viernes, noviembre 18, 2011

Mar donde naufragan mis recuerdos.

Un atardecer más vuelvo a la orilla de esta playa salvaje y virgen a disfrutar de una nueva y única puesta de sol. Me quito los zapatos y meto mis pies, aún con los calcetines puestos, en la orilla. El agua está fría y cortante como la mirada de un asesino despiadado. Incluso me duelen los dientes de lo fría que está. Me como un puñado de pipas y escupo las cáscaras lo más lejos que puedo. Soy tan patético en esto que muchas veces caen en mi abdomen. Doy un buen sorbo a mi cerveza, mi garganta me lo agradece (o se queja) con un sonoro eructo. Me relajo y arrojo todos mis recuerdos y momentos negativos en este inmenso mar, a ver si se ahogan. A veces, los muy hijos de puta, arrastran con ellos algunos de mis recuerdos y momentos positivos, el precio a pagar por poder volver a empezar un nuevo día. Miro al sol, brillante y penetrante, casi tocando el borde un mar que a saber dónde acaba, casi rompiendo un horizonte más limpio que las bragas de una virgen. Me recuerda a una moneda a punto de entrar en una tragaperras o en una máquina de esas con joystick y grúa con la que nunca he conseguido atrapar ningún peluche. Casi espero encontrarme dibujados 3 cirsas en el cielo o que una grúa gigante intente atrapar a una sirena perdida en este mar. Suena una alarma de fondo, tal vez sea el barco del arroz, ese que está tan perdido. Yo creo que son los 3 cirsas y que me han tocado las especiales. Araño como loco la arena de la playa, como intentando encontrar las monedas. El graznido áspero y sucio de una gaviota me saca de mi trance. Una vez más me quedo sin monedas. Una vez más estoy a punto de gritar queriéndome tragar los puñados de arena donde, seguramente, esté aún la colilla del piti que me fumé ayer.

Me tranquilizo, me quito de la cabeza la idea de comer tierra y colillas… mi estómago me lo agradecerá. Ya más calmado me levanto y me limpio las cáscaras de pipas que me quedan por el cuerpo. Una ola intenta arañarme los tobillos, intuyo que son mis malos recuerdos depositados en este mar intentando volver a torturarme. Ahí las dejo naufragando. Los necesito ahí para poder empezar un nuevo día.

Antes de irme dedico un último vistazo al sol, que está siendo devorado y asfixiado entre el horizonte y el mar. Volverá a nacer un nuevo sol, como volveré a nacer yo.

Vuelvo, mi tutor me espera, como cada día. Me abraza y me dice que lo he conseguido un día más, que ya llevo 3 meses sin jugar a las tragaperras. “Je”, le digo y me callo, y pienso para mí que juego a diario en esta playa. Aunque nunca alineo los 3 cirsas ni nunca pillo a la sirena de cintura mareante con mi grúa imaginaria. Como siempre esta última parte la ahogo, como un mal recuerdo naufragando en un mar apagasoles.

2 comentarios:

Rodolfo Serrano dijo...

Eres magnífico. Qué relato, tío..!

flux dijo...

Noviembre

Las vidas que se enredan con tu vida,
sin principio ni fin: gente que cruza
las calles de tu alma y que sonríe,
que se sienta a tu lado, que entrecruza
palabras, casi nunca de amor, gestos banales,
un día y otro día, años tal vez,
en una ficción de eternidad; las gentes
y las calles, ese rincón de tantas tardes
en un café, los amigos de entonces,
los de ahora, que tan lejos te miran,
los nombres como llaves que no abren
ninguna cerradura, alguna vez los vuelves
a pronunciar en sueños, gente
que ha doblado la esquina y que regresa
o no regresa nunca o trae en la mano
extrañas flores de un jardín remoto,
las vidas que entretejen en tu vida
sus cintas de colores: el azul de unos ojos,
las manos que tuviste entre las tuyas,
palabras de una noche susurrada,
desconocidas vidas que han seguido su vida
lejos de ti, y en ti, hasta que un día
-se casó, ha muerto, nos vemos a menudo-
te das cuenta de que fueron sólo
anónima ceniza que esparce y desordena
sobre el mar de tus días
el impaciente viento de noviembre.

José Luis García Martín