lunes, julio 26, 2010

Nada puede detenerte.

El cloro te araña la garganta y te mordisquea la campanilla, has tragado un poco de agua de la piscina en la que estás compitiendo. Quieres ser el campeón y te has preparado concienzudamente para ello. Has dedicado muchísimo tiempo para esta carrera de natación tan importante y tan especial para ti. Tus brazos están cargados, llenos de calambres, parecen conectados a una central eléctrica, pero eso no te detiene, sigues dando brazadas al estilo crawl a toda máquina. Tus brazos son los remos maravillosos que van a llevarte a lo más alto del podio, duelen mucho, pero no haces caso, aprietas los dientes con la tenacidad de un cascanueces y sigues nadando, vas primero y sólo quedan unos 50 metros, el segundo clasificado está cerca de ti.

La otitis que ha aparecido esta mañana ruge en tu oído, los tapones que te has puesto apenas contienen la fuerza con la que entra el agua en tu oreja, que hurga con su dedo ácido en tu trompa de Eustaquio, el antibiótico que te has tomado no funciona, es la casa de paja contra el soplido de vórtice del lobo. No haces caso al dolor, eso no va a detenerte, te clavas las uñas en la palma de la mano que relajas mientras nadas y sigues nadando, mueves los brazos con la fuerza de un DeLorean con el motor trucado, vas primero y sólo quedan unos 20 metros, el segundo está aún más cerca.

No puedes mover las piernas, pero eso no va a detenerte, aún te quedan los brazos, que los mueves con la velocidad del aleteo de un colibrí pese a los calambres que intentan apagar tu ritmo y cortarte los brazos, tu única arma para ganar. Te clavas los dientes superiores en el labio inferior, como si eso mitigase tu dolor o lo descargase de los brazos, y parece que funciona. Tragas agua, pero no toses, sigues adelante, ya ves el final, el segundo te alcanza y se pone a tu altura. Haces un último esfuerzo, con una brazada más larga y más dura que te hace ver las estrellas cobras una mínima ventaja, y rozas con la punta de tus dedos el borde de la piscina, has llegado unas décimas de segundo antes que el siguiente nadador. Eres el campeón. Has ganado el oro.

Ahora nadie te llama discapacitado, te llaman campeón paralímpico.

lunes, julio 19, 2010

Días Rojos, Manuel Cuesta




Hay discos y canciones que los escuchas mil veces y no te cansas de hacerlo. Que los escuchas mil veces y cada vez descubres una historia y un rincón distinto. Hay discos y canciones que son los rincones de tu vida, con las gotas mágicas de tus momentos y tus historias. Hay canciones que no sólo las compone el autor, sino que se componen con tus experiencias y con tu vida. Días Rojos y sus catorce canciones es uno de estos discos. Que se renuevan cada día y que no te cansas de escuchar. Este disco hace crepitar tu alma como unos cubitos de hielo recibiendo agua del grifo cuando lo escuchas, porque mueve algo dentro de ti que cruje y se encaja, porque este disco marca y sigue la senda que es tu vida, sigue tus pasos y tus andares. Tu alma crepita cuando asocias sus canciones con tus mejores y peores momentos. Te hace revivir tus peores y tus mejores momentos. Se te corta el aire cuando una panda de desalmados destroza la vida y los edificios, destruye la voz y los vagones de los trenes de cercanías. Se te corta también el aire cuando besas de nuevo y por primera vez a tu chica, cuando te despides de ella en la estación. Con este disco recuerdas cómo se vuela y cómo se aterriza. Con este disco aprendes a hacer de noviembre mucho más que un mes, disfrutas los viernes y sufres los vientos, los mares y las tormentas. Este disco es un quid pro quo de lo que das y lo que recibes, es un poner a salvo tus secretos y un rescatar tus recuerdos.

