Te llamas Sergio y limpias con la toalla el vaho acumulado de tu espejo empañado después de la ducha caliente que te acabas de dar. Te das un buen afeitado y, como siempre, te cortas en la papada y en la comisura de los labios. Te pones trocitos de papel higiénico en los cortes como método improvisado y pobre para dejar de sangrar. Subes la persiana de tu habitación que da a tu jardín, el sol planea un día estupendo y las nubes son pocas y muy blancas. Abres la ventana y respiras profundo el aroma suave y reparador que desprenden las flores de tu jardín cada día. Silbas de forma ridícula a los gorriones que retozan en el aire y vuelan dibujando tirabuzones imposibles. Ves de nuevo la puerta de la verja de tu jardín rota y, como cada mañana, te recuerdas que debes arreglarla cuanto antes. Gazapo te ve y salta desde el jardín hacia ti. Acaricias a tu gato y le hablas y le preguntas cómo está sin esperar respuesta. Pones agua y leche a Gazapo y tú te sirves tu medio litro de café solo sin azúcar y tus dos tostadas de pan bimbo con mantequilla y mermelada, como cada día. Aún tienes el amargor del café en el paladar y la cafeína increpando ligeramente a tu sistema nervioso cuando sales de casa.
Me llamo Ángel y me levanto, como cada mañana, cansado y con el cuerpo dolorido, con las alas y el alma despeinadas. Enciendo una luz áspera que me araña los ojos con zarpas oxidadas de león. Voy al baño, hoy tampoco necesito una ducha pero sí vomitar un poco de bilis, como cada día. Tomo un desayuno breve, mínimo, como el de todos los días, que consiste en un terrón de azúcar que apenas calma el rugir de truenos que tengo en el estómago. En un rato tengo partida con Lucio, hoy nos lo jugamos al ajedrez, quizá debería tomar un terrón extra. Después de sopesarlo y llegar a la conclusión que la glucosa hará bien a mi cerebro y mi cerebro me ayudará en el ajedrez, tomo otro terrón… desayuno doble, viva la Pepa. Odio el ajedrez, pero elegía Lucio y está claro que no iba a elegir mi especialidad: los dados. Me lavo con cuidado la cabeza, que me duele como mil batallas. Mis heridas, aunque curan con velocidad de guepardo, aún siguen abiertas por la lucha que mantuve ayer con Lucio. Es duro de roer, el cabrón, pero hoy le volveré a ganar, tengo que volver a hacerlo. El sabor dulce del extra de azúcar aún juguetea entre mi boca y mis dientes cuando salgo de casa.
Se llama Lucio y se levanta, como cada día, con una terrible tos. Se acerca al lavabo y una bomba de sangre que sale de su boca explota contra el cristal. Lo limpia con una toalla sucia mientras por la comisura de la boca aún le cuelgan recios hilos de sangre mezclada con bilis y saliva. Sin hablar, apoya sus manos en los bordes del lavabo mientras da arcadas procedentes del infierno e insultos en forma de sonidos guturales incomprensibles. Se da una ducha y parece otro, se afeita sin cortarse, se echa su colonia y su gomina y se pone su ropa más elegante y su reloj más caro y se toma su dosis de cimetidina. Tiene una nueva cita con Ángel para jugárselo al ajedrez y, de perder, quiere hacerlo de la forma más elegante. Se enciende su, como él mismo llama, primer y mejor pitillo del día. Aún tiene el viscoso sabor de sangre y bilis en su boca pero lo mata a base de bombas de humo de su pitillo. Da unas caladas tan profundas a su primer y mejor pitillo que casi puede masticar el humo. Se cepilla los dientes y se prepara su típico desayuno: zumo de naranja recién exprimido, un tazón de leche con miel y una tostada de mantequilla y jamón de york. Se vuelve a cepillar los dientes y a enjuagarse la boca con Listerine con fluor. El sabor a medicamento aún ruge en su boca cuando sale de casa para encontrarse con Ángel en su partida de ajedrez.
Te llamas Sergio y, como siempre, sales de casa con dos euros en un bolsillo y las llaves de tu casa en el otro. Das los buenos días a los vecinos que te encuentras y hablas del último fichaje del Real Madrid con el quiosquero. Le compras el AS y te despides del él. Te acercas a la panadería de Berta y compras una tierna barra de pan. Berta te la sigue poniendo dura como una piedra. Fantaseas mil posturas pero apenas le dices nada, salvo los buenos días o las gracias después de pagarle el pan. Sales pitando de la panadería porque tienes unas ganas locas de llegar a casa para cascártela. Vas rápido para casa, pero el hombre que tienes detrás aún va más rápido. Cuando no hay nadie, este hombre te arrastra hasta un callejón y con una navaja fría y dura te amenaza. Te dice que le des la pasta. Le dices que sólo tienes pan y fútbol señalándole la barra y el AS con toco jocoso. El tipo ha tenido un mal día y, al pensar que te estabas burlando de él, te mete un temeroso navajazo. El tipo, que ha tenido un mal día, se asusta y se pone nervioso y huye dejándote con tu pan rebozado por la arena del callejón y tu fútbol doblado y manchado con tu sangre, que cae caliente y a ritmo de procesión sobre el periódico. Te arrastras como puedes a casa sin cruzarte con nadie y te parece curioso, pues hacía unos minutos había mucha gente por la calle.
