La ceniza asfixia el fuego de mi humanidad, se amontona y se acumula en una parte de mí donde antes había luz. Ya no soy nada, sólo una perfecta máquina de matar que cumple encargos de manera eficiente. Soy un sicario, el mejor, porque mis asesinados parecen muertos por cualquier razón excepto por un asesino a sueldo. Soy un sicario muy caro y solicitado y acabo de matar a un hombre, enterrando esa parte de mí donde antes tenía luz con un puñado más de ceniza. Tengo una piraña dentro de mí que devora mis sentimientos, que me corroe los escrúpulos. Cada vez que mato, esta piraña insaciable come más rápido que nunca, a grandes bocados y sin masticar.
El viento sopla fuerte en esta noche fría de primavera, los árboles se contonean con el viento, como diciendo adiós al alma del último tipo que acabo de matar. Su cuerpo aún está caliente, pero el viento, que arrastrará el calor y arrancará las últimas trazas de vida, no tardará en enfriarlo, como el soplido de una madre a la sopa de su hijo. Este pobre diablo murió por tirarse a la esposa del mafioso que me ha contratado. Un polvo que ha pagado caro. Un polvo de mantis macho.
Suena mi blackberry. Es un mail de otro de mis principales clientes y me dice que mate a la familia de un tal Rodrigo Antúnez, a su esposa y a su hijo de 4 años. Me da su dirección y el intervalo horario en el que están en casa. Según él, merece morir porque se la ha jugado varias veces con la pasta y que con su pasta no se juega. Me dice que no entendió los mensajes que le mandó en forma de palizas. Me dice que debe aprender, y que la única forma de hacerle entender que con él no se juega es cargándome a su familia. Mi humanidad me grita que no lo haga, que huya, pero la ceniza ya ha apagado la luz que una vez tuve en mi interior y la voz de la conciencia y la razón. Mi piraña me ha destrozado a dentelladas mis sentimientos y mis escrúpulos. Haré el trabajo. Cojo mi coche y me piro.
Rodrigo está enfermo. Necesita drogas y necesita jugar. Y eso vale un dinero que no tiene. Su familia aguarda en casa (una casa que no puede pagar). A base de pedir préstamos a gente poco fiable ha conseguido mantener a su esposa y su hijo lejos de su realidad. No saben que se droga. No saben que es ludópata. No saben que no pueden pagar la casa ni los coches. Rodrigo sufre, y no sabe de dónde sacar ya el dinero, no sabe cómo seguir dándole largas a Tony, que no deja de amenazarlo y apalizarlo para que le devuelva el dinero. Rodrigo tiene un plan vago. Le urge la necesidad. Va a robar una pequeña tienda.
Cojo mi coche y me piro. Circulo despacio y con cuidado. Una de mis reglas es no llamar la atención, no destacar. Para ser el mejor sicario antes hay que ser el hombre más amable del vecindario, ayudo a bajar la basura a mi anciana vecina y subo el periódico todas las mañanas. Hay que ser el más educado y el más corriente. Hay que parecer normal. Tanto que nadie se fije en mí, que sea el último sospechoso de cualquier cosa. Eso me hace el mejor. Eso y mi ceniza. Y mi piraña. Aparco con cuidado, siempre que puedo en batería (la gente se fija más en los coches que aparcan en línea). Voy tranquilo y despacio y sin hablar por el móvil. Veo que la puerta está abierta. No me gusta que lo esté, eso llama la atención. Así que entro un tanto intranquilo.
Rodrigo nunca ha robado, pero no se le ocurría otra cosa. Está nervioso, el corazón le palpita fuerte en la cabeza y su garganta es el pozo más seco de un desierto. Su plan es esperar a que la dueña salga un momento al bar de enfrente a pedir un café y una napolitana, como hace cada día, y esperar que se deje la puerta abierta con el cartel de “Vuelvo enseguida”. Tiene suerte, hoy se la ha dejado. Se pone una media en la cabeza y entra torpe pero rápido. Y muy nervioso.
Entro intranquilo a la casa pues la puerta estaba abierta. Está el niño pequeño, que me ve y sale corriendo…
Entra torpe y rápido a la tienda. Y muy nervioso. Abre la caja registradora. La señora ha tenido un buen día en la tienda, tiene más de 500 pavos. La señora se ha vuelto antes del bar, entra a la tienda y ve a Rodrigo y sale corriendo, huye todo lo lejos que puede. Él también, con los más de 500 pavos en el bolsillo. Quizá le dé para calmar un poco a Tony. Espera que sí. Le prometerá que tiene más planes para pillar pasta. Ojalá los 500 pavos le calmen por el momento.
El niño sale corriendo… hacia mí. Me abraza y me besa. Me dice: “papá, te quiero”. Abrazo al niño, le beso y le alboroto el pelo. Lo quiero con locura. Me casé con una mujer que no sabe de mi vida y tuve un hijo porque era lo normal. Pero este niño me ha afectado, lo ha cambiado todo en mi vida, ha despejado de la ecuación la luz y la inocencia. Es un torbellino que arrastra toda mi ceniza acumulada dentro de mí en ese sitio donde antes había luz. Y esta luz vuelve a brillar. Este niño es un torbellino que arrastra a la piraña. Tengo humanidad y sentimientos. Si la ceniza no vuelve a acumularse por la noche y la piraña a devorar, dejaré el trabajo. Quizá se salve también la familia de ese tal Rodrigo Antúnez.
Rubén Rada
Hace 18 minutos
2 comentarios:
Buen sicario y mejor relato ;)
Como siempre el final lo mejor, nunca son como los espero.
Inquietante relato. Es increible ver que eres de capaz de escribir estas cosas. No quiero ni pensar de dónde sacas la inspiración...Besos...
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