lunes, mayo 10, 2010

La ciudad perpetua.

Por fin aterrizas en el aeropuerto J.F. Kennedy de Nueva York. Nada más bajar del avión y salir del recinto del aeropuerto para buscar tu taxi te das cuenta de dónde estás, sientes que acabas de llegar a un lugar maravilloso. Llamas a tu hotel, que tiene un servicio de transporte gratuito desde el aeropuerto, para decirles que ya estás en el JFK y que vayan a recogerte, te indican que el taxi te recogerá en la zona D. Antes de ponerte a buscar la zona D, te metes las manos en los bolsillos y suspiras, respiras ese aire de muchas mezclas. Por fin estás en Nueva York, en la ciudad que tanto tiempo llevabas deseando visitar. Estás en tu ciudad, la sientes tuya, aunque la acabas de pisar. El bullicio de gente en la puerta ofreciéndote todo tipo de taxis y transportes te agobia un poco, pero sonríes e informas en un inglés mediocre que ya tienes taxi. La noche de Nueva York ya te atrapa, te envuelve. Tú también la atrapas, metes un poco de ella en los bolsillos donde guardas tus manos, más adelante la necesitarás. Tardas un poco en encontrar la zona D, pero al final la localizas. Después de unos minutos aparece el Taxi, el taxista te preguntas si vas al Panamerica Hotel y asientes. El hotel tiene cierto sabor a añejo y un olor a humedad que echa un poco para atrás, o a cualquiera le hubiera echado un poco para atrás, pero a ti te parece que tiene un encanto que aplasta. La habitación tiene moqueta, como a ti te gusta. La cama tamaño king size, como a ti te gusta. Dejas tu breve maleta en el suelo y vuelves a probar un poco de esa humedad encantadora que baña tu habitación y te baña a ti. A pesar de ser las 21:00 hora local, de que no has dormido en el avión y de que para tu cuerpo son las 4:00 no tienes sueño y decides darte un paseo por Queens y cenar una hamburguesa.

Al día siguiente tomas la línea R del metro hasta calle 42 con la séptima avenida. Sales del metro y empiezas a entender de verdad dónde estás. La maravilla que es Time Square te desborda, sobrepasa de largo las expectativas que te habías creado sobre esta ciudad. No te contienes pues no estás aquí para contenerte, alzas los brazos y gritas: “Yeah!”. También te maravilla que nadie se fije en ti, ni te mire de forma rara. No eres nada para nadie de los transeúntes que pasan a tu lado. Te embriagas de Nueva York, por fin estás en la ciudad de tus sueños y de tus pesadillas. Por fin has completado el viaje que soñabas. Al fin estás en la ciudad perpetua. En tu ciudad. Entiendes que Nueva York es más que una ciudad, es una forma de vida y una forma de muerte. Un conglomerado de maravillas, una mezcolanza de ritos, suertes y culturas. Es un enamorarte de formas y geometrías, de estilos y de alturas. Vagas asombrado como un alma reciente por la séptima avenida. Te diriges al norte, enamorado y asombrado por la majestuosidad de lo desmesurado de Times Square, en busca de tu próximo destino: Central Park. Interpretas Central Park como una isla dentro de una isla, una amalgama de contrastes, un lugar único sin el cemento y lo desbordado del resto de Manhattan. Bajas al sur por la quinta, disfrutas de sus edificios y de la idiosincrasia. Te pides un perrito caliente por un pavo en uno de los miles de carritos de perritos que te encuentras. Dices que no a varias personas que te ofrecen darte un paseo en bicicleta-carri-coche. Ya te has comido tu perrito, has visto los edificios, has entendido Nueva York. Ya sabes que es distinto al resto de ciudades. Ya sabes que Nueva York te engulle y te devora. Y te digiere. Y te resucita para darte la vida de nuevo, te convierte en otro hombre. Dejas de sentir lo que sientes para sentir otras cosas muy distintas. Tu corazón late más deprisa, entra en sintonía con el compás macabro y maravilloso de la ciudad. Ya sabes qué es Nueva York. Ahora tienes que hacer lo que has venido a hacer. Después de una larga caminata, de pasar por Washinton Square, por el Soho y de pasada por China Town, llegas a tu destino: El majestuoso puente de Brooklyn. Te impresiona. Lees una vez más su historia en la guía de Nueva York que llevas contigo y vuelve a impresionarte. Un puente cargado de historia y de historias. De muertes y sufrimiento. Estás allí. Es tu sitio. Has venido a esto, a vértelas con el puente de Brooklyn. Avanzas hasta la mitad del puente. Gateas como puedes hasta el borde. Y miras el East River. Tiemblas. Y recuerdas que te quedan pocos días de vida. Quieres morir con magia, que el río te destruya antes de que lo haga tu terrible enfermedad. Quieres una muerte romántica. En tu ciudad, es tu ciudad aunque acabes de pisarla. Llevas un día en Nueva York y ya la has hecho tuya. El atardecer es precioso, el cielo parece estar tan cerca a esa altura que te planteas escalar el puente, pero miras abajo y ves el río, esplendoroso, cargado de agua para darte el bautismo inverso. Te dejas llevar y te dejas caer al río. Te empuja la magia de la ciudad, que quiere engullirte y hacerte un hombre nuevo. Lloras mientras caes, por lo maravilloso de tu muerte. Sacas de tus bolsillos un poco de la noche de Nueva York que te guardaste y la respiras, la sientes y la vives. Eres feliz. Casi esperas que Spiderman te salve, pero no ocurre. El río te abraza. Te acaricia. Te besa con unos labios mortales.

Nueva York te traga. Y tú le devuelves las caricias con tus manos cargadas de noche de Nueva York. Justo antes de morir te despides de Nueva York, con tu sueño cumplido.

3 comentarios:

Joaquín Pérez Azaústre dijo...

¡Guau Salva, qué maravilla! Si ya tenía ganas de ir a NY, después de tu magnífica prosa poética -porque eso es lo que es, una prosa poética transida de realismo urbano órfico-, sé que me queda el mismo poco tiempo que a ti para cumplir mi sueño. Por cierto, ¿has leido Ventanas de Manhattan, de Muñoz Molina? En caso contrario atento, porque quizá podría ser para ti una especie de Libro Sagrado, incluso más que el Daredevil Born Again. Un abrazo amigo mío!

Salva dijo...

No sabía ni que existía, Joaquín. He estado mirando en la web sobre el libro y... ah, debe de ser mío cuanto antes.

Muchas gracias por la recomendación, amigo.

Un abrazo.

flux dijo...

Me alegra encontrarme con esta historia. Sólo necesitaba fluir.
Muchos besos.