lunes, septiembre 11, 2006

Los regalos de la muerte (XIV)

Los regalos de la muerte, capítulo 14

El frío abrazo


Los viejos rockeros nunca mueren. El inspector Ramiro España, el viejo rockero, se está enfrentado a alguien que cree que puede vencer pero se equivoca. Ramiro España es el “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, impulsivo, de sangre hirviendo. Ramiro es el “agua que no has de beber déjala correr”, no se mete en lo que no entiende, se empieza vistiendo por los pies y acaba por la gabardina y el sombrero. España es el “a quien madruga Dios le ayuda”, llega el primero y se va el último, está en la proa abriendo el mar y en la popa cosiéndolo con una estela. Porque España deja estela por donde va. Y se enfrenta alguien más duro que él. Se mide a un rompeolas salvaje, a un mar de aguas muy batidas sin faro.

Bicho malo nunca muere. El doctor Eduardo Villaescusa, el bicho malo, tiene donde quiere al indefenso inspector, sabe perfectamente que un bicho malo vence a un viejo rockero. Eduardo Villaescusa es “mañana será otro día”, calculador, saca el máximo provecho al tiempo y sabe que, bien elegido el momento, saber esperar es más rentable que actuar con impulsos. Eduardo es el “Nunca digas de esta agua no beberé”, estudia, profundiza, prueba todo aquello que desconoce y no para hasta conseguir resultados empíricos concluyentes para bien o para mal, no sigue un método, estudia el mejor camino detenidamente, pierde minutos para ahorrar horas. Villaescusa es el “no por mucho madrugar amanece más temprano”, cada cosa a su momento, en su lugar, en su estado. Se miden la más fría de las cabezas con el corazón más caliente.

Ramiro estaba confiado, cordero con piel de cordero. Comprobó los billetes de avión y estaban correctamente sellados y al nombre de Villaescusa. El doctor no podía ser el asesino, estaba fuera los días de los asesinatos y el día en el que Julio Gandía dijo haber estado reunido con Villaescusa. Era imposible.

Eduardo estaba contento, lobo con piel de lobo, con boca de lobo y con orejas de lobo. Más que contento estaba excitado. Estaba excitado, casi empalmado, por cómo había podido jugar con la mente de un inspector en apariencia rocoso, pero que no era más que un gato con guantes y con botas. Estudió su mente en el poco tiempo que compartieron y llegó a la conclusión de que era su “lado opuesto”. Era la pieza que faltaba, claro, ahora encajaba todo. Quería más tiempo, poder estudiar un poco más a España, sentía curiosidad.

- Pues sí, inspector, los días de los desafortunados asesinatos estaba fuera de España y llevo sin ver al señor Gandía al menos dos semanas – dijo Villaescuso con una mirada penetrante, con una sonrisa envolvente.
- Está clarísimo, doctor. Gracias por su tiempo – dijo muy agradecido y extrañamente sonriente el inspector. Ramiro no es tonto, se guía por impulsos. Tiene olfato de cordero, y huele más allá de su lana. Su corazón se cordero se aceleró y su cerebro de cordero le ordenó que endureciera su músculos faciales.
- Hummm... doctor, sólo una pregunta más – dijo el “agabardinado” inspector, endureciendo sus músculos gestuales hasta el nivel del acero, tensando su sonrisa hasta el nivel del arco de Ulises.
- Claro, dígame, inspector – contestó Villaescusa transformando su sonrisa envolvente en sonrisa nerviosa de testigo de Jehová.
- Al abrir la cartera para darme su DNI para comprobar su nombre y apellidos con los del billete de avión he visto que lleva una foto de un chico de unos 25 años. – dijo el inspector tensando más su sonrisa, dando un giro contundente a la conversación de besugos que habían mantenido donde todo se daba por sentado.
- Sí, es mi hijo, es la foto de la orla de cuando terminó sus estudios de derecho, ¿por? – Contestó confundido Villaescusa.
- Bueno, me he fijado que en esa foto aparece el nombre completo de su hijo. Dígame, ¿Cómo se llama su hijo?
- E-eduardo Villaescusa Cuevas
- Vaya, vaya, vaya, justo como usted, mismo nombre de pila y mismo segundo apellido, qué casualidad, ¿verdad, doctor? – dijo España con sonrisa afilada de lobo con piel de cordero.
- Je, sé qué insinúa, inspector – dijo medio riendo el doctor con una sonrisa más nerviosa que las de cien fieles de Jehová juntos. Pero tengo el pasaporte, mi pasaporte, perfectamente sellado, con la entrada y la salida de Honolulu en los días que indican los billetes de avión. Lástima que no tenga el pasaporte aquí en la consulta, lo tengo en mi casa.
- Está bien, no importa, no olvide traérselo mañana para que lo compruebe, simple rutina. Volveré entonces mañana a la misma hora.


España salió de la consulta a las 10 a.m. y se fue a la comisaría andando, disfrutando del aire fresco de la mañana y dándole vueltas al caso del que no dejaban de ocurrir cosas curiosas. Lo va a flipar Froi, se dijo. Paró a tomar un café y dos donuts en una cafetería, de la que salió a las 10:45 a.m. Debía darse prisa, pues había quedado con Froi en la comisaría a las 11 y todavía le quedaba un buen trecho. Eran las 11:20 y llegaba, jadeando, a la puerta de la comisaría. De pronto sonó el móvil.¿Numero restringido?, se preguntó. ¿Quién coño será?

- Ramiro, soy Luna – sollozó la prostutita
- ¿Luna? – preguntó confuso el inspector. Coño, ¿está llorando?
- Sí, soy yo, ven deprisa a casa, por favor – dijo Luna continuando con su llanto.

Ramiro salió pitado para la casa de la puta después de que le dijera su dirección, estaba muy cerca de la comisaría. Cuando llegó se sorprendió por ver la puerta entreabierta, sacó su pipa, que nunca había disparado y entró torpemente, a lo “Loca academia de policía”.

Luna estaba en el suelo, desangrándose, con una herida muy profunda de arma blanca en el vientre. Luna alcanzó a mirar al inspector con los ojos blancos y tras un titánico esfuerzo dijo... Gandía... para morir a continuación.

El rojo de la sangre de Luna que inundaba el suelo se metió en los ojos del inspector, que echaba fuego del color rojo sangre de prostituta muerta por la boca, hielo color blanco de ojos de prostituta muerta por los ojos y las termitas cebadas de su estómago empezaron a devorar. De repente se le apagó todo, el fuego, el hielo y las termitas y estalló en un llanto, abrazó al cadáver, llorándole, y estuvo abrazando a Luna hasta que se quedó fría.

Los viejos rockeros nunca mueren, se dijo, se incorporó, se limpió las lágrimas con la manga de la gabardina, sacó a pasear al cordero y se quedó con el lobo.

Gandía, la has cagado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Eh,eh, que me he perdio algo!¡Mierda, esto de volver de vacaciones me ha despistado por completo!
Menos mal que has colgado el resumen. Esta semana que viene me pongo al día y voy a hacer como Antony Blake, guardaré en un sobre lacarado el nombre el asesino o asesina para cobrar el premio gordo ;o).

Birk dijo...

jajaja, aysss, la vuelta de vacaciones siempre son traumáticas en lo mental. Pues nada, drui, a leerte el resumen, o mejor, a leértelos todos otra vez del tirón :p

Anónimo dijo...

¡Que obsesión con Gandía!.La verdad debo reconocer que con el último giro de tuerca me has pillado. Ahora tendré que reajustar mis engranajes mentales para volver a estudiar las conclusiones.

Como esto siga así voy a adivinar el asesino por eliminación :O)