Días Rojos es el disco que te está esperando para contarte tu historia, para que reflexiones tus pasos y desveles tus misterios.

martes, julio 13, 2010

Campeones




Somos campeones del mundo. Y lo somos después de desplegar el mejor juego y la mejor clase. Hemos combatido con nuestras armas, que son el toque y la posesión de balón. Le hemos ganado la batalla a la desidia futbolística, a la destrucción de juego leonina de coces y zarpazos. Hemos demostrado que nuestro fútbol es el que vale, que la balanza y el pulpo se van del lado del toque contra el golpe. Del lado del control contra la potencia. La caricia contra el arañazo. La palabra contra la bala. El argumento contra el puñetazo. El susurro contra el grito. La pasión contra la violencia. La magia contra los trucos. La técnica contra los codazos. El guante contra la bota. La visión contra la destrucción. El regate contra la bomba. La espada contra la pistola. El príncipe contra el dragón. El sudor contra la sangre. El balón contra los tacos. El beso contra el mordisco. Ah, el beso. Somos campeones, y nos llevamos la copa y el beso de la chica. Somos campeones y nos sentimos como el mejor portero del mundo besando a nuestra amada en el sur de África. Se acabó el mundial y somos campeones, se acabó este largo e intenso mes en el que la realidad la dejamos aparcada y anestesiada en el cajón más recóndito de nuestra casa hipotecada. Ahora, después de la alegría de ser campeones, toca despertar a esa realidad que parecía del vecino del quinto que tan mal nos cae. Somos los campeones del mundo y está muy bien, pero ahora nos espera otro mundial, el del paro y la crisis, y estos rivales pegan más patadas que Holanda y De Jong. Seamos campeones del mundo también en este mundial y aprovechemos esta inercia de ser campeones del mundo, aprovechemos esta pasión a flor de piel para aplastar la crisis.

Seamos campeones y salgamos a la calle como si hubiésemos ganado un mundial para vencer esta crisis que nos han buscado la codicia y la especulación y que nos quieren hacer pagar a nosotros.

Podemos.

domingo, julio 11, 2010

Volviendo a Córdoba














Salgo del AVE a las 18:12 y Córdoba ya me da un pequeño adelanto de lo que me esperaba: un calor terrible y un baño de sudor de recuerdos y emociones. Córdoba me abrió sus puertas a su infierno y a su paraíso. A su infierno de calor y a su paraíso de sensaciones. Córdoba, a punto de flama, me recibe con un fuerte e intenso abrazo de calor. Me abraza y me abrasa. Córdoba me derrite en más de un sentido. Sabes de sobra que soy amante de Madrid y que vivo perdidamente enamorado de Nueva York, pero Córdoba, ah... Córdoba es mi alma. Córdoba me sugiere y me susurra que todo nace y todo muere desde Córdoba, que es el principio y el fin de todo lo que conocemos. Córdoba me cuenta a través de sus piedras y adoquines de la judería clavándose en mis pies que es el mejor lugar donde ir y donde volver. Córdoba es siempre la respuesta perfecta a la pregunta ¿dónde? Córdoba es la mirada de amor que te devuelvo cuando me miras (Elvira, tenemos que volver pronto a Córdoba juntos). Me encanta perderme en su laberinto sin minotauro. Tomar sus mil entradas y sus mil salidas. Córdoba que el mundo pare, qué corto se me hace el viaje.

En Córdoba no hace calor, lo que pasa es que es tan emotiva que hacer llorar a mis axilas y a mi espalda, lo que ocurre es que en Córdoba la sombra es más valiosa que en cualquier otra parte del mundo.

En Córdoba me reencuentro con mis amigos Manuel, Joaquín y Rodolfo y conozco a nuevos amigos: Paco, Mati, Julia y Javi. Y con ellos redescubro y reconquisto a Córdoba, se apodera de mí de nuevo el embrujo maravilloso y la magia de cada rincón de Córdoba, de cada blanco cal de sus paredes y sus reflejos. Y nos vamos juntos a disfrutar del concierto de Ismael Serrano en el teatro al aire libre La Axerquía. Ismael, en su concierto, nos explica un nuevo significado de la palabra libre. Nos canta sus canciones y también nos derrite, aunque ahora en un único sentido. Ismael canta sus canciones y cuenta su historia mientras abre al máximo sus alas y las bate con tanta fuerza que nos libera del infierno de calor de Córdoba y lo cierra de un portazo.

Hasta pronto, Córdoba. Hasta pronto, Ismael.

jueves, julio 08, 2010

El antídoto.

