
Dexter no tiene en sus manos una death note, pero tiene el código. Tiene una tenebrosa paciencia y un procedimiento mortalmente aséptico. No deja un cabo suelto ni cava tu tumba. No, él te trocea y te arroja al agua. No, tu tumba ya te la has cavado tú siendo un asesino.
Dexter te mata si tú matas. Te mata con macabra habilidad haciendo malabares con los momentos y los lugares. Con el detallado estudio de tu vida y de tu muerte. Dexter no deja nada para el caprichoso azar. Te mata en un lugar con las ventanas y las puertas cerradas. Te mata sin ruidos y sin ecos, te atraviesa con sus siniestras herramientas tu infectado corazón. Te enseña tus pecados justo antes de arrancarte una funesta vida que no mereces. Que él cree que no mereces porque matas. Te mata y no te olvida, se lleva consigo un trofeo: un poco de tu patética sangre.
Dexter mata lo que tú odias, lo que no eres capaz de mirar a los ojos y apartas la mirada, lo que escapa al sistema a través de unas leyes llenas de vacíos. Saca la basura que tú no sabes separar ni desechar, como en aquel capítulo de los Simpson: ¿es que no puede hacerlo otro? Dexter hace el trabajo sucio para mantenerte el culo limpio.
Dexter, como decía la principio, tiene que soportar una carga enorme: la de darte los buenos días con buen gesto, sonreír en las fotos y dar la mano cuando te conoce. Y además tiene que mantener a raya a una bestia con unas grandes garras y un mejor olfato.
Recuerda, Dexter te mata (sólo) si tú matas.