora en el bosque, que le ayudará. Él se va al bosque y a la hora vuelve. Quiere seguir vivo, más que nunca. Vuelve a tener la esperanza de encontrar a alguien más en Aurora. Él la abraza y le da las gracias. Le lloraría en su hombro si produjese lágrimas. Ella lo acurruca con unos brazos con son un hogar. Hoy, de nuevo, él no se atreve a decirle que la quiere, aunque lo deja escrito entre líneas en sus labios. Ella lo interpreta, otra vez, y se sonroja. Él suspira dentro de su mascarilla de deuterio. Ella sonríe y baña con sus ojos azul marino el cuerpo de Redo. Ellos vuelven y se despiden en el búnker de Redo. Hasta mañana, se dicen. Cuando se va, él dice a una nada imponente que la echará de menos. Que la quiere. Nadie contesta, salvo el eco de su mascarilla de deuterio.

- Hola, general Thompson – saluda Rachael al salir del búnker y encontrarse con el militar. Puaj – continúa – qué asco da la piel de este bicho.

- ¿Qué avances tenemos, doctora Morgan? - pregunta el general a la doctora Rachael Morgan.

- Muchísimos, general, gracias a este asqueroso bicho y a su capacidad para generar anticuerpos ya tenemos las vacunas de casi todas las enfermedades mortales. Básicamente podríamos decir que nos queda sólo la vacuna para el SIDA.

- Bien – sonríe el general – Cuando decidimos exterminar con un ataque de los virus más nocivos a esos asquerosos bichos del planeta Aurora no pensaba que alguien iba a sobrevivir y, aún menos, que íbamos a conseguir vacunas para todas las enfermedades.

- Sí, es un monstruoso asqueroso pero una auténtica maravilla biológica. Por suerte, desarrollamos también una sustancia que soltamos en el bosque y que al contacto con su piel se pone eufórico. De no ser así, creo que se habría rendido y se habría suicidado.

- Bien, cuando obtengamos la vacuna contra el SIDA mate a Redo. Y guarde a buen recaudo todas las vacunas. Haremos una fortuna con ellas.

4 comentarios:

Rodolfo Serrano dijo...

Relato extraordinario. Y cruel, pero real aunque ocurra en Aurora.

Rodolfo Serrano dijo...

Relato extraordinario. Y cruel, pero real aunque ocurra en Aurora.

Joaquín Pérez Azaústre dijo...

Querido Salva, a mí también me ha gustado mucho este relato. Lleva un ritmo tremendo, con una gran carga de lirismo sutil. Me ha gustado el final, muy cerrado, aunque una pequeña sugerencia también habría quedado bien. Es de una gran belleza... Enhorabuena!

Manuel Cuesta dijo...

Me he acordado de los relatos de "Crónicas Marcianas" de Ray Bradbury. Fantástico, Salva. Un abrazo.