Me he ciberencontrado con este antiguo relato que escribí para un juego de un foro y no había publicado por aquí. Ahí va...


El antídoto

Cogí el último metro de la línea 10 en dirección sur. Para Alcorcón aún faltaban muchas paradas pero como un martes a estas horas apenas nadie cogía el metro el tren iba bastante rápido.

Venía de Madrid, del médico privado que tengo en Príncipe de Vergara. Según el doctor me había contagiado de ese virus tan extraño que se ha propagado tan rápidamente por todo el mundo. Me dijo que me acababa de contagiar y que pasarían al menos dos días antes de que cayese enfermo y muriese. Para salvarme me recetó un antídoto, que curiosamente no era otra cosa que un jarabe para la tos modificado genéticamente. Me dijo que este extraño jarabe conseguiría curarme del virus pero que tenía un extrañísimo efecto secundario: todo lo que hablase en aproximadamente las dos semanas siguientes a tomármelo serían frases de películas que haya visto y el personaje que las dice. Preferí esperar a tomármelo, aún tenía 2 días antes de caer enfermo y morir.

En la parada de Casa de Campo entró una chica, con la que había coincidido en la consulta del doctor... ¿Se habrá tomado ya el antídoto? Humm...

- Volvemos a encontrarnos, Señor Anderson, Neo - me dijo al verme en lugar del archiusado hola, ¿qué tal?

- Vaya, veo que ya te has tomado el antídoto.

- Elemental, querido Watson, Sherlock Holmes - me contestó arrancándome una sonrisa.

De repente llegó el revisor del metro con un terminal portátil para comprobar que habíamos validado correctamente nuestro billete y que no nos habíamos colado.

- ¡Enséñame la pastaaaaaaa!, Jerry Maguire - nos ordenó con voz autoritaria suponiendo que nos pedía los billetes

- El pueblo no debería temer al gobierno, el gobierno debería temer al pueblo, V - le respondió ella con rostro rebelde

- Puedo ser un cabrón, pero no soy un puto cabrón, Seth Gecko - le contestó el revisor haciéndole ver a la chica que no le insistiría mucho y que pasaría si ella no le quisiera dar el billete

- Si quieres sobrevivir a una guerra, conviértete en guerra, Rambo - dijo ella ganando la batalla dialéctica.

Viendo que la cosa se ponía interesante decidí tomarme el antídoto para participar en la conversación. Saqué la botella marrón con el jarabe de mi bolsilo y le di un par de sorbos.

- Si no dejan a nadie con vida, ¿quién demonios cuenta estas historias?, Jack Sparrow - Intervine en la conversación.

Los dos me miraron perplejos.

- Aún no habéis comprendido a qué os enfrentáis. Un perfecto organismo. Su perfección estructural sólo está igualada por su hostilidad. Yo admiro su pureza, es un superviviente al que no afecta la conciencia, los remordimientos ni las fantasías de moralidad... No tenéis ninguna posibilidad, pero... contáis con mi simpatía, Ash - me contestó ella, quizá coqueteando un poco conmigo.

- Los que podáis caminar podéis iros, pero dejad vuestros miembros cercenados, ahora son míos, Mamba negra - me dijo el revisor contestándome con agresividad.

- El mundo se divide en dos, Tuco: los que encañonan y los que cavan. El revólver lo tengo yo, así que ya puedes coger la pala, El Bueno - Le dije más agresivo aún, haciendo que se cagase en los pantalones.

- ¿Abogado?... ¡¡abogadooo!!, ¿estas ahí? ¡¡abogadoo!! Sal ratita quiero verte la colita!", Max Cady - dijo atemorizado el inspector llamando a seguridad.

Hummm... ¿Una frase de "El cabo del miedo"? Tengo la frase perfecta de la misma película para hacerlo huir.

- Soy como Dios y Dios es como yo, soy tan grande como Dios, él es del mismo tamaño que yo, no esta por encima de mí ni yo estoy por debajo de él..., Max Cady - dije contundente para acabar con él.

El inspector viendo que no llegaba el de seguridad huyó por patas.

La chica cayó rendida a mis pies, le arranqué la ropa y le hice el amor.

- ¡Oh, Yeah!, Jenna Jameson - gritó la chica.