Me llamo Ángel y, como siempre, llego primero a la cita. Apenas he desayunado y una manada hambrienta de termitas en forma de úlcera me devora de lacerantes mordiscos mi maltrecho estómago. Pongo las piezas del ajedrez y, como he llegado primero, considero justo ser las blancas. Me siento y medito la jugada. Entonces llega Lucio, impecable y sonriente como siempre. Joder, si tuviera que cargar con mi estómago y con mis hijos no vendría así. No dice nada, sólo mira fijamente al tablero. Se sienta en la silla con el respaldo en su pecho y apoya sus brazos cruzados en el borde del respaldo. Me dice que abra, y calla. Hago la apertura del peón del rey. Él me hace lo mismo. Le saco el caballo del rey amenazando a su peón. Él protege a su peón sacando el caballo de la dama. Saco el alfil del rey y amenazo a su caballo. Esto pinta a una apertura Ruy López, como la partida anterior que ya le gané... me gusta. Debo estar atento. Pero no lo estoy y me quedo pronto sin caballos y anula a mis alfiles. Me vence. Jaque mate. Se vuelve loco, se levanta y tira con fuerza canina la silla contra la nada. Me grita y me pregunta a cuál de mis hijos eligirá.
Se llama Lucio y, como siempre, se fuma lentamente un pitillo de camino a su partida con Ángel. Aunque cree que puede perder está tranquilo y confiado, ya ha jugado muchas veces con Ángel al ajedrez, perdiéndolas todas, y una más no importa. Le ha estado estudiando para ofrecerle un jaque mate limpio y sin fisuras. Recuerda de su última partida que jugaron, en la que se produjo una apertura Ruy López, que descuidó sus caballos. No quiso matárselos aquella vez, por estudiar a su rival, pero esta vez no tendría compasión. Llega al lugar donde han quedado para jugar la partida y allí está Ángel, que sus ojeras de vórtice y sus ojos inyectados en petróleo. Lucio se compadece de él y se siente afortunado por no tener su aspecto y le hace sentirse bien tener sólo esa molesta úlcera que calla a base de cimetidina. Le prepara la trampa y cae en ella como un cervatillo. Gana por fin a Ángel. Se levanta y grita eufórico. Se deja llevar y hace volar la silla en la que se sentaba hacia ninguna parte. Le dices que se joda y le preguntas con ira a cuál de sus hijos eligirá.
Te llamas Sergio y caes derrotado en el zaguán de tu casa. Gazapo se acerca a ti y te hace cosquillas lamiéndote la herida que bombea sangra a bocanadas. Mueres abrazado a tu gato.
Me llamo Ángel y Lucio elige a Sergio, oh, Dios, Sergio... Soy el ángel de la guarda de un millón trescientas dos mil doce personas, en este instante de un millón trescientas dos mil once personas a la espera de saber si el jefe me asigna a alguien más. Estoy cansado de tanta batalla por las vidas de estas personas, pero son mis hijos y no puedo desfallecer, debo seguir adelante luchando por el resto a sabiendas de que más tarde o más temprano Lucio, ese maldito Lucifer, volverá a vencerme al ajedrez, las cartas o los dados y a arrebatarme a otro de mis hijos.
Se llama Lucio, aunque casi toda la gente lo conoce como Lucifer y disfruta arráncandole a Ángel a sus hijos como si fueran alas de mariposa o pétalos de margarita. Me quiere, no me quiere, JAJAJAJA. Elige a Sergio.
Los Caballeros de la Quema
Hace 1 hora
6 comentarios:
Magnífico relato. Magnífico
Estupendo!!!! Amigo mío, y ayer decías con absoluta calma y tranquilidad... "Hoy cuando vuelva a casa publicaré un cuento...", como si tal cosa. ¡Enhorabuena!
Precioso e inquietante...
Muchos besos!!!
Excitante relato, el alma en vilo hasta el final... un saludo
Esa que tanto trabaja, ha vuelto a trabajar bien. Una máquina.
Grandioso!!!
Publicar un